Elefante Blanco, de Pablo Trapero

Las "villas miseria"


De la selva a la selva. Del Amazonas a una "villa miseria" bonaerense. La primera vez que oí hablar de estas aglomeraciones urbanas (?) fue en mi lejana estadía en Burdeos, en 1972. Unas mendocinas me comentaron del trabjo de colaboración que llevaban por allá muchos universitarios, inquietos ante tanta injusticia, ante las abismales diferencias sociales en Córdoba, en Mendoza, en Buenos Aires, en todas las grandes conurbaciones. Desde los años cincuenta se habían ido produciendo estos asentamientos humanos de gente que procedía del campo y quería mejorar su situación dando el salto a la urbe. Muchos de ellos fueron caldo de cultivo para la concienciación de muchos jóvenes argentinos que acabaron convertidos en "montoneros" y masacrados o desaparecidos luego por la dictadura de Videla.


 Tiempo después, en el 82, tuve ocasión de enfrentarme en directo a aquellas realidades, esta vez en los "pueblos jóvenes" de Lima, subidos en los cerros o en medio del desierto capitalino. Eran versiones en extenso de un fenómeno que aquí, en España, había ido apareciendo por las mismas fechas: el Pozo, en Madrid, La Coma en Barcelona y tantos otros andurriales. Y, junto a los estudiantes colaboradores, fueron surgiendo los aquí conocidos como "curas obreros",  malamente tolerados por la jerarquía, que veía con preocupación su creciente compromiso político, al revelarse insuficiente el religioso, o el meramente humano. 

Ese es el medio que ha elgido Pablo Trapero para ubicar su historia, puesto que firma el guión, además de la película. Los años no han pasado mientras tanto en balde y la realidad, siempre cambiante, también ha dado la vuelta a la realidad de estos asentamientos humanos. Lo que antes eran focos de pobreza, con lo que de violencia ésta comporta, ahora son además reducto de los clanes de la droga, enfrentados por el reparto del pastel. Violencia sobre violencia. Desastre sin límite.


La película capta bien el esfuerzo sobrehumano que realizan estos hombres consagrados a Dios a través de la lucha por la mejora de las condiciones de vida de sus criaturas. ¿Quijotes imposibles? ¿Gente en verdad generosa, que seguramente es consciente de lo poco que pueden hacer? Hay también una asistente social  que pondrá en aprietos al posible sustituto del párroco. El ambiente está espléndidamente captado: las pistolas omnipresentes, que hasta los críos manejan, los enfrentamientos con la policía federal por la defensa de un predio que se ha tomado para ensanchar la barriada. La brutalidad es la misma que en cualquier otra represión, incluso las más cercanas de estos días.


Es verdad que los conflictos vocacionales, de compromiso, con la autoridad, no llegan a a estar expuestos con la suficiente hondura, pero también lo es que, al venir servidos por el inmenso Darín, que hace creíble cualquier papel que encarne, y los muy en su sitio Jérémie Renier y Martina Gusman consiguen que el filme se mantenga dentro de una dignidad más que aceptable, además de introducirnos en toda esta realidad tan lejana, pero que puede convertirse en algo cercano, si siguen las cosas como van.


Dada la situación de la cartelera veraniega por estos pagos, como cada año por otra parte, ésta puede ser una buena opción para pasar un rato al fresco de los aires acondicionados de la sala de un cine. Ya han estrenado otra, irlandesa, y de un cariz totalmente diferente, que procuraré ir a ver la semana próxima. Ya contaré.

José Manuel Mora.



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