Tres veces 20 años

"Hacerse viejo no es para mariquitas"

Los caminos de la distribución (o eran los de Dios?) fílmica, al menos en Alicante, son inescrutables. Eso, junto con los que padecemos debilidad por los mitos actorales, me ha llevado nada menos que a las multisalas de San Juan para poder ver Tres veces 20 años, segundo largo de Julie Gavras, hija a su vez de otro mito de mi juventud, el inmenso Costa Gavras. Y la he podido presenciar a sala vacía, como en casa, pero a lo grande.

No hace tres semanas que también había ido a ver El exótico Hotel Marigold, que también trata el tema de la gente joven de mi edad. No la comenté por falta de tiempo, pero ya adelanto que ambas, sin ser "esenciales para la supervivencia", permiten pasar un rato agradable y presentan en pantalla a gentes que se salen del consabido patrón actoral que arrasa en el cine habitual: gente eternamente joven y, por ello, arrolladora.
En la de Gavras tenemos a dos personajes, Adam y Mary, a punto de cumplir los sesenta, que reaccionan ante el hecho biológico de forma contrapuesta: ella decide la actividad física (las escenas del aquagym me son tan reconocibles por mi afición piscinera), la colaboración en tareas altruistas, o con el grupo de presión de los "panteras grises", para sentirse activa y por tanto, viva; él, que ya ha coronado su carrera de arquitecto con un prestigioso premio, aunque su profesión le permite seguir trabajando mientras quiera, opta por meterse con un grupo de arquitectos jóvenes, en un proyecto que no es de su campo, para sentirse joven; cambia el vestuario para mejor luchar contra el hecho de envejecer, es tentado por la carne fresca. Y sin embargo, el espejo, los hijos, la mirada (o la ausencia de miradas, el volverse invisibles) de los otros los hacen enfrentar constantemente la nueva realidad. Ya no son jóvenes. Y eso contrasta con la propia percepción que, según uno de los secundarios, establece que nos solemos sentir con diez años menos que los que realmente tenemos. Doy fe de la verdad del aserto.

Es cierto que la peli está contada más desde la óptica femenina (el retrato de la mujer es mucho más profundo, y a la vez menos amable también) que de la masculina. Pero la reflexión es válida desde los dos campos. A la contrastada reacción de los dos sexos frente al envejecimiento, se une el que enfrenta a los sesentones con sus hijos, esos jóvenes que creen tener mérito por el hecho de serlo. Tal vez no son conscientes todavía de que la juventud es una enfermedad que se cura con la edad; y también con un entorno social que la ha sacralizado, al ser el modelo absoluto del consumidor. Y a la vez, la figura de la abuela nos pone de manifiesto que siempre puede haber gente mayor que nosotros. Y la que aquí aparece es vieja, pero no débil, como le dice su yerno.

Isabella Rossellini hace frente a un papel que la aleja de la imagen de anuncio de cosméticos, pero que deja claro que quien tuvo, retuvo. Expresivísima a la par que contenida, en esa mezcla que le propone el guión de entreverado británico-italiano, está estupenda. Al igual que el magnético William Hurt, que casi todo lo resuelve con miradas certeras. El ritmo de los desencuentros entre ambos y de la búsqueda, cada uno a su modo, del nuevo modo de estar en el mundo es muy fresco. No llega al ternurismo y la sonrisa no se nos cae de la boca. Una pega: la musiquilla repetitiva y molesta que acompaña las transiciones. Da gusto, sin embargo, poder reconocerse e identificarse con los personajes de la historia y su problemática. Cosas de la edad. De la mía, claro. Y, como dice el subtítulo de la entrada, tomado del secundario citado, "envejecer no es para blandengues" (así lo han doblado). Y si no, que nos lo digan a más de uno.

José Manuel Mora.

P.S. Los siete personajes que se van a vivir su jubilación a la India, en el Hotel Marigold, porque les resulta más barato que hacerlo en Gran Bretaña, también deben hacer frente a una cultura desconocida, a unas situaciones alejadas de aquellas a las que estaban acostumbrados. Y cada uno reacciona de un modo: quien se va adaptando por el principio de realidad; quien pelea por recuperar aquello que fue y que se negó a aceptar en su juventud; quien es derrotado en el intento y vuelve a casa; quien busca una nueva oportunidad. Aunque sólo sea por asistir al recital de Judi Dench o de Maggie Smith y el resto de veteranos, ya vale la pena. Además el Jaipur en el que se ambienta queda lejos de la tarjeta postal tópica y para mí, que estuve por allí hace un par de años, acierta en la selección de todo un mundo de detalles divertidos y absolutamente reconocibles. De las que ayudan a vivir.

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