Historia de dos ciudades; Dickens y su forma de contar la historia

Del horror novelado.

Como es éste un blog absolutamente personal, puedo exponer mis motivaciones a la hora de elgir mis lecturas, para que no parezcan fruto de la mente errática de un jubilado. Vi con doce años la película, cuyo cartel dejo, interpretada por  el inmenso Dick Bogarde, aunque yo entonces no supiera de su inmensidad. El horror que presencié, a pesar del blanco y negro, que hacía menos chillona la sangre, me conmovió profundamnete. Así  que, entre eso y que tenía la novela por casa sin leer,  y el asunto del centenario, me hicieron elegirla.


Creo que ya comenté, con motivo de la lectura de Hard Times (1854), que el ilustre escritor inglés, no se caracterizó por una ideología progresista en exceso, aunque su cristianismo y su bonhomía lo hicieran inclinarse hacia los desfavorecidos, mediante su sensibilidad social, abonada por sus penurias de infancia; como se hace evidente sobre todo en los títulos con niños incluidos: Oliver Twist (1837), David Coperfield (1849), La pequeña Dorrit (1855). Todas ellas dan muestras del crítico social que era. Pero una cosa es la imaginación y otra meterse en los berengenales de la Historia.


La edición que he manejado no tiene nada que ver con la excelencias que comenté en mi anterior reseña; ésta es en rústica, encolada y de tapas blandas. No todos los libros son iguales. DICKENS, Charles. Historia de dos ciudades. Madrid: El País, 2004. (Trad. Salvador Bordoy, del original A tale of Two Cities, de 1859). Cito estos datos, cosa que habitualmente no hago, porque la traducción me parece muy digna (aunque hay erratas que podían haber sido fácilmente subsanables con una relectura cuidadosa por parte del corrector de pruebas), y porque la fecha nos señala que estamos ante una obra posterior a las anteriores y de plena madurez. Fue publicada como las citadas, y como era costumbre en la época victoriana, por entregas.


Hace falta ser un consumado maestro en la narración para tener la planificación completa de la obra en mente, de modo que ninguno de los detalles que la integran estén de más. Hasta los más nimios, que uno podría creer que se deben a la precisión realista de la época, terminan sirviendo al acabado último. Todo tiene su finalidad para cuajar la estructura narrativa de un modo redondo. Y lo mismo sucede con los personajes. Hasta aquél que se podría suponer secundario acaba cumpliendo su misión en la historia, pienso en la señorita Posse, p.e. Las dos ciudades son Londres y París, por supuesto, y el autor nos retrotrae a 1775, poco antes del inicio de la Revolución Francesa, pero ya lejos del momento de la redacción del libro. La actuación desalmada de la nobleza de la época explicaría el estallido revolucionario, cuyo máximo exponente es la toma de la Bastilla, la prisión más famosa de Francia y en la que ha vivido encarcelado uno de sus protagonistas, el dr. Manette. 


Toda la narración bascula de forma suave de una ciudad a la otra, siguiendo a los protagonistas. Son "años de buen sentido y de locura; época de fe y de incredulidad; temporada de luz y de tienieblas; primavera de esperanza, invierno de desesperación; [...] Aquél periodo era, en una palabra, tan semejante al actual, que algunas de sus personalidades de más renombre pedían que le fuesen aplicados , exclusivamente en lo bueno y en lo malo, los calificativos extremos" (pág. 11). Tiempo de fuertes contradicciones, pues, que Dickens retrata con la expresividad que le caracteriza. Casi toda la historia está contada desde la óptica masculina. Es desde el interior de ellos desde donde podemos captar su visión del mundo o sus sentimientos. Los personajes femeninos, como Lucie, o como la sra. Defarge, tienden al esquematismo maniqueo, siendo cada una de ellas, uno de los extremos a los que la cita hace referencia.  Y es ese exceso de sentimentalismo, tan de la época por otra parte, lo que puede hacer que suene algo antigua a un oído actual.
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Cuando la fronda revolucionaria se desate en la última parte del libro, "las carretas de la muerte avanzan con estrépito, chirriantes y siniestras, por las calles de París. Seis son las que hoy acarrean su ración de vino a la guillotina" (pág. 463), la muchedumbre colérica se habrá convertido en turba desatada de rasgos animalescos.  Es cierto que el terror se llevó por delante incluso a alguno de los más  conspicuos representantes de la Revolución, pero también lo es que aquí el autor ha tomado parte por sus criaturas y que parece haber olvidado las razones de la opresión tantas veces caprichosa y enormente injusta que llevaron al estallido. La novela es muy decimonónica y, o se entra en esta forma de contar, o es posible que pueda resultar poco creíble en alguna de las situaciones. En muchos momentos puede funcionar como novela de aventuras, a las que tan aficionado era el autor, con toques de romanticismo, típicos de su juventud y que tanto debían complacer a sus lectores. Hay aquí menos humor y menos sátira que en otros de sus títulos. Sin embargo el ritmo que Dickens imprime a su narración es en muchos momentos enormemente cinematográfico, la marcha nocturna hacia Dover en los inicios del libro, p.e. No en balde sus obras se han llevado al cine en incontables ocasiones. Creo que puede ser una lectura entretenida y aceptable si no se juzga con la óptica actual, sino con aquella del momento en que se escribió.

José Manuel Mora.

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