El irlandés, la peli, no "el errante" (¿O era el holandés?)

De la idiosincrasia irlandesa

Vaya por delante  que no creo que exista tal cosa. El invento, como es bien sabido, corresponde a alemanes y británicos decimonónicos. El concepto suele servir para burlarse de, y denigrar a  otors grupos humanaos; o bien para ensalzar a quienes se considera superiores por el simple hecho de haber nacido en un sitio, cosa que todo el mundo hace (lo de nacer en un sitio, digo). Ambas caras de la misma moneda trajeron consigo desastres inolvidables en la Europa de mediados del XX y, más próximo a nosotros, en los Balcanes. Pienso que existen los individuos que conforman un grupo, cada uno de su padre y de su madre, y que como máximo pueden tener algunas características comunes dadas por la geografía, el clima o la actividad que desarrollen. Pero las etiquetas, además de facilonas, falsean la complejidad de los humanos.


Vayamos pues a la peli. De entrada, una precisión referente al título: lo que aquí se ha traducido como El irlandés, correponde en el original a The Guard (lo que se ajusta más a la historia que se nos cuenta), obra primeriza de John Michel McDonagh, que firma además el guión.  Se trata de la historia de un poli que queda retratado desde la primera secuencia de la cinta, con su reacción ante el accidente de unos jóvenes que conducen pasados de vueltas. Vive solo, le gusta la cerveza, es un putero, tiene un peculiar sentido del humor y conoce su oficio. Se trata del actor de ese país, Brendan Gleeson, "nominadísimo" que decimos los británicos, por su trabajo en el filme.


Pero como dice un tipo absoluatamente secundario a modo de colofón, a un personaje le añades uno complementario por lo diferente, unos cuantos "malos", algo de movimiento y ya tienes una historia.  El encargado del encarnar al alter ego policial es el estadounidense Don Cheadle, un agente del FBI, a quien hemos visto en otras pelis norteamericanas (con permiso de Canadá). Le da la réplica sin casi mover un músculo, con contención y bastante retranca, aunque no inicialmente. Le cuesta aceptar las bromas, tan políticamente incorrectas,  de la persona con la que habrá de trabajar.


Y luego están "los malos", narcotraficantes también muy especiales, capaces de matar por la espalda o de citar a Nietzche, entre otras cosas. De sangre fría, crueles sin sentido y sin que le vean demasiado a la tarea que realizan. ("¿Cuánto dinero hace falta para ser feliz?").  Con todo ello el director ha levantado lo que a veces, ayudado por la banda sonora de lagunos momentos nos recuerda a un western; en otros casos el aire de thriller es evidente. Y todo el tiempo el tono de comedia descacharrante, sin llegar a lo casposo del Torrente patrio, que lo mantiene a uno con la sonrisa en la boca, cuando no con la carcajada abierta en algunas réplicas.


La manera de ser de los dos personajes se escapa del estereotipo nacional de cada uno y responde más a una manera de estar en el mundo. A pesar de las diferencias acusadas en la forma de trato y de trabajo, la amistad y la solidaridad acabarán brotando entre los dos. Tan sólo hay una definición colectiva en todo el guión (lo siento por la RAE, la palabrita para mí no deja de ser bisílaba, por mucho que en Latinoamérica suene como monosílabo): "Los irlandeses no olvidamos".
 

Lo que sí hay  es un conjunto de paisajes de la costa irlandesa (Connemara) que me han recordado la luz de los atardeceres que viví cuando anduve por allí. La peli tiene un final abierto por no caer del todo en la fórmula del final feliz que se mencionaba en la cita de más arriba. Película pues inteligente, divertida, sin ser zafia, y que mantiene el interés a lo largo de todo su metraje. 

José Manuel Mora.


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