Conversación en la catedral, de Vargas

 Constructor de mundos

De todo empieza a hacer demasiado tiempo. Exactamente 42 años de que Lázaro Carreter me propusiera, mientra cursaba quinto de carrera en Salamanca, que leyera lo último de Vargas para ver si me parecía interesante como objeto de mi tesina de licenciatura. Me lo bebí en los quince días de vacaciones de Navidad. El resto del curso lo pasé sumergido en el análisis de sus más de seicientas páginas para tratar de presentar un trabajo digno.


He querido volver a sus páginas para ver si el deslumbramiento inicial se mantenía. Tal vez, además, porque haya llegado el tiempo de volver a releer, tarea típica de la gente joven de mi edad. Por eso he querido dejar aquí constancia de una cubierta añosa de la edición que manejé y conservo. VARGAS LLOSA, Mario. Conversación en la Catedral, Vols. I y II. Barcelona: Seix-Barral, 1969; 674 págs. Eran los tiempos del llamado "boom" latinoaméricano, por el que tan fuerte habían apaostado los editores catalanes, con Barral y Balcells a la cabeza. Yo conocía la obra anterior del peruano: la impactante La ciudad y los perros (1962), el exotismo de La casa verde (1965), leídas por mí a finales de esa década, mientras devoraba a la vez a García Márquez, o seguía con Cortázar sin descanso, además de intentar estudiar la asignatura de Literatura Latinoamericana sin recurrir a manuales y a base de ir leyendo las obras capitales del continente. Y ahí surgían Carpentier, o Sábato, o Mallea...En fin, la nómina sería casi inagotable.


 De hecho Varguitas se reconocía rendido admirador del colombiano, al que le dedicó sus estudios de doctorado en Madrid y que daría lugar luego a  Historia de un deicidio (1971), además de autores del "lado de allá y del lado de acá" (Cortázar dixit), y así hay que incluir en la nómina de sus referentes a Faulkner y a Flaubert, y al un tanto exótico para la época, J. Martorell, todos ellos con una característica común, su capacidad para levantar mundos con palabras. Pero quiero dejar de lado estos apuntes de pseudoerudición, hoy al alcance de cualquiera a través de la wiki (aunque hay que decir que mis datos de edición no se corresponden con la famosa enciclopedia, porque yo los he contrastado con las fechas de las ediciones de mi estantería, cosa que no sé si los editores habrán hecho), y voy a pasar a comentar mis impresiones de esta nueva experiencia.


Naturalmente no soy el lector que fui. Esos caurenta años han supuesto un sinfín de lecturas, pero cuando algo emociona, conmueve, asombra, es difícil no permanecer fiel. De hecho, al tiempo que me he ido distanciando de la ideología liberal del autor, he mantenido el seguimiento de toda su obra. En estas mismas páginas  aparece el comentario de su ultima publicación, El sueño del celta. Y el ambiente de la novela que ahora comento me llevó, junto con la boda de unos amigos, Juan Cano y Mamen Moya, en la que fui testigo, a visitar el país, a recorrer los decorados que el autor plasmaba en su obra, con esa minuciosidad de lo cartográfico, como el entorno necesario para enmarcar a sus personajes. Y todo, tantos años después de su redacción, seguía resultando reconocible, sobre todo las grandes diferencias sociales, endémicas en Latinoamérica.


Siempre pensé que estas páginas hubieran podido dar de sí para un buen guion cinematográfico, ya que los múltiples puntos de vista que Vargas utiliza, (Zavalita, Anselmo, D. Cayo, D. Fermín) hubieran posibilitado una visión caleidoscópica de la realidad peruana. La pregunta inicial se convirtió pronto en un tópico literario que cada vez conoce más gente: "Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál?" (pág. 13). Y esa búsqueda del autoconocimiento es la que lleva al cinematográfico flashback, que abarca todo un conjunto de vidas, y por ampliación, de todo un país, aunque la conversación en el bar "La Catedral" que lo incluye dure sólo cuatro horas. El adjetivo "jodido", deja claro que estamos ante la crónica de un fracaso vital, si no de múltiples, hasta abarcar a todo el Perú como sociedad. Hay mucho de autobiografía en el libro: su origen pequeñoburgués, su educación el la comunista Universidad de S. Marcos, su trabajo en La Crónica como periodista..., pero a partir de la realidad, Vargas construye un mundo, como hicieron sus maestros (Macondo, el condado de Yoknapatawpha), y en él nos deja, desorientados, necesitados de encontrar la aguja de marear que nos guíe entre tantos tiempos, tantos espacios, tantas vidas diferentes. El autor nos exige una actitud lectora activísima para poder ser copartícipes de la creación. Y no resuelve la duda porque constantemente el personaje/autor se pregunta por las razones de todo sin llegar a estar seguro de nada, actitud que viene al pelo en estos tiempos de crisis. No es una novela fácil, (no quiero entrar en detalles técnicos, estilo indirecto libre, alteración de convencionalismos formales, superposición de momentos narrativos, al tiempo que su alternancia, etc...) pero aún hoy conserva los ingredientes necesarios para atrapar en su red incluso a lectores avezados que la desconozcan.  No quedarán defraudados quienes quieran conocer el porqué de tanta vida frustrada en medio de una sociedad corrupta hasta el tuétano por sus políticos, sus prohombres, por las miserias de los personajillos secundarios (las putas, los conductores de autobús, los matones con ganas de ascenso al funcionariado, los periodistas de sucesos) bajo la dictadura del general Odría. Desde aquí animo a quienes todavía no lo hicieron a practicar el saludable ejercico mental que supone la lectura de esta "conversación".  Palabras mayores, ya digo. 

José Manuel Mora.



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