Azul serenidad,de L.M. Díez

 Una ayuda al consuelo

Tal y como ya advertí, he tardado menos en incorporar un nuevo título a la carpeta de "los recomendados". Lógico, puesto que tras las mil páginas de la Karenina, el que os presento sólo cuenta con 130. DÍEZ, Luis Mateo. Azul serenidad o la muerte de los seres queridos. Madrid: Santillana, 2010. Lo he leído por cortesía de mi amiga Isabel, que me lo regaló para tratar de atenuar la pérdida de mi hermano Antonio, fallecido el 21 de diciembre pasado. Escribo esta entrada también en su memoria, como hace el autor con sus seres queridos, los perdidos recientemente y en lapso breve, y los fallecidos hace ya tiempo, todos vivos en su memoria y en las páginas de su libro ahora.



Ya en 1986 leí La fuente de la edad llevado por la concesión del Premio Nacional de Literatura, y por el para mí más prestigioso Premio de la Crítica. Guardo buenísimo recuerdo de aquella cofradía de amigos de lo etílico, agobiados por una realidad gris y provinciana en los años 50 del pasado siglo, frente a la que luchan mediante una imaginación disparatada que quieren oponer al disparate de lo real.

Más tarde, en 2000, con La ruina del cielo, con el que volvió a hacer doblete, volví a engancharme a ese mundo creado por el autor, Celama, un territorio que Díez, como otros grandes creadores, ha inventado . Pienso en Faulkner y su Yoknapatawpha, en García Márquez y su Macondo o, sin ir tan lejos, en nuestro Benet y su Región. Celama es un trasunto de la tierra en el páramo de León, de la que él procede, lejana y desconectada del mundo, y donde el escritor se siente libre, ya que la ha creado. Se trataba de un obituario de ficción, repensado por un médico de un pueblito perdido y en el que, como en el Pedro Páramo de Rulfo, todos sus habitantes están muertos. Una impresionante alegoría de la desaparición de toda una cultura ligada a un mundo que se desvanece entre la polvareda del "progreso", que ha vaciado tantos pueblos castellanos. Sé de lo que hablo, porque viví ocho años en Tudela de Duero y recorrí la zona a fondo. En palabras de un alumno adolescente de la época, los 70, "la juventud de mi pueblo somos mi amigo y yo". Y así era. En ese año de 2000 fue elegido además miembro de la RAE.

Pero lo que en ese libro era pura ficción, en éste viene empujado por la desaparición casi seguida de una cuñada y una sobrina a las que Díez se sentía muy unido. Y, lo que podía haberse quedado en un sentimiento particular, es trascendido por el autor a unos niveles que pueden implicar a cualquier lector que tenga experiencia de una muerte próxima de un ser querido. Pretende con su libro superar la antítesis que establece entre "la imposibilidad de entender la muerte y la necesidad de comprenderla" (p. 130) para así poder experimentar un mínimo consuelo. "La rememoración ...quiere también suscitar el rumor de la ausencia...que ayude a pacificar lo que el tiempo alivia y el recuerdo calma" (ibidem).

Y esto lo consigue con verdad y hondura (la mirada de la cuñada moribunda me resultaba demasiado familiar y dolorosa) al tiempo que con un estilo terso, remansado, que requiere a veces de la relectura y desde luego de un tiempo reposado para asimilar los sentimientos que se expresan y los que en uno brotan con la lectura. El libro se cierra con una galería de fotos de su sobrina, como la que ilustra la cubierta que encabeza esta entrada, y que son comentadas por Díez en un diálogo epistolar que enfrenta bellamente palabras con imágenes.

Quien esté necesitado de consuelo, o quien quiera profundizar en lo hondo del sentimiento humano, de lo perdido de forma irreparable, tiene aquí un buen compañero de viaje, una ayuda para calmar el dolor por las pérdidas que todos sobrellevamos conforme los años nos van haciendo "sobrevivientes" a los que nos precedieron.

José Manuel Mora.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Entrañable tu entrada José Manuel. Me ha recordado tu entrada al libro La lluvia amarilla de Llamazares, un sentimental monólogo del último habitante de un pueblecito castellano. Saludos, L.E.
MBAD ha dicho que…
Díez es leonés, como Llamazares y sus espacios son similares, aunque Julio es mucho más lírico. De no ser porque puede que esté descatalogado, seguiría incluyéndolo en mi lista de recomendados.