De Fuerteventura a París, de Unamuno

Sorpresa

Como seguramente recordarán los seguidores de este blog, en junio visité Uppsala, Suecia, y ahora un grupo de suecos nos visita en Alicante. Durante la excursión de hoy, mi amiga Olga me ha traído un libro que conserva con mimo para que le eche una ojeada. Y aquí ha surgido la sorpresa. Creía conocer bien la obra de D. Miguel, pero es cierto que este título sólo lo retenía de oídas. UNAMUNO, Miguel de. De Fuerteventura a París. Bilbao: El Sitio, 1981. Y al abrirlo como al desgaire, mientras volvíamos en el autobús desde Guadalest, me he encontrado con que se trata de una rareza; en varios sentidos: en primer lugar porque se publicó una vez en París, tras la llegada allí de su autor, pero de esa edición no quedan casi ejemplares. En segundo lugar, porque algunos de sus poemas habían visto la luz en otras ediciones, pero no había vuelto a las prensas el libro, tal y como él lo concibió. Y tercero por su contenido.


 Algo de Historia para situar el texto: En 1923 el general Primo da un golpe de estado, con la aquiescencia de Alfonso XIII, y la intelectualidad de la época se sitúa en frente, de un modo crítico con los dos personajes, agresivo incluso en cuanto a sus manifestaciones en periódicos y conferencias. Dichas críticas llevan al profesor salamantino a ser confinado en el exilio de Fuerteventura, para que sirva de escarmiento a los que pretendan seguir en esa línea. El Rector de Salamanca es una figura señera en el panorama intelectual, político y social de su tiempo y su castigo pretende ser ejemplarizante. Y allá llega D. Miguel con 60 años (edad provecta para la época, aunque desde mis 64 actuales eso me parezca un mal chiste), solo, sin su mujer y sin su numerosa prole. De la isla sólo saldrá tiempo después en un barco con bandera internacional que lo lleva hasta Francia. Se entiende así su soledad y su angustia.


Y decide comenzar un diario poético, como ya habían hecho otros antes (J.R.J. y su Diario de un poeta recién casado, 1917),  pero con una vuelta de tuerca: sólo incluye sonetos, seguidos, eso sí, de alguna pequeña explicación en prosa, no del poema, sino de las circustancias que lo llevan a él o de alguna precisión que juzgue necesaria. Es idea común en la crítica litearia al uso, que Unamuno no era un buen poeta. Demasiada idea, poco sentimiento, dureza de oído para el ritmo...Si además se le añade la dificultad de la forma cerrada y obligada del soneto, mayor dificultad aún. Et pourtant...que decimos los franceses... El poemario se incia con un tono de diatriba amarga contra el Rey, al que tilda de ganso y tonto; contra Primo, por militarote despiadado; contra el borreguil ganado hispano, que se somete sin protestar a tanta injusticia (véanse las últimas elecciones en Galicia). Ha habido alguno que me parecía podía trasladarse a nuestro presente sin demasiada dificultad.


Poco a poco, conforme la política peninsular se va alejando en el tiempo, la rabia va cediendo y la presencia de Fuerteventura se va haciendo cada vez más imponente. Confiesa el viejo profesor que muchos de estos textos los escribe completamente desnudo desde su balcón, frente al mar. Se reencuentra con Galdós, que le enseña la gratitud a la isla que lo acoge, un oasis de falta de agua, de palmeras, de hambre, de aislamiento. Y el mar omnipresente que lo abraza todo y que le permite la creación de potentes metáforas: "sangre sonora" al atardecer, "manos", "escudo"... Y se inicia la personificación del mismo para poder dialogar con él: "¡Dime qué dices, mar, qué dices, dime!" (endecasílabo perfecto por otra parte).


Unamuno era un gran lector y un gran conocedor de los clásicos y es inevitable que su "música", su tono se filtren entre los versos del bilbaíno: "Que al fundirse la lumbre, lumbre bebe" (pág. 85), dice hablando del crepúsculo marino. O bien cuando se plantea "si es la vida el ensueño de una siesta" (pág 87), de ecos calderonianos. Y como entre tanta soledad no puede reprimir la reflexión, aparecen los temas que siempre le fueron tan queridos: "derretir el espanto de la muerte" (pág.89) mediante la poesía; o bien cuando con aquellos neologismos de tanta fuerza se plantea: "desnacerás un día de repente" (pág.98). Y no quiero extenderme con más citas. La poesía se paladea en soledad, en íntimo diálogo con el poeta y esta reseña no pretende ser sino una invitación a la conversación personal con D. Miguel, desde tan lejos en tiempo y espacio. Dejo París para otro momento. Gracias otra vez a Olga que me ha posibilitado el encuentro.
José Manuel Mora. 

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