Pequeñas mentiras sin importancia, de Guillaume Canet

Una comedia sin importancia de aires "rohmerianos"

Vaya por delante que, como en todos los otros comentarios sobre pelis, no pretendo ser objetivo, sino hablar de lo que el film me ha trasmitido o ha dejado por decir. Y desde el arranque de la película me he visto transportado en el tiempo, al sobrevolar la cámara la dune du Pyla, frente al Atlántico, junto a la albufera de Arcachon, cerca de Burdeos, donde viví un par de cursos a los 22 añitos. Para que os hagáis una idea, dejo foto

Nada menos que ése va a ser el "marco incomparable" donde se desarrolla la acción: una quincena de vacaciones de un grupo de amigos, en casa de uno de ellos, que tiene bastante pasta, Max, impagable François Cluzet. El título ya pone sobre la pista: ¿Quién no se ha juntado con amigos de toda la vida y por prudencia, por comodidad, para evitar tensiones... no ha sacrificado la autenticidad de la relación en aras de una convivencia llevadera? Esto es lo que propone Guillaume Canet, su director, en Pequeñas mentiras sin importancia. Parece que en Francia ha arrasado, cosa que no asegura un triunfo aquí, ya que los gustos a los dos lados de los Pirineos son bastante diferentes. Por otra parte, parece que es una estrella en su país, aunque yo no había visto nada suyo anterior, ni como director, ni como actor. El hecho de estar casado con la Cotillard, tal vez tenga que ver con su elección para uno de los papeles más atractivos de la cinta, de hecho ella está extraordinaria.


Su director quiere trazar un retrato de su generación, de la que se ha dicho que está constituida por eternos "peterpanes", incapaces de crecer, de asumir responsabilidades, de dejar de mirar su propio ombligo. Y esto se da más en los varones, que en las mujeres de la película que comento.

Con unos diáologos inteligentes, llenos de un humor no exento de ternura (incluso de ternurismo en los momentos finales) por sus personajes, a los que no juzga con demasiada acritud, la comedia avanza en el retrato de los mismos, y los dibuja con trazos certeros. Tal vez para esa visión global de cada uno el director ha considerado necesario el metraje, algo desmedido, de 154 minutos, y que sin embargo, a pesar de su extensión, se pasan en un verbo. Esa cotidianeidad de situaciones, de comentarios, es muy de Rohmer; quien busque acción, que no vaya; es de ésas de las que se puede decir que "se pasan toda la película hablando" en torno a una buena mesa, un buen vaso de vino, una guitarra, como antiguamente; tan francés por otra parte. Lo que no quiere decir que no haya conflicto, lo que pasa es que se mantiene latente, salvo por las crisis de histerismo de Max. Hasta llegar a la catarsis final, en la que el más alejado del grupo, el que vive en Las Landas, es capaz de poner a cada uno en su sitio.


Si se le añade una magnífica banda sonora, lo tenemos casi todo para el dsifrute. La canción final, My way, gozosamente cantada por Nina Simone, es una perfecta cloenda, justo en el momento más emotivo, por más auténtico. Lleva dos semanas en cartel en Alicante, lo que para semejante filme aquí se puede considerar un éxito. Con todas las reticencias marcadas más arriba, la aconsejo a los que ya van teniendo una edad.

José Manuel Mora










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