Los viejos amigos, de Rafael Chirbes

El desencanto
 
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Tras el paréntesis nórdico he ido a la que, sin ser una continuación o una segunda parte, es la terminación de la saga que inició en La larga marcha, ya comentada aquí. CHIRBES, Rafael. Los viejos amigos. Barcelona: Anagrama, 2003. Como se ve, llego con casi un decenio de retraso, aunque ello da también más perspectiva a lo narrado.
 

La excusa del arranque de la historia es una cena de amigos, en los primeros noventa, treinta años después de sus correrías durante los estertores del franquismo. El recurso está algo visto. No será por ahí por donde la novela alcance el grado de excelencia. Muy pronto, el primero de los narradores, un constructor venido a más, pasa a rememorar su infancia en Denia, la misma que la del autor y que la mía, las mismas lecturas de tebeos, las mismas travesuras en grupo. Y de ahí a su salto a Madrid, donde se conforma el grupo de amigos que pretende reencontrarse: la universidad, las asambleas, las reuniones conspiratorias en los cafés y en los pisos compartidos; las ansias por cambiar el mundo mediante la acción política.

Pronto descubrimos que tras el primer espacio en blanco, quien sigue la narración no es el anterior, sino un pintor frustrado, enfermo de sida, vigilante nocturno en un hotel. La anécdota no se desarrolla en plan lineal, sino que éste va dando datos sobre sí mismo y otros que contradicen o complementan los que dio el primero. Le sigue la que quiso ser pedagoga y sin embargo presenta vinos, en una época en la que casi todos nos convertimos en aprendices de sumilleres; o la publicista que pasó por la comisaría de los grises y que ahora es publicista, después de haber intentado el salto a Europa. Termina con el escritor frustrado que, estoy seguro, lleva mucho consigo de los sinsabores y preocupaciones del propio autor. Y otra vez, como en su novela anterior, el acopio de materiales, de detalles de la cotidianeidad de la época, libros leídos, canciones escuchadas, viajes realizados...me ha puesto absolutamente en situación.

La cena los sitúa contrastándose mutuamente, y siguen ejerciendo la dialéctica de lo que pudo haber sido y no fue, de lo que desearon y de lo que consiguieron, de los amores iniciados y acabados de mala manera, "¿Qué hemos ganado?, ¿qué hemos perdido? Puta vida, ¿verdad? Nuestras ilusiones.", se adelanta ya en la página 8. Con todo, lo que más me ha interesado, junto al mantenimiento de la fuerza expresiva que ya señalé en la anterior, ha sido la capacidad de dar voz única, de personalizar a cada uno de los personajes, con sus obsesiones vitales, con sus registros lingüísticos propios, con sus tic expresivos. Acabamos viendo cómo, tanto si son aparentemente triunfadores, como si han fracasado en sus expectativas vitales, todos guardan un fondo de derrota existencial.

La transformación de los personajes corre pareja con la de la sociedad de la época, con la sucesión de gobiernos, desde el de Suárez hasta el de Aznar pasando por González y todos los consiguientes transformismos, con la desaparición de tanta gente por culpa del sida, con el destrozo del paisaje que al abrigo de los PAI acabaron alicatando hasta el techo todo el territorio. El paralelismo está muy logrado.


No es una novela nostálgica, con ese punto dulzón que tienen las remembranzas, sino amarga por cuanto de derrota hay en ella, ya digo, y porque los personajes presienten que la representación puede estar tocando a su fin. Como decía Gil de Biedma, "Que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde/ - como todos los jóvenes yo vine/a llevarme la vida por delante...". Y quién no, a los veinte años. La obra acaba con un cierto aire barroco, con el tópico tan deprimente del memento mori de las vanitas de los cuadros de esa época. Nuevamente, para la gente joven de mi edad supondrá una buena madalena proustiana, y para la juvenalia, un apasionado recordatorio de toda una generación. Pasen y lean.

José Manuel Mora

Comentarios

MBAD ha dicho que…
En vez de la cita que encabeza la entrada, podía haber elegido esta otra, con la que me he topado después: "Ya somos todo aquello contra lo que luchamos a los veinte años".
Es de José Emilio Pacheco, de su obra En resumidas cuentas.