La elegancia del erizo, de Muriel Barbery

¿Será esto la posmodernidad literaria?

Aunque parece que llego con algo de retraso a este libro, casi me da la sensación de volver a estar "en la pomada" con su lectura. Algo parecido a lo que me sucedió al conocer a Murakami y su Tokio blues, de la que di cuenta aquí hace años. Ésta era "del lado de allá", que diría Cortázar. La que voy a comentar es "del lado de acá". BARBERY, Muriel. La elegancia del erizo. Barcelona: Seix-Barral, col. Booket, 2010. Digo lo del retraso, porque en Francia se editó en 2006 (una enormidad para tiempos editoriales), alcanzó pronto la friolera de más de un millón de ejemplares vendidos y obtuvo el "Premio Librerías" de 2007, año de su publicación en España, aunque la edición en la que la he leído sea de 2010, como he dicho. ¡Ojo, con siete ediciones en menos de un año! Se ha hecho acreedora además a que trasladen la historia a la pantalla. Aquí creo que no se ha estrenado.
La tal Barbery no es una niña, anda ya por lo cuarenta tacos y es profesora de filosofía. Tal vez por ese detalle y el de uno de sus personajes se haya etiquetado su novela como libro para adolescentes. O mucho han cambiado éstos desde mis tiempos de enseñante o creo que no podrían soportar los excursos pretenciosamente "filosóficos" de la autora y de sus personajes. ¿Por qué la traigo a colación aquí, pues?


Pues porque en el fondo me ha hecho gracia. ¿Qué tienen en común una señora de 54 años, portera de una finca en la calle Grenelle, entre St. Germain y Les Invalides, el cogollito de París, para entendernos, y una niña de doce años, extremadamente inteligente, hija de gente que se puede permitir vivir en semejante sitio, ser de izquierdas y psicoanalizarse? Pues probablemente una sensibilidad extrema en ambos casos. Las dos son capaces de admirar la cultura "del lado de allá", bien a través del manga o los haiku en la pequeña (lo primero muy creíble, no así lo segundo), o de la cocina japo y el cine de Ozu para Renée, la mayor. Ambas viven en un entorno que desprecian y las dos tienden a esconderse: una tras su disfraz de portera y la otra tras su histerismo adolescente.

Pues bien: si uno acepta las lecturas marxistas de la portera, que conozca a Tolstoi, y su afición a la filosofía escolástica o al cine de la filmo por un lado y que la pequeña Paloma sepa quién es Jakobson o critique el psicoanálisis, es fácil dejarse llevar por el tobogán de estas dos vidas que acabarán coincidiendo gracias a su sensibildad y a lo común de algunos de sus gustos, de su capacidad de ver con ojo crítico a quienes las rodean, además de por la necesidad de reconocerse la una en la otra. Y que ambas encuentran al señor Ozu, qué coincidencia. La novelita acaba siendo muy francesa, aunque por aquí también se la pueda estimar. Aunque se supone que ambos personajes deben estar bien dibujados, pues son protagonistas a dúo, resultan algo esquemáticos. Además hay que decir que la señora no escribe mal; a veces es extremadamente delicada y posee aciertos expresivos que me han gustado. En otros casos se excede. Un divertimento amable. Ánimo, que a lo mejor le encontráis más gracia de la que yo le he visto, y eso que me ha hecho reír por momentos.

José Manuel Mora

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