Calle Feria, de T. Sánchez Santiago

 Creador de mundos

Una vez más, la catadora de paladar exquisito, mi amiga Isabel Tomás, pone en mis manos un libro que ,sin su sabio consejo, seguramente nunca hubiera conocido, a pesar de haber logrado el XI Premio de Novela Ciudad de Salamanca. Y quiero detenerme, antes que nada, en la materialidad del objeto libro: una sobrecubierta en color, mate, con el título en bajo relieve, y con la imagen que aparece a continuación y que sirve para ponernos en situación del ambiente en que nos vamos a mover durante sus más de quinientas páginas. Si lo desnudamos de su camisa, se nos muestra con sus tapas duras, en elegante negro con los datos antes vistos, pero esta vez en plata. Si nos adentramos en él, nos encontramos con las hoajs de guarda también en negro y la página de cortesía (¡qué antigüedad!), que se adelanta a la anteportada y a la portada propiamente dichas. Viene cosido, con amplios márgenes y una tipografía clara y cómoda. Un lujo, en fin, en estos tiempos de páginas de cristal líquido. Ya sé que soy un nostágico. 



Y "entremos más adentro en la espesura", que decía el otro. SÁNCHEZ SANTIAGO, TOMÁS.  Calle Feria. Sevilla: Algaida, 2006. Dos detalles biográficos del tal  Sánchez (de quien he de confesar que no había oído hablar): es un zamorano nacido en 1957, y además, poeta. Ninguno de los datos huelga aquí: el primero porque la calle Feria del título existe en Zamora, su ciudad; y el segundo porque su escritura es forzosamente la de alguien acostumbrado a pelear con el idioma. Luego volveré sobre ello. Es verdad que el libro ha recibido un premio de novela, pero no sé si los puristas de la clasificación admitirán su inclusión en ese género. Y me explico.


De la misma manera que Scherezade necesita inventar un cuento cada noche para sobrevivir, o que los jóvenes del Decamerón se dedican a contarse historias con las que entretener su forzado enclaustramiento, aquí nos encontramos con una serie de personajes, encargados de sus diferentes comercios ubicados en la susodicha calle, que recurren a la vieja táctica de inventar historias en las noches de verano sentados al fresco, "el serano", o en las frías de invierno en el inerior de la  sastrería.



Los personajes reaparecen en las diferentes secuencias y van desgranándolas, manejando el tempo narrativo de forma magistral para mantener el suspenso de los "escuchadores". En este menester, el crítico de cine, Mature, es una auténtico maestro (y aquí quiero incluir los comentarios del censor, impagables) con un final para la suya algo woodyallenesco, con perdón. En otros casos la narración viene servida en forma de diario roto de un barbero, "hacia 1966", única precisión temporal.. Es un auténtico "emparrillado de relatos", dice el propio autor. 

 Es cierto que hacia la mitad del volumen "Muñoz y yo" se convierten en los narradores alternativos de historias inventadas por ellos mismos, o no tanto. "También la verdad se inventa", que dijo el poeta. A ese respecto la supuesta visita a la calle de Federico y un su amigo (luego acaba siendo cierto su nombre en la dedicatoria del poemario lorquiano) resulta esclarecedora, porque como dicen los italianos, se non é vero, é ben trovato. Compiten en un más difícil todavía: uno marca el título y el otro ha de continuar la historia,  la de "zapateros, viajantes y comerciantes que, unos y otros, todos tenían aquella deliciosa relación inmediata con las cosas. Y tú y yo no les íbamos a la zaga sólo que apostamos por creer en las palabras, por levantar a pulso en palabras lo que podría esconderse tras el caparazón de aquellas vidas mínimas" (pág 471); o  bien, "jugando con ellas", se plantean un relato con predominio absoluto de la letra E, como si pertenecieran al Oulipo de R. Queneau. Todo concluye con "seis cartas náufragas", a modo de coda desde un presente incierto.


 Comentaba al inicio que no era menor la importancia de la otra actividad escritora de Sánchez: la poesía. Y así, junto a ese temple en el contar y en su sabiduría por llevar adelante la narración que tiene entre manos en ese momento, el libro es un prodigio de riqueza léxica (a veces se hace necesario echar mano del diccionario), de modismos que a mí, que he vivido tantos años en la vieja Castilla la Vieja, me sonaban en el oído tan familiares como, por ejemplo, la construcción con gerundio en vez de subjuntivo, "no siendo que se haga de noche". Y sobre todo una escucha muy atenta a la conjunción extraña de palabras en juegos sinestésicos o simplemente metafóricos que me dejaban sin habla, por lo novedoso y rico de su expresividad, como fogonazos verbales que iluminaban aquella realidad tan casposa de la España franquista y provinciana. Todo ello aleja el libro del tipismo y lo acerca a la autenticidad de unas vidas anónimas inventadas pero que, "recuerda que inventar significa en el fondo hallar. Y lo que se halla ha de estar antes ahí, en la dirección que se toma, acaso esperándolo a uno ya" (pág 384). Una gozada de libro, ya digo.

José Manuel Mora.

P. S. Qué mejor manera de celebrar mañana el Día del Libro, o de S. Jordi, o de D. Miguel y D. Guillermo, que leyendo. Así pues, ánimo y a seguir con la lectura que nos abre las ventanas de la imaginación y nos permite vivir vidas tan distintas de las nuestras para sí enriquecérnoslas. 

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