El ardor de la sangre, de la Némirovsky

 Muy francés...

 Alguna vez tenía que ser la primera, cosa que va resultando cada vez más difícil a mi provecta edad. La ocasión, un viaje a Uppsala, Suecia, con "los piratas del aire", que limitan al máximo bultos y peso. La responsable última, una antigua alumna aventajada, Perezar,  que me la sugirió y me proporcionó el enlace. Y así he estado una semanita ocupando las noches claras del norte con esta lectura reposada de alguien que ya con la primera novela que de ella leí, El baile, aquella historia de la adolescente que provocaba un auténtico caos en su familia, me dejó fascinado. NÉMIROVSKY, IRÉNE. El ardor de la sangre. Barcelona: Salamandra, 2007. Cito como siempre hago, pero, ¿cómo se cita un libro electrónico? 


 Como estoy convencido de que se trata de una autora minoritaria, diré algo a propósito de una mujer con un destino muy adverso, que otros se encargaron de forjar. Ucraniana de origen (1903-1942), tuvo que emigrar con su familia huyendo de la Revolución, a Francia, país del que acabó tomando la nacionalidad. A pesar de sus estudios en la Sorbona, de que el francés fue su idioma de adopción, y su lengua literaria, y de haberse convertido al catolicismo en 1939, y a pesar de su pasaporte y matrimonio, su origen judío la acabó llevando a Auschwitz.


El libro que comento no llega a la categoría de novela, sino que es más bien eso que los franceses llaman nouvelle, (por oposicíon a roman) para hablar de un relato cuya extensión sobrepasa la de un cuento sin llegar a la primera categoría. Su editor comenta en nota inicial que se encontró póstumamente en un archivo, el IMEC (Institut de Memoires de l 'Edition Contemporaine, ¡oh, la importancia de los archivos!), unas treinta cuartillas de "limpia y apretada prosa", y nunca mejor dicho, puesto que aparecían sin tachaduras, con letra pareja, como algo que se da por definitivamente acabado. Y se animó a publicar lo que sería ya algo póstumo.


El ardor al que hace referencia el título es, claro está, el de la juventud, pero visto desde la atalaya de la vejez, o de lo que se siente como tal, cuando todo parece apaciguarse y se recuerdan las pasiones primeras con la obligada distancia, lo que también permite un espíritu más comprensivo.
Hoy estoy solo.Han caído las primeras nieves. Esta región del centro de Francia es tan agreste como rica. La gente vive metida en casa, encerrada en su propiedad, desconfía del vecino, recoge su trigo, cuenta su dinero y no se ocupa de nada más (pág 5). Es esa burguesía pueblerina, metida para adentro, que yo descubrí en mis años bordeleses con gran sorpresa, por las diferencias existentes con el Alicante de entonces. Cuando todo parece acomodado a que nada suceda y eso se considera algo así como la felicidad, una muerte viene a alterar el status quo, lo que provoca también la apertura de las viejas heridas que se creían cicatrizadas. Y, bajo el espeso silencio de la supuesta indiferencia de los otros, se va planteando la búsqueda de lo realmente sucedido y sus porqués. Nadie, ni el narrador, saldrá indemne de estas pesquisas. Novelita breve, pero intensa, con las descripciones justas para mejor entender los sucesos, y con una pintura de caracteres cerrados y fríos, bajo cuya apariencia crepitan los ardores juveniles que tanto hacen sufrir, a la vez que tanto gozo procuran. El final me ha parecido algo precipitado, pero al quedar casi abierto, permite elucubrar sobre la posible continuación. Muy recomendable.

José Manuel Mora

P.S. Un último apunte que tiene que ver con la "edición" del texto digital: sin justificar, con finales abruptos de página que yo creía de capítulo, me ha resultado extraña y poco agradable a la vista. Vaya esto como compensación a la comodidad del aparatito y el poco espacio que ocupa. Tal vez las famosas "tabletas" permitan una lectura más ordenada y clara de lo que se pretende el futuro. Yo, mientras tanto, sigo haciendo bíceps al sostener las 854 págs. del libro que pronto pasaré a comentar y que son palabras mayores. Vale.  

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