Un cuento chino (o argentino)

Apenas una historia

Dice el diccionario de la lexía "cuento chino", que se trata de "una mentira de tono enfático". Pues bien, SEBASTIÁN BORENSZTEIN ha dirigido Un cuento chino con un subtítulo entre paréntesis que ya dice algo respecto al tono de la película (Un argentino y un chino unidos por una vaca que cayó del cielo). El puntazo surrealista no puede ser mayor, aunque en el interior del filme se explique luego, no sé si de forma demasiado convincente.

No había oído hablar de este director, a pesar de ser aficionado al cine argentino, y del que la Wiki me informa que escribe sus propios guiones y luego los dirige. Interesante. No podrá echarle la culpa al director de que lo tergiversaron. Tampoco es que se trate de una trama compleja, sino más bien lineal, incluso en algunos momentos previsible. Y sin embargo, para quienes hemos vivido años de nuestra vida en soledad, el personaje de Roberto nos resulta extraordinariamente familiar. Esas manías que vamos construyendo, esas dinámicas convertidas en costumbres por repetidas y que tan mal nos sienta que se vean alteradas por la llegada de lo inesperado, sea persona, trabajo distinto, o suceso que lo trueca todo; incluso el hablar en voz alta, con uno mismo, para atender a la necesidad de escucharse uno mismo como signo de alteridad.


Pues bien, si ese "suceso" es un muchacho chino que no habla palabra de español y al que Roberto, impelido por su bonhomía, se ve en la necesidad de acoger en su casa, uno se puede hacer idea del cataclismo vital al que el pobre misántropo porteño se ve abocado. ¿Cómo llevar adelante una película en la que los dos personajes que interactúan no se pueden entender mediante el lenguaje? Pues con sencillez, inteligencia, sentido del humor y dos excelentes actores, sobre todo Ricardo Darín (que se come a Ignacio Huang), actor que igual hace de hijo de la gran puta, como en Nueve reinas, que se muestra de increíble ternura en El padre de la novia o en XXY, o con una intensidad interior emocionante en otra peli que ya comenté en estas páginas: El secreto de sus ojos. Sus arranques de furor, sus capitulaciones, las emociones interiores que apenas se asoman a sus ojos, son un ejemplo de potencia expresiva contenida.

El personaje de la mujer, Muriel Santa Ana, es capaz de relacionarse con el muchacho de manera intuitiva y de disfrutar de un día completo con él. Tan sólo al final Roberto recurre a un dispensador de comidas chinas motorizado que acaba tendiendo los puentes de comunicación plena. La película se ve todo el tiempo con la sonrisa en la boca y es una buena opción para quienes se quieran salir del tan trillado cine estadounidense, que parece el único llamado a llenar salas en nuestro país, Ahí queda la propuesta.

José Manuel Mora

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