El Mundo, de Juanjo Millás

Puro Millás

No acostumbro a leer los premios Planeta, aunque en estas páginas ya se acumula más de uno. A pesar de su prestigio editorial, y sobre todo comercial, creo que suelen ser premios concedidos antes de que se abran las plicas según los intereses de los editores. He de confesar que los miembros del jurado que otorgaron en 2007 el galardón al libro que voy a comentar hoy gozan de mi admiración: Blecua, Bryce, Gimferrer, Puértolas, Pujol, Posadas. Si además el libro en rústica acompañaba a mi diario a diario (Cortázar al fondo), resultó fácil caer en la tentación. Máxime siendo un fan declarado de su autor en tanto que articulista.



MILLÁS, Juan José. El mundo. Madrid: El País, 2012. Revisando mi maltrecha memoria, ayudado por los estantes de mi biblioteca, descubro El orden alfabético (1998), del mismo autor. La he borrado por completo de mi mente ¿Tan anodina me resultó? Ni con los paratextos consigo recordar su argumento o la impresión que me causó. Eso me pasa por no llevar control de lecturas por aquella época, pero con las clases, su preparación y las dichosas correcciones ya tenía bastante. Lo que sí sé es que el Millás articulista me resulta atrayente por la aparente sencillez que para él tiene situarse en una perspectiva diferente de la habitual, distorsionada por el enfoque que adopta, lo que hace que todo lo vea con ojos sorprendidos, a la vez que con hilaridad o lengua afiladísima en su visión crítica. Y con él nosotros, sus lectores.


El artefacto novelístico que he tenido entre manos estos días parte de una calculada ambigüedad: ¿se trata de una novela autobiográfica, como sugiere que muchos de los hechos que en ella se cuentan se correspondan con los de la biografía del autor: infancia valenciana, pronto traslado a Madrid, trabajo en Iberia, títulos de sus libros...? A ello se sumaría el que esté contada en primera persona. O bien no es más que un artificio literario que supone la invención de un protagonista que coincide con algunas de sus características para levantar una narración en la que lo que de verdad interesa al autor son otras cosas...


Hay al principio del libro una frase que parece una declaración de intenciones, no se sabe si del autor o del narrador: "Si se ha tenido frío de niño, se tendrá frío el resto de la vida" (pág. 13). Y eso suce cuando a uno lo arrancan del tibio borde del Mediterráneo para transplantarlo a la meseta castellana de inviernos tan duros. Pero no es sólo el frío, sino las carencias propias de la posguerra; él es de 1946 y parece que su personaje es también de esa época: "Era un mundo hecho a la mitad: teníamos la mitad del calor que necesitábamos, la mitad de la ropa que necesitábamos, la mitad de la comida y el afecto que necesitábamos para gozar de un desarrollo normal, si es que hay desarrollos normales" (pág. 15). Pronto empieza a poner en entredicho su vivencia. A lo mejor no se trata más que de la expulsión de ese paraíso que es la niñez, al abrigo del brasero y de la madre, aunque la del narrador parece saberlo todo, lo que lo deja siempre inerme ante ella.


Junto a estos elementos que puedo casi compartir por ser coetáneo suyo, me interesa del libro otro elemento típico de Millás, su vocación de escritor, la concepción que él tiene de esa tarea: "Concibo la escritura como un trabajo manual. Cada frase es un circuito eléctrico. Cuando accionas el interruptor, la frase se tiene que encender (y vaya si lo consigue, esto es mío). Un circuito no tiene que ser bello, sino eficaz. Su belleza reside en su eficacia" (pág. 27). Todo un programa. Parte de ese trabajo manual Millás lo elabora a partir de una conciencia despierta del uso que hace de las palabras, de las comunes ("Las palabras adquirieron algunas cualidades de los objetos sólidos", pág.68) y de las que implican juego metafórico ("El hielo, aquellas barras traslúcidas que al acariciarlas se deshacían dejando en la mano una lámina de agua", pág. 49). 


Y, por supuesto, de su gusto por la paradoja: "Quizá en los momentos de mayor infelicidad alcanzaba un raro éxtasis de dicha" (pág. 34). O esta otra, de mayor enjundia: "No sería capaz de establecer dónde se encontraba la frontera entre el sueño y la vigilia, ni siquiera qué me ocurrió a un lado y qué al otro de esa frontera" (pág. 51). Estas dicotomías son constantes, como veremos, y ésta que acabo de mencionar es importantísima porque "La frontera [es] la tierra de nadie, la no pertenencia, el territorio de la escritura" (pág. 53; la negrita es mía). Y es desde esa frontera en la que el autor se mueve la que le permite sus intentos de "alcanzar el otro lado [...] De eso en parte tratan estas páginas" (pág. 67), con el consiguiente extrañamiento de todo lo que le rodea, ya que "en torno a lo irreal se articulaba lo real: siempre ha sido así (pág. 110). Y más adelante " Un mundo en el que siempre había una vida oculta en el interior de la manifiesta" (pág. 192), como la que hay al otro lado del espejo de la Alicia de Carroll, visión con la cual el mundo de Millás creo que guarda concomitancias.


Lo relativo a una simple coma, que el protagonista no sabe si la niña que lo encandilaba formuló como pausa, o fue puesta por él, lo lleva a la siguiente reflexión: "Eres escritor porque la pusiste tú (le dice ella al narrador), porque generaste recursos para contarte la realidad modificándola al mismo tiempo que te la contabas", (pág. 153). ¿No es estupenda la definición? Idea que se completa con aquella otra del bisturí eléctrico que manejaba su padre: "Fíjate, Juanjo, cauteriza la herida en el momento mismo de producirla" (pág. 8), como le sucede a él con la escritura. Un detalle más: la importancia que tuvo para el protagonista (¿Millás, el narrador?, qué más da...) el hecho de la lectura "Pasé de no leer nada a leerlo absolutamente todo. Y la lectura se convirtió en una grieta por la que podía escapar de aquella familia, de aquella calle, de aquel barrio, de aquella opacidad" (pág 186).
Al antiguo profesor de lengua que fui le resulta divertido, inquietante, inteligente, sorprendente todo este mundo doble que subyace en la escritura del autor valenciano, y aunque sé que hay críticos que han leído el libro desde una óptica psicoanalítica (y ahí está el episodio de las cenizas de sus padres que tiene que lanzar al Mediterráneo de su infancia), yo prefiero quedarme en la vertiente del juego verbal, latu sensu. Tan seria. Realidad convertida en ficción gracias a su infatigable distanciamiento de las perspectivas trilladas. Algunos hablan de divertimento. Si es así, yo me he divertido de lo lindo.

José Manuel Mora.



Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Muy buen análisis.