Unas botella en el mar de Gaza, de Thierry Bibisti

Una relación difícil

A veces la gente deja de prestar atención en las noticias a los hechos que, por repetidos, dejan de ser novedosos. Sucede con todas las guerras, que abren telediarios, hasta que pierden efectividad noticiosa y acaban por desaparecer. Yo imagino que, en un conflicto tan largo en el tiempo como el israelo-palestino, el tedio ante la tragedia que allí se desarrolla es semejante ahora y cuando yo tenía 20 años y estudiaba Comunes en Valencia. Basta sin embargo entrar en contacto de manera personalizada con el drama para que todo adquiera una luz nueva. En mi caso se trató del conocimiento de un compañero de colegio mayor, palestino, que había venido, como tantos, a estudiar medicina en nuestra tierra. Él me habló de cómo se sentían los que allí vivían habiendo sido despojados de lo que había sido suyo durante generaciones. Y eso antes de los bombardeos, y los atentados suicidas, y los muros y la fragmentación del territorio que lo convierten en inhabitable. Una herencia nefasta más de la presencia colonial europea y de su final tan pésimante resuelto.



En medio de este torbellino de violencia indiscriminada en  ambos bandos, aunque la responsabilidad del ocupante no puede quedar al margen, una carta es lanzada al mar de Gaza por un soldado israelí dentro de una botella. Y va a caer en manos de un grupo de muchachos palestinos que la toman a broma. Salvo uno que es capaz de leer inglés y al que le pica la curiosidad. El mensaje proviene de una adolescente judía, de procedencia francesa, que pretende comunicarse con quien quiera que reciba el escrito. De eso trata la película Una botella en el mar de Gaza, del director francés Thierry Binisti, del que yo no había visto nada con anterioridad, dado que su trabjo ha sido sobre todo televisivo.


Pero, ¿qué pueden tener en común una europea de formación, recién llegada con su familia, que vive el conflicto fundamentalmente a través del miedo a que su hermano en la mili pueda morir, o el propio terror a los atentados enloquecidos, pero que tiene un nivel de vida que se corresponde casi con los estándares europeos , y un muchacho palestino que no ha salido nunca de la franja de Gaza, que ha perdido a su padre en el conflicto y que vive todas las estrecheces del asedio y el pánico a los bombardeos indiscriminados de la aviación israelí? De eso trata la película, de una relación por correo elctrónico (con la inevitable/necesaria voz en off) entre estos dos jóvenes, de un conocimiento mutuo que les va llevando a preocuparse por lo que sucede en el otro lado y no sólo en el propio, que les hace situarse ante el conflicto con otros ojos, distintos de los de sus compatriotas. Y todo ello con un guión muy medido del propio director y de Valéry Zenatti.












No hay en el film el maniqueísmo que podría esperarse de una coproducción en la que los israelíes han puesto dinero. Antes bien, el horror lo invade todo, a ambos lados del infamante muro y los protagonistas, dos desconocidos y creíbles Agathe Bonitzer y Mahmud Shalaby, tienen que experimentar en carne propia la inquietud por el diferente, con todas las dudas que eso les pueda plantear. Toda la historia está perfectamente enmarcada y filmada en unas localizaciones de lo más auténticas, lo que la hace aún más creíble. La madre del palestino es un personaje de gran hondura. Algo más superficiales los de los padres de ella. En cualquier caso la peli puede hacer saltar el clic que nos conecte con aquella inmensa e inacabable tragedia y que nos haga escuchar con oídos nuevos las noticias que nos llegan del otro lado de este pequeño mar nuestro.

José Manuel Mora
P. S. He elegido el tráiler en V.O. como suelo hacer, porque la versión doblada que he visto es penosa y porque se hace necesaria en un filme que mezcla el francés, con el árabe, más el inglés, según quién hable.



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