¡Tierra, Tierra!, de Sandor Márai, o I'm back , que decimos los ingleses.

De nuevo la mittleuropa

A veces, hacer turismo tiene sus consecuencias. Del mismo modo que el año pasado mi viaje a India me llevó a conocer a Rushdie, con quien tenía una cita desde hacía tiempo, este verano, por culpa de mi periplo (¿qué rayos querrá decir "periplo"?) por el imperio Austro-Húngaro, que diría el maestro Berlanga, y por mi manía de llevar en la mochila algo referente a lo que se va a visitar, he podido sacarme otra espinita: conocer a un escritor húngaro del que tenía muy buenas referencias. MÁRAI, Sándor. ¡Tierra, tierra! Barcelona: Salamandra, 2008. Es la segunda parte de sus memorias, que en la primera llevaban el significativo título de Confesiones de un burgués, la manera en que él mismo se define.

Este escritor, nacido en Kassa (hoy Eslovaquia) en 1900, había decidido desde muy pronto dejar el alemán en que se formó (su origen era sajón) y adoptar como forma de expresión literaria el húngaro, lengua de su madre. Esta opción limitaba la recepción de su obra a los diez millones de hablantes húngaros, usuarios de un idioma que sólo tiene afinidad con el finlandés. Cosmopolita, viajero, plurilingüe, compartía características con otro coetáneo suyo del que ya he hablado aquí: Zweig. Como a él, la Iª Guerra Mundial vino a trastocar todos los esquemas en que se había educado, y también lo llevó a salir al extranjero: Suiza, París, Italia. Y a esa etapa corresponde la primera parte de sus memorias.

La que comento se divide en tres partes: la primera se sitúa en 1944, cuando la burguesía húngara sigue celebrando una onomástica, la de Sándor, Alejandro, a pesar de estar la ciudad ocupada por los nazis. Todavía se mantienen las formas de la que fue segunda capital durante el imperio de Francisco José y que acabó con el asesinato de Sarajevo y de la que es un símbolo perfecto el teatro de la Ópera.

Poco tiempo después el ejército soviético está a las puertas de Budapest bomabrdeando la ciudad. El autor se marchó a las afueras, dejando su casa en un barrio de Buda a merced de balas y bombas. De hecho en la defensa numantina de la ciudad se volaron todos los puentes que conectan las dos partes de la misma: Buda y Pest. Lo que yo he visitado ahora no es más que fruto de la reconstrucción y de la necesidad desde bien pronto de salvar la barrera del Danubio.

Se centra a continuación en la llegada del ejército soviético, aunque más precisamente en el descubrimiento de que lo integran, no sólo rusos, sino de todas las repúblicas soviéticas, cada uno con sus peculiaridades, pero todos con una escasez material de la que sólo se libran los mandos, e incluso cultural, a la que ni los mandos escapan. Sólo conocen los nombres de lo que en la URSS se citaba como el patron de los escritores: Pushkin, Gorki, Gogol; (“ había en todo esto algo temible, y no solamente porque a un país vencido habían llegado los enemigos vencedores, los comunistas. Lo más temible es que habían llegado los eslavos” pág. 70). Y a estos eslavos atribuye unas características diferentes a las de los centroeuropeos. Todo ello acuciado por la necesidad de sobrevivir cada día al hambre, al frío, a la brutalidad de la soldadesca...

Cuando regrese a Budapest, una vez acabado el conflicto, sólo encontrará su casa abatida por los obuses. Sus estanterías demolidas, sus libros chamuscados o cosidos a balazos. Se esmera en salvar algún ejemplar de los más queridos por él, y no precisamente los suyos. Aún he podido ver edificios con huellas de disparos en el centro de Pest, supongo que de la última gran revuelta en 1956 contra el régimen instaurado por los soviéticos .

Pooco a poco la sociedad en la que él había vivido y a la que había vuelto de su exilio dorado centroeuropeo se va burocratizando, se va sometiendo a las consignas de Moscú y quienes no se someten son apartados en campos de trabajo o simplemente desaparecidos. La que fuera sede de la policía política de la época en la avenida Andrassy es hoy el museo del horror en el que se recuerda la tortura y la muerte de tantos.


En 1948 al escritor se le hace evidente que no puede pernacer allí ni siquiera callado, puesto que ni el silencio es permitido, porque podría ser muestra de reticencia. Un "humanista", como el mismo se considera, no tiene lugar en esa sociedad. Pero ¿qué era para él el Humanismo? "La constatación de que el ser humano es la medida de todas las cosas[...]el sentido último de la evolución, el desarrollo y el progreso[...] Una actitud humana que no espera ninguna respuesta mágica o milagrosa al problema de la muerte, ni pretende la solución de los problemas terrenales mediante fuerzas sobrenaturales[... ] pero precisamente era eso lo que había sido aniquilado en Europa" (pág 277). Y en su mente se abre paso la idea de que su única patria es su idioma, que llevará dondequiera que vaya. Y se va imponiendo la necesidad de salir del país, esta vez para siempre. Al cruzar la frontera "por primera vez en mi vida sentí miedo de verdad. Comprendí que era libre. Empecé a sentir miedo" (pág 441).

Todas estas páginas, a pesar o gracias a la cuidada traducción del húngaro realizada por Judit Xantus Szarvas, muestran un cuidado exquisito por el estilo. No hay nada excesivo ni grandilocuente, sino que casi todo está dicho en tono menor, como en un susurro. Es cierto que algunos pasajes se nos escapan a quienes desconocemos la literatura húngara de los dos últimos siglos (la de los restantes también, claro), ya que suponen una valoración de sus colegas en la escritura, pero áun así no dejan de tener el valor que unos juicios críticos poseen cuando son mesurados y razonados.

Pronto comprende que la Europa a la que él viajó en su juventud ya no existe y decide marchar a los EE.UU., donde sigue escribiendo en húngaro (?), como muestran estas memorias que redactó a finales de los años 60. Sin embargo, y como a su colega Zweig, este nuevo mundo no le satisface y acaba por suicidarse poco antes de acabara cayendo el telón de acero, en 1989.

Una vez más ha valido la pena cargar con el medio kilo suplementario en las alforjas, porque ayuda a no quedarse en la generalmente superficial visión del turista accidental en que nos solemos convertir en los viajes estivales.

José Manuel Mora

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Nuevamente por aquí?? preparado para un nuevo curso escolar?? LE
Pedro López Tárraga ha dicho que…
Hola José Manuel, vuelvo a la literatura de tu batuta, empiezo con "Confesiones de un burgués". Recomiéndame alguna obra de teatro de la muestra de teatro de autor contemporáneo español. Muchas gracias y un saludo desde La Mancha profunda.
Raquel Sánchez Lara ha dicho que…
¿Y qué opinas de "El último encuentro"?