Viaje al fin de la noche (Voyage au but de la nuit), de Céline

Vómito biliar, o radiografía de una sociedad?

Recién llegado a Bordeaux III, al departamento de español, donde pasaría dos años como lector, empecé a recibir recomendaciones de compañeras que no tenían empacho en tratar con un españolito recién salido de la España franquista, allá por los primeros setenta del pasado siglo.  Sabedoras de mi afición lectora y de las dificultades para acceder a determinados libros en la muy provinciana Salamanca de entonces, me recomendaron a Boris Vian, si quería auténtica poesía francesa de actualidad (L'écume des jours), y a Céline, si deseaba inmersión lingüística. 


En aquel momento yo andaba enloquecido con todo lo que llegaba del otro lado del Atlántico en español. Fui presa del famoso boom, tesina de licenciatura incluida. He necesitado cuarenta años para llegar a tener entre manos a este CÉLINE, Louis-Ferdinand. Viaje al fin de la noche. Madrid: Diario EL PAÍS, 2003, trad. Carlos Manzano, 572 págs. Luego comentaré el porqué de tanta precisión. Apellidado Destouches, adoptó el de su madre como nombre de guerra literario (y guerra fue su vida y su obra), y así es como se le menciona en la Historia de la Literatura. Por entonces desconocía cualquier dato biográfico. cuando empecé a conocerlos, los datos (esta construcción pleonástica se me ha pegado de su lectura), se me quitaron las ganas de leer nada suyo. Su antisemitismo y su ideología filonazi durante la guerra mundial me lo hacían enormemente antipático. Et pourtant, partía de unas ideas anarcoides, que no sé cómo llegaron a derivar en la postura antedicha, lo que lo llevó al exilio primero, y a la cárcel después, por colaboracionista con el gobierno de Vichy. Cuando salió de ella siguió escribiendo y atendiendo a los desfavorecidos desde su profesión de médico. Cuando se cumplieron 50 años de su muerte en 2011, nadie en Francia quiso saber nada de él ni de posibles homenajes. Pero vayamos a la obra que he tenido entre manos casi un mes.


La novela se publicó en 1932, con las heridas de la Iª Guerra Mundial aún frescas en la mente de sus posibles lectores y en su propia conciencia, puesto que se alistó y fue herido en ella. Y se inicia justo con el narrador, trasunto del autor, sumándose de forma inconsciente a lo que acabaría siendo aquella carnicería. Y, conforme iba leyendo estas páginas primeras, me venía a la cabeza el soldado Sveijk (J. Hasek, en este mismo blog) y, cómo no, el maestro Kubrik, con su Paths of Glory. En las tres el mismo absurdo de muerte entre los mandos y entre quienes los obedecen, como ovejas hacia el matadero. De una guerra así, o se sale muerto o loco, que es como acaba Bardamu, el personaje/narrador. El manicomio, como el resto del libro, es también una metáfora del sinsentido de aquella sociedad.




Huyendo de la barbarie europea acaba en África, territorio que estaba en su momento álgido de colonización, lo que da pie al autor, mediante una ironía demoledora, a hablar de la presencia de los europeos en aquel mundo en descomposición, lleno de traficantes, tratantes de esclavos, explotadores, todos blancos, claro, que padecen, como los autóctonos, de hambre, chinches, disentería, paludismo y otras lindezas propias de la selva, mientra llevan a cabo el expolio del territorio y de sus gentes, en nombre de lejanas compañías de comercio europeas (el Congo era propiedad particular de Leopoldo de Bélgica). Las imágenes literarias son ahora de J. Conrad y su El corazón de las tinieblas). De allá se escapa en un barco negrero que le conducirá, sin que él lo imagine, a Nueva York.


Es ahora el turno de la crítica furibunda a la sociedad mecanizada (el maquinismo deshumanizante de la Ford), al horror vertical de las calles de las grandes ciudades, al individualismo feroz de sus gentes, a la anomia de aquella sociedad. A veces acaba reduciéndolo todo al absurdo, como el trabajo de contador de pulgas que consigue. Todo retratado con una estética feísta que responde a una concepción moral a la par que estética "¿por qué no habría de haber tanto arte posible en la fealdad como en la belleza? Es un género que quiero cultivar, nada más"; pág. 95). En Detroit aparece un personaje que le muestra afecto, la puta Molly, casi el único positivo de todo el libro, y ya es decir, con su extensión. La soledad experimentada en la gran ciudad es paralela a la que conoció en medio de la selva africana: "Había temido estar casi vacío, no tener razón seria para existir"; pág. 237.


Vuelve a París, pero su tierra lo recibe con el mismo desdén que le mostró antes de partir. Estudia medicina a trancas y barrancas, ejerce como médico muerto de hambre, lo que lo lleva a una reflexión sobre los estragos del tiempo y las miserias humanas más primarias,  y acaba trabajando en un manicomio. La visión que sobrevuela todo el libro es la que sintetiza el famoso adagio latino: homo, homini lupus ( para los de ciencias: "el hombre es un lobo para el hombre"). Hay un desprecio de sí mismo, en la carne de su personaje, y de la humanidad. El sufrimiento que experimenta acaba trasmutado en una creación artística negadora de todo.

¿Por qué causó el libro el revuelo, por no decir el escándalo, tras su publicación? Además de lo ya señalado (la visión crítica de la sociedad no es extraña en la literatura francesa), hay un componente lingüístico que no se había visto impreso en un libro serio, o al menos no en la medida profusa y constante que Céline usa. Se trata de un lenguaje barriobajero, grosero, achulado, argótico, que nombra lo que la sociedad bienpensante evita nombrar, escatología pura, acompañado de un juego metafórico expresionista, muy propio de la época. A veces, en este plano, me traía a la memoria a Valle. El autor hace uso copioso de la segunda persona del singular para hablar de sí mismo, o para dirigirse al lector, en un colegueo al que la gente de la época no estaba acostumbrada. La sintaxis, la construcción personalísima de las frases con la precisón/reiteraión del sujeto al final, acaba ejerciendo un papel casi musical, como una melodía de fondo. El traductor, C. Manzano, habrá necesitado un conocimiento de fondo de la lengua francesa y de toda su variante más canalla y que él ha intentado trasladar a la nuestra acercándose a nuestro lenguaje popular, menos rico que el de nuestros vecinos: "diñarla, chavea, gilipollas, palmarla, currelo, una rabia de la hostia...". El listado sería interminable puesto que es un elemnto capital en la caracterización del narrador y en el retrato del mundo que le tocó vivir. Pero no hay progresión en él ser humano que narra sus desventuras (en ese sentido se podría pensar en nuestra novela picaresca). El autor trabaja por acumulación (la famosa acumulatio medieval) para conseguir la intensio. Y a fuer que lo consigue. La sensación ultima es de hartazgo, de aburrimiento ante una derrota que se viene anunciando desde las primeras páginas. Un fracaso del mundo y de sí mismo. Probalemente el libro no dejará de tener su hueco en las letras galas por lo novedoso y rompedor de su propuesta, pero a mí, a pesar de estar conforme con muchos de sus análisis, me pilla mayor para tanta negatividad, para ese final de la noche al que el protagonista no para de dirigirse y más allá del cual no hay salida.

José Manuel Mora.

Comentarios