Biblioteca Municipal de Estocolmo


Cosas de la socialdemocracia sueca

Lo primero que llama la atención  al aproximarse uno a la Biblioteca Municipal de Estocolmo es la cuestión volumétrica y su entorno natural. Ubicada en el centro de la ciudad, a diez minutos a pie del núcleo de comunicaciones que supone la estación central de trenes y autobuses, destaca porque dichos volúmenes no responden al resto de edificaciones de la zona noble, tan finisecular (me refiero, claro, a finales del XIX), que puebla el entorno. La obra corresponde a 1928 y se considera la primera en introducir los nuevos síntomas de arquitectura racionalista en los países nórdicos. En este caso se trata de un enorme cilindro incrustado en una paralelepípedo de mucha menor altura. El ladrillo visto, con su rojo característico, destaca entre un entorno verde restallante, todo diseñado por el mismo arquitecto.


El responsable de la edificación es Gunnar Asplund (1885-1940), como reza el rótulo de la puerta principal, junto a la fecha de su construcción. Al fondo de la foto se ven algunas de las edificaciones a las que me refería, tan parisinas ellas, con sus buhardillas en lo alto y los tejados de honda pendiente para ayudar a las nieves a deslizarse. Mientras este estilo romántico era el imperante, Asplund se plantea unas formas que algunos consideran una nueva concepción de lo neoclásico (como se percibe en la decoración interior, con ilustraciones de la Ilíada), pero con líneas más libres y orgánicas que intuyen la tendencia racionalista imperante en Alemania y Francia en esa época.


Mi entrada al edificio la realicé por la puerta sur, la secundaria que, a pesar de serlo, mantiene la misma altura del jambeado que la principal, de todo punto imponente. A la derecha se encuentra el servicio de cafetería, con zona wifi para que la gente pueda descansar o conectarse de forma personal desde su aparato portátil. A la izquierda se halla el ingreso hacia la zona infantil, que como ya es habitual, incluye los carritos a la altura de las manos de las criaturas, para que sean ellas quienes se sirvan y se vayan educando en la satisfacción de sus curiosidades. Al fondo de las diferentes salas, se entra en un teatrito mínimo para pequeñas representaciones o para los cuentacuentos con una preciosa decoración mural, que haría las delicias de mi amiga Dolors Insa. Todo ello se puede ver en el vídeo final.


Dejo aquí la foto de uno de los bajorrelives de la entrada que ponen de manifiesto como decía antes, la inspiración neoclásica, con motivos tomados de Homero.  A un lado y a otro, los estucos en negro flanquean el ascenso por la escalinata, bastante oscuro en verdad, hacia la sala principal, en el eje del tambor cilíndrico que veíamos desde fuera. 

 

Y entonces llega la siguiente sorpresa:  el acceso, a través del detector de metales para evitar "distracciones", a la sede de los mostradores de atención a los usuarios, además de la batería de ordenadores que permiten a cada quien realizar sus propias búsquedas. El espacio está coronado por una cúpula casi plana, pintada de blanco hueso, lo que proyecta una luz matizada refleja de la gran lámpara que cuelga en us centro, además de que el tambor está asaeteado de ventanas que permiten la entrada de la luz natural, de la que tan escasos están en invierno en estas latitudes.
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Son tres niveles de estanterías en círculo, con sus escaleras para subir hasta lo más alto, que permiten el acceso directo y la búsqueda en las distitas secciones que vienen indicadas en las cartelas que coronan cada zona. Esto, que hoy puede parecer una obviedad, fue otra de las innovaciones que Asplund incorporó al diseño de la biblioteca y que él se trajo de su visita a los EE.UU. Como bien saben quienes han prestado servicio en una biblioteca, "libro descolocado, libro perdido". Así que, de la misma forma que cada quién se sirve según sus gustos y necesidades, los libros que se devuelven o que después de ojear/hojear, uno decide no llevarse, quedan al albur de las mesas existentes a la espera de que el experto los vaya recogiendo y depositando en un carrito para reubicarlos en su sitio justo.


Todo destila racionalidad, orden, calma, silencio, por supuesto. En los tres puntos cardinales restantes, además del de la entrada, se halla el acceso a diferentes secciones, éstas sí con mesas de lectura y cada una de ellas con su experta (son casi todo féminas), todas conectadas en red, las expertas, digo. Todos estos detalles en la concepción de su diseño y en su realización la convirtieron en modelo para muchas otras que se proyectaron después en Suecia.


Al estar todo en riguroso sueco y entender sólo algunas de las cartelas, di por supuesto que la organización era decimal. Acabé preguntando y la señora me informó de que, al no ser general ni universitaria, se había confeccionado una clasificación específica de acuerdo con las características de los fondos que alberga. La señora me mostró unos folios donde se explicaba la organización, en sueco, por supuesto, y no pude acabar de saber a qué respondía la aparentemente perfecta colocación que yo estaba viendo.


Al salir de esta akrópolis del saber, que es como fue concebida en lo alto del cerro del observatorio, envidié una vez más a los suecos, que han sabido dotarse de una sociedad cohesionada, respetuosa, en la que los impuestos siempre fueron fuertes y racionales, pues sólo con el dinero de todos bien gestionado, se pueden plantear servicios comunitarios de esta calidad. Justo lo contrario de la teoría que acabó imponiendo Margarita Thatcher, que suponía reducción de impuestos, privatización de servicios, y que cada palo aguante su vela. Y de aquellos polvos, estos lodos....

José Manuel Mora.

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