El sueño de África, un sueño frustrado, de Javier Reverte

Viaje pendiente

Esta es la crónica de un fracaso. Invitado por uno de esos héroes anónimos, un ingeniero sin fronteras, David Muñoz, a quien contaba cuentos de pequeño, que trabaja en Tanzania durante estos meses de verano con su oenegé, me animé a visitar ese país del que comencé a saber cosas: por ejemplo, que su nombre es un compuesto de Tanganika, como el lago, y Zanzíbar, como la isla frontera. Lo primero fue pertrecharse de guías de viaje. En una de ellas recomendaban como libro de mochila el de REVERTE, Javier. El sueño de África. Barcelona: Debolsillo, 2010.

Uno empieza a viajar antes de ponerse en marcha. Hay que preparar el ánimo para algo tan azaroso como África. El ir consultando guías, ojeando mapas en los que empezar a ubicar nombres que uno ha oído en los documentales de la 2, (Serengueti, N'gorongoro...) es ya ponerse en ruta, empezar a decidir qué zonas visitar, cómo llegar a ellas, más aún si, como es mi caso, no gusta uno de viajes organizados. Y el libro de Reverte se proponía como buen compañero de ruta. Ya lo tuve a mi lado con su Corazón de Ulises (1966) en mi paseo por el Mediterráneo oriental y me prometía buenos ratos de lectura bajo la palmera. Tras los libros de viajes de los descubridores del XVI y los de algún ilustrado del XVIII, o algún romántico curioso, ávido de "tipismo", no es nuestra literatura demasiado proclive a los libros de viajes, como sí lo es la inglesa. Reverte sin embargo es un viajero impenitente.

Y se va viendo que lo que se ofrece en este recorrido por la cintura de África es fundamentalmente la visita a los numerosos Parques Nacionales, muchos de ellos protegidos por la UNESCO. Exotismo animal en estado puro. Paisajes inabarcables de sabana o selvas que se cierran sobre uno mismo para oscurecer el cielo bajo el griterío de aves desconocidas, ríos dificilmente franqueables, playas de espumas esmeralda, mercados multicolores, pistas de tierra roja y enormes baches, mosquiteras y cabañas para descansar...Todo un catálogo del que ya había yo podido disfrutar en Madagascar hace cuatro años.

Y sin embargo, los 250$ por persona y día que cuesta entrar en cada uno de los parques, las inumerables vacunas (fiebre amarilla, malaria, hepatitis...), la dureza de los trayectos y la incomodidad de las noches al sereno en una tiendita de campaña, rodeados por los rugidos de las bestias, más la casi obligación de pagar seis dólares por cada foto que se quiera disparar ( los masáis han aprendido de los turistas y se buscan la vida), a lo que se añade el orgullo de ellos mismos y de los swahilis, lo que dificulta entrar fácilmente en contacto, acabaron por hacerme desistir. No sé si es un primer síntoma de vejez.


Pero volvamos al libro. Su lectura ha sido una manera de quitarme de encima la frustración. Reverte escribe sus libros apoyado en una abundante documentación geográfica e histórica, además de en informes sobre economía y cultura del territorio que explora. Todo ello me ha centrado en los viajes de los pioneros descubridores del XIX (Stanley, Livingstone y el descubrimiento de las fuentes del Nilo), en los enfrentamientos por el reparto de zonas de influencia por parte de los países de la muy avanzada Europa, su forma de trazar fronteras con tiralíneas (Gran Bretaña y Alemania), su manera de masacrar tribus enteras o de dividir pueblos en función de que los catequistas fueran católicos o protestantes...Pues bien, el conjunto de saberes sirven al autor para entender los territorios y las gentes con los que entra en contacto. Y todo lo adereza con una prosa rica en el adjetivo justo y colorista a la hora de las descripciones, o con la selección de personajes con los que traba relación y con las anécdotas que la aventura africana le va poniendo en el camino.
He viajado, pues, desde el ardiente balcón agosteño de mi casa, con la imaginación, como hacía cuando era chico al leer mis primeros libros de aventuras. He intentado así superar el berrinche y he abierto boca, ahora con conocimiento de causa, para un futuro segundo intento, aunque tenga que ser más corto, más programado, menos excitante. Cosas de la edad.

José Manuel Mora

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