Yo confieso, de Jaume Cabré

Opus Magnum 

Para el curioso lector de estas páginas supongo que se habrá hecho ya evidente que leo con absoluta libertad. A veces me dejo llevar de la intuición, otras de una referencia en un  periódico, muchas, de la sugerencia de alguien de quien me puedo fiar...No todo lo que voy leyendo en este tercera etapa de mi vida viene con el marchamo de la obra maestra (a veces son lecturas a destiempo, otras claramente equivocadas). Bastará echar un vistazo a mis comentarios. Hay otra cuestión, y es que, con la edad, el deslumbramiento ante una lectura de mis años de estudiante ha ido cediendo paso a aquel dicho de un profesor de Literatura que tuve: Nihil novum sub sole ("Nada nuevo bajo el sol", para los de ciencias).  Y así, a veces tiene uno, cuando lee, la sensación de déjà vu. Sin embargo, ya lo adelanto desde el inicio, creo que el que paso a comentar es un verdadera "obra magna". Desde aquí, gracias a mi sugeridora favorita, mi amiga Isabel.


CABRÉ, JAUME. YO CONFIESO. Barcelona: Ediciones Destino, 2011; trad. de Concha Cardeñoso, 848 págs. en tapa dura, primorosamente editadas, con esa rareza de hojas de guarda, páginas de respeto, antecubierta, cubierta, libres de cloro y por tanto ecológicas...todo aquello que explicaba en Edición y Comercio y que cada vez más va pareciendo una antigualla, y si no que se lo digan a la ¿edición? de mi primera experiencia electrónica.  Como viene a cuento con el título, yo también debo confesar (ya se sabe, excusatio non petita, acusatio manifesta): podría haber intentado su lectura en catalán, pero el grosor y la pereza del Vocabulari, al meu costat, me disuadieron, junto con que ambas versiones se han publicado a la vez, cosa poco común.


Del autor he de confesar que no había oído hablar, mea culpa de nuevo, es verdad que no se puede estar a todo. Y sin embargo no es un primerizo. Ya lleva varias obras publicadas con anterioridad y, como no suele suceder por estos pagos, con un gran eco en Alemania, Italia y Francia. Cataluña ya lo había reconocido con el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes de 2010 y también ha sido galardonado con el Premio de la Crítica al mejor libro en catalán. "Un chico joven de mi edad", que ha volcado parte de sus recuerdos y vivencias infantiles en la figura de Adrià Ardèvol, el protagonista de la novela, muchos de los cuales puedo compartir, como sus referencias a a los tebeos de mi niñez a través de la figura de Águila Negra, el gran jefe arapaho (¡Jau!), o del sheriff Carson.


La imagen, captada para la propaganda editorial, es la de un storioni, un violín con pedigrí, como los stradivarius, pero procedente de Cremona, Italia, propiedad de la familia Ardèvol, y cuyos avatares vamos a seguir a lo largo de las páginas. Ésta es una de las razones que le permiten al autor navegar por tiempos y espacios distintos. A ello se añade que, junto con la peripecia novelesca del violín, hay en Cabré un afán de reflexión sobre el problema del mal en el mundo y, junto a él, lo que al personaje, ya adulto profesor universitario, le parece aún más inquietante, la crueldad como algo inherente a los humanos y para la que él no encuentra explicación: "De pronto entendí que siempre había estado solo, que nunca había podido contar con mis padres, ni con un Dios al que encargar una búsqueda de soluciones" (pág. 13).   Eso le lleva a un recorrido por Europa, desde la Edad Media hasta el s.XXI, para reflejarla en grupos humanos opuestos pero que comparten ideología y métodos: La Inquisición, o los nazis. Se imbrican así dos líneas argumentales: la de una novela de aprendizaje/descubrimiento, con esa reflexión sobre el mal, que es algo más colectivo.


Y como decía D. Fernando (Lázaro Carreter en el mundo) en sus clases de Crítica Literaria, fondo y forma se implican mutuamente de tal modo que cuando no van juntos aparecen los caprichos ininteligibles o las ausencias de coherencia narrativa. Y aquí la hay a espuertas. Veamos. Todo el libro consiste en una carta interminable del narrador a la persona que amó siempre, Sara Voltes-Epstein (judía, como se puede suponer por el último apellido). Pero la carta se escribe desde el borde del Alzheimer, con lo cual no es de extrañar que el hilo narrativo no sea lineal sino que se produzcan constantes saltos en el el espacio/tiempo, lo que obliga a ser un lector activo, como quería Cortázar, o exigían G. Márquez, Vargas, Carpentier, Fuentes con sus narraciones tan novedosas en el entonces de mi juventud. Hay que estar muy atento para no perder el hilo de Ariadna y quedar atrapado en el laberinto del fiero Minos. 

