La noche de los tiempos, de Muñoz Molina

Sobre la memoria histórica

Aquí tenemos, recién salido del horno del creador, lo último del escritor de Úbeda. La tardanza en el comentario se debe a las 958 páginas "de limpia y apretada prosa" que requieren de un tiempo de lectura, para el que la vida actual no está hecho. Yo me lo he podido beber en menos de un mes. Ventajas del jubilata. Para los de a pie, tal vez sea un buen libro de verano, no por lo superficial, sino por lo extenso. MUÑOZ MOLINA, Antonio. La noche de los tiempos. Barcelona: Seix Barral, Biblioteca Breve, 2009


Seguirle la pista a un autor permite ver su evolución, tanto estilística, como la relativa sus preocupaciones temáticas. ¡Qué lejos queda ya El invierno en Lisboa (1987) con su argumento de novela negra ! Sin embargo en El jinete polaco (1991) Muñoz empieza a bucear en el pasado a través de una historia de amor y una maleta de fotografías de color sepia. No en balde el libro está dedicado a sus padres. De la misma forma, pero para un periodo más próximo, la Transición, el autor recrea el ambiente estudiantil que tal vez vivió en la novela corta y apasionante El dueño del secreto. Ha caminado por otros derroteros que me interesaron menos, pero es difícil poder dar al mercado casi obra maestra por año. Sefarad, (2001) estoy convencido de que le sirvió, con toda la investigación llevada a cabo para su redacción, para preparar la que nos ocupa. Vamos pues a ella.
Estamos ante una novela que permite acceder a ella desde distintas ópticas: una historia de amour fou (lo siento por los de inglés) con adulterio incluido; un ahondamiento en la conciencia del protagonista y a su través del momento de ebullición de la República; o un friso del momento del inicio de la Guerra Civil, que me parece que toma mucho de Los desastres de la guerra, de Goya, o de la visión cataclísmica del Guernica de Picasso.
La estructura no es lineal, pero tampoco demasiado complicada. Acostumbrados por el cine a los flash-back, uno se habitúa pronto al ir y venir del presente al pasado, no de forma caprichosa sino por asociaciones mentales de la subjetividad del protagonista, o porque uno de los narradores, el omnisciente que todo lo conoce de la historia, decide que sea así para mantener el interés. Son varios los contadores de esta peripecia, además del objetivo, el que conoce todo de todos los personajes, historia, sentimientos deseos, está el más subjetivo aunque también desde la tercera persona, pero centrado en la figura de Ignacio Abel, el protagonista; incluso hay una primera persona del singular que ejerce de testigo de todo. Esta visión políptica, no deja de enriquecer la historia.
Los personajes son poliédricos, contradictorios, como la vida misma. Tal vez la más coherente sea Judith Biely y por eso su decisión final. La personalidad de Abel, a pesar de ser el protagonista, se muestra más como la de un intelectual consciente de lo que sucede a su alrededor y en su vida, celoso, ambicioso, capaz de traicionar a su mujer en vez de hacer frente al amor encontrado, y que sin embargo acaba huyendo (esto se cuenta en la primera página de la novela). Pero quién no lo habría hecho en esos primeros meses de guerra civil en los que cualquier cosa podía pasar. Su profesión de arquitecto encargado de la construcción de la futura Ciudad Universitaria en Moncloa, le posibilita el acceso a personajes reales de la época, de los que se traza un semblanza vívida y creíble, seguramente sustentada en mucha documentación: Negrín, Moreno Villa, Azaña, Bergamín, Salinas...y los que rondaban la Residencia de Estudiantes. De algunos el retrato no es muy ejemplar, por ejemplo, Alberti.
La carnicería final, tan horrible en un lado como en el otro, aunque queda claro quién la empezó, vista desde los EE.UU. y a través de los titulares de periódicos, resulta para los de fuera tan incomprensible y ajena como la que vivimos de cerca en Bosnia hace poco. Todos parecían estar de acuerdo en dejar que se matasen mutuamente sin intervenir, salvo Hitler y Mussolini, que sí ayudaron desde el principio, previendo que aquello podía ser un "ensayo general con todo", que decimos en teatro, y que se iniciaría nada más terminar nuestra tragedia.
Por poner alguna pega (mejor dos): para lo que amamos los libros, también por su aspecto exterior, la edición en rústica parece prevista para que el libro se acabe deshojando antes del final de su lectura. Y por lo que toca al estilo, cuidadísimo como siempre en Muñoz (el adjetivo exacto, la metáfora brillantemente expresiva), tal vez podría haber reducido la extensión. Ya sé que la acumulatio acaba produciendo intensio, pero tal vez no era necesario tanto volver sobre lexías tantas veces usadas, aunque con alguna variación. "Los muebles envueltos en lienzos blancos para protegerlos del polvo en aquella casa cerrada"). Fruslerías sabiendo lo que puede llegar a costar construir una obra de semejante envergadura, cuando esta entrada en el blog me ha llevado dos tardes.
Ánimo pues a los que quieran adentrarse en un libro vibrante y vivo, y que puede venir a abonar la teoría de lo necesario, de no perder la necesaria memoria histórica sobre hechos que empiezan a parecernos históricos, pero que todavía pesan sobre nosotros como colectividad y sobre muchos individuos de forma personalizada.
José Manuel Mora Carbonell



Comentarios

CaroLuna ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
José Luis ha dicho que…
Éste libro es una joya, lo leí hace un mes, y deja esa sabor agridulce, que es la vida misma.

El autor nos deja una pista a seguir: la reivindicación de José Moreno Villa. Tras leer La noche de los tiempos, fuí a por Pruebas de Nueva York que viene recomendado en el propio libro, y... menuda joyita de 1927...