También la lluvia, de Icíar Bollaín

Cine político...Y del bueno.


¡Qé antigüedad! ¡Cine político!...Y sin embargo, una mujer se ha atrevido con la empresa: Icíar Bollaín; la peli: También la lluvia. Decían de Dª Emilia Pardo Bazán para negarle la entrada en la RAE aquello de que "es mucho hombre esta mujer"...Pues eso. Hay que tenerlos muy bien puestos para aventurarse en semejante empresa. Se ha ido a Bolivia, a Cochabamba, a rodar lo que en el Caribe, por aquello de la fidelidad a las localizaciones, le hubiese resultado más arduo, ya que allá ya no quedan taínos. Los exterminamos. Yo no sé lo que es dirigir cine, pero he llevado una troupe de teatreros adolescentes de una veintena de personas a montar obras polo mundo adiante, que dicen los gallegos, y sé lo que cuesta. Lo que he visto me parece tan épico como la/s histora/s que nos cuenta.



A ello se añade la dificultad añadida de meter el cine dentro del cine, algo que también pasa con el teatro. Mi primera obra en la subdirección, en mis tiempos de facultad, fue nada menos que Seis personajes en busca de autor de Pirandello y sé de lo que hablo. Aquí la Bollaín ha contado con la inestimable colaboración de un guión impecable firmado por Paul Laverty, guionista habitual de Loach y pareja de la directora. Hay un aquilibrio perfecto entre escenas rodadas por el equipo de filmación de la historia y otras que son visualizadas por el director ya rodadas. A todo ello se añade la grabación en vídeo que realiza una chica del equipo de producción, que se va fijando en lo que los rodea: dificultades económicas, desacuerdos entre director y productor, ambiente cochabambino y selvático...
Pero no queda ahí la cosa: las mismas contradicciones que se señalan en alguno de los personajes del momento colombino, p.ej. en el Padre Las Casas, se viven entre los miembros del equipo de rodaje. La explotación ya no es esclavista, es simplemente explotación; hay que ahorrarse unos dólares a la hora de filmar para que la producción no se dispare, y eso se consigue pagando un par de dólares a cada indio, lo que no se podría hacer si se rodadara en Europa o en USA, con los potentes sindicatos de actores. Por no hablar de los impuestos al consumo del agua que pretende imponer una compañía extranjera, Bechtel y que desatan la revuelta ciudadana en la que se ven envueltos los miembros del equipo de rodaje "¡El agua es nuestra, carajo!".

Todas esta historias entrelazadas no resultarían creíbles si no estuvieran sostenidas por un increíble trabajo actoral. Vaya labor la de los que han seleccionado a los actores (el casting, que le dicen). Y no sólo a los del lado de acá (impagables Elajalde, Tosar, Arévalo), sino a los del lado de allá, que diría Cortázar: García Bernal, Aduviri el indígena). Todos trasmiten verdad y hondura; unos con profesionalidad, otros con la naturalidad que da una buena dirección de actores. Todos para encarnar a unos personajes que no resultan maniqueos sino contradictorios ellos también, cambiantes.



Y no quiero acabar este comentario sin señalar que además de optar al Oscar a la mejor película extranjera, compite por los Goya frente a Balada triste de trompeta, ya comentada aquí. Nada que ver. Hoy estábamos sólo tres personas en el cine, así que recomiendo que se apresuren quienes quieran ver cine del bueno.


José Manuel Mora

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