Memoria de los pabellones: Séneca-Autobussos

La ciudad como documento

Tal vez no se os haya ocurrido pensar, rodeados de tanta archivística y documentación, en la ciudad como un archivo viviente, o un documento que muestra no sólo el momento actual, sino lo que la ciudad y sus gentes fueron en épocas pasadas. Por eso, cuando algo se manda derruir, se van perdiendo "documentos" que ilustran la forma de vida de otro tiempo. Es poco consuelo pensar en las fotografías para tener constancia de lo que fue. Se hace necesario, pues, añadir este otro documento escrito sobre otra zona de Alicante llamada a desaparecer. En estos pabellones y en ese patio pasó su infancia y adolescencia el que esto escribe.


Se acaba el tiempo. Las noticias en la prensa ya lo anunciaban con plazos perentorios, pero ahora los camiones de mudanzas lo han terminado de confirmar: los últimos inquilinos que las habitaban se van a las nuevas casas que se les han proporcionado. Se trata de los pabellones anexos a la Estación de Autobuses, que llevan construidos más de 60 años y que estuvieron destinados a funcionarios municipales y sus familias: trabajadores del Ayuntamiento, policías municipales, bomberos, maestros (ya que antes este cuerpo dependía del municipio), etcétera. Cuando la piqueta acabe con ellos, no sólo desaparecerán unos humildes edificios, sino una forma de entender la vida y la convivencia. En sus patios jugaron y crecieron unas cuantas generaciones de una época en la que dejar que los críos estuvieran «en la calle» no suponía un peligro. En el patio se podía jugar a «tú la llevas», al escondite, algún partidillo, a las chapas o a la comba. Bastaba que las madres se asomaran al balcón para controlar dónde estábamos y con una voz se nos recuperaba para la comida, los deberes o algún recado. Un tiempo en el que se alternaban los gritos del afilaor, con los de la bambera o el lechero, que ofrecían su mercancía casa por casa; todo ello junto al paso cansino de la caballería que arrastraba el carro de Hierros Tolón, junto al sonido de una moto, identificable porque eran pocas las que circulaban. Treinta y dos familias por patio que se conocían y se ayudaban, que festejaban juntos en torno a una humilde foguera infantil o cantando villancicos en Navidad, o comiendo la mona en Pascua, a la fresca en verano, en sillas de anea escuchando cuentos, más poderosos para la imaginación infantil que cualquier telefilme posterior. Patio que ejercía una «acción gravitatoria» sobre los de los otros pabellones y calles adyacentes, trayendo a él a la muchachada vecina. Críos que se convirtieron en adolescentes en la década mágica de los 60, con sus guateques en casa de las madres más tolerantes y sus excursiones a pie a la sierra Fontcalent o al Cabo la Huerta. ¡Qué aventuras! Luego la vida los fue dispersando por motivos laborales, afectivos o de estudios y, conforme los titulares de los derechos de habitación fallecían o se mudaban, otros venían a ocupar su lugar. Hasta hoy. Los hay que han permanecido ininterrumpidamente en aquellas casas de 60 metros cuadrados, tan bien orientadas a sur, tan luminosas, donde igual cabían tres que nueve personas. Con ellas desaparece un tiempo antiguo, de otra época, sólo reconocible por quienes han vivido estas mismas experiencias en otras barriadas con características similares. Sin embargo, y aunque persista en las hemerotecas y en posibles fotos de época, esta «intrahistoria» de la que hablo vivirá en nuestras mentes y en nuestros corazones mientras quienes la habitamos no la demos por muerta y nos sigamos reuniendo para poner en común nuestros recuerdos. 


 Eso hicimos la tarde del día 27 cerca de una treintena de vecinos de entonces, juntarnos para dejar constancia de nuestro paso por los pabellones y de ellos por nuestro corazón. Las fotos dan constancia de ello. Esperemos que en su lugar no vuelva a crecer el cemento, antes bien que resurja la antigua Plaza de Séneca, arbolada y amena, para concitar a la continuidad de la convivencia ciudadana en los mismos lugares, aunque sean distintos los espacios y las personas que los habiten.

El texto se publicó en el diario Información de Alicante el día 19 de marzo de este año. Vale.

José Manuel Mora.

P.S. Dos años más tarde, la peor de las previsiones se ha cumplido: el solar está hecho un secarral y no hay dinero para plazas, ni para otras fruslerías. La crisis. Mientras tanto nos hemos cargado otro "documento" ciudadano. 

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