Y no sólo los elementos argumentales van variando desde una mente que empieza a estar confusa, sino que el escritor se/nos propone una gimnasia mental terrible y gozosa: el punto de vista pasa del narrador en primera persona, ese que escribe la carta, al narrador en tercera, omnisciente, que sabe lo que el personaje podría desconocer, pero que puede investigar por su condición de filólogo y coleccionista de viejos textos. De hecho todo el libro se podría considerar un palimpsesto, ya que Ardèvol lo escribe por la parte trasera de las cuartillas en las que ha garabateado un ensayo sobre el mal (el personaje siente aversión por los ordenadores y escribe a pluma). Y el escritor pasa de un punto de vista a otro, de una época o un lugar a otro sin advertir de ello, a veces en el mismo párrafo, lo que nos obliga a replantearnos quién cuenta en ese momento, a quién, de qué se habla entonces..."Los dos niños se fueron a la habitación y por el camino me dijo Bernat, dime, ¿de qué va, eh?" (pág. 121); en una sola frase el escritor pasa de la 3ª persona a la 1ª, e incluye la transición del estilo indirecto al directo sin marcas de diálogo. En otros casos la técnica es diferente:
"Sara leyó los nombres con curiosidad
-¿Quiénes son?- dijo el comandante."
Y como en juego malabar, aquí sí con el uerba dicendi introductorio, el que pregunta no es la que se ha sentido curiosa, sino otro personaje igual de curioso pero en un tiempo y un espacio diferentes. Como en el ejmplo siguiente 
"Su ilustrísima tragó saliva ante la negra mirada de Eimeric [...]
-Lo cierto es que no soy teólogo.
-Yo tampoco soy ingeniero, pero he logrado que los crematorios de Birkenau funcionen" (pág 329).
Aquí tampoco quien contesta es el inquisidor Eimeric (s. XIII), sino un Oberlagerfürer del campo de concentración.


Dejando aparte todas estas cuentiones técnicas a las que no me he podido sustraer por el antiguo filólogo que fui, la novela resulta apasionante, tanto por la trama intrincada y plural, como por la temática variada y honda. A los ya expuestos se unen el de una amistad de infancia que se mantendrá a través del tiempo, la de Adrià y Bernat. El amor de Sara, perdido y recuperado. El de la familia, origen de todos los males, "Todo yo es un error, empezando por la familia en la que nací" (pág. 805): un padre que sólo quiere que su hijo sea un estudioso políglota, que acabe haciéndose cargo de su afán coleccionista, "El objeto del coleccionista: la satisfacción de poseer rarezas" (pág. 479); y una madre que lo que desea para su hijo es que sea violinista., sin preguntar ninguno de los dos qué es lo que el hijo quiere. Ambos exigen pero no le dan cariño. Y sobrevolando todo el problema de la culpa ¿será hereditaria? ¿podemos hacer que se nos perdone o cargamos con ella para siempre? 

Todo ello en un estilo polifónico en el que la adecuación a la persona que habla/narra  (el viejo decoro poético) es siempre la justa; y así vamos de la expresividad juvenil "la puta gana", a la exquisitez del profesor de universidad, avezado melómano y lector infatigable. No sé si el escritor tenía ya ex ante todo este acerbo de saberes (música, filosofía, lingüística, historia) o se ha tenido que documentar para adquirirlos y usarlos con absoluta propiedad. De lo que conozco algo, la Literatura, es un disfrute ver como va dejando citas sin comillas de Espriú, Rosalía, Coseriu y tantos otros que se me habrán escapado. 

Cabré/Ardèvol escribe, creo, para combatir la sensación de soledad, para crear mundos, para intentar una comunicación imposible, para contener el olvido, el propio y el de la colectividad. Pienso que puede ser una buena opción de libro del verano, sobre todo para quienes no se arredren ante tanta complicación aparente como la que he mostrado en estas líneas. Además está servido en una traducción impecable, cosa harto difícil en idiomas cosins-germans en los que tan fácil puede resulta confundir el "contar" con "explicar", por ejemplo. Una obra magna, como decía al inicio. Que lo disfrutéis, como he hecho yo.

José Manuel Mora


P.S. Dejo una parte pequeña de la entrevista que le hacen al autor los de La Dos.

http://www.rtve.es/alacarta/videos/miradas-2/miradas-jaume-cabre/1197181/

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