El artista y la modelo, de Trueba

De otra época

En poco tiempo han coincidido en las pantallas alicantinas dos películas en blanco y negro, ambas españolas, como si se hubiera desatado una moda por volver a repetir el éxito de The artist. La primera, Blancanieves, no la quise ver porque, a pesar de las fotografías espléndidas de la promo, la ambientación en el mundo de la tauromaquia me echaba para atrás. Y ésta que paso a comentar, El artista y la modelo, de Fernando Trueba. El director ha compuesto al alimón el guion con el maestro en la materia, Jean Claude Carrière, que tanto colaboró con el insigne Buñuel. Y en los créditos Trueba cita, homenajeándolo, a Aristide Maillol (1861-1944), escultor y pintor francés. Un Trueba, a quien sigo desde los tiempos de su Opera prima, (1980) y del que tanto disfruté su oscarizada Belle Époque ( 1992), por citar una sola de su extensa filmografía.


Creo sinceramente que estamos ante un filme de otra época, en la medida que también lo era El sol del membrillo (1992), en el que V. Erice seguía sin desmayo la elaboración de una tela de Antoñito lópez. Un film de temática intensa, variada, bien trabada, del que cada quien sacará aquello que esté más acorde con su sensibilidad. En un prinicipio se habla del proceso creativo (con la oposición entre imitación y creación), de la búsqueda de la idea desde la oscuridad y la falta de concreción. Como decía Lorca y parece reafirmar el personaje central, "la inspiración ha de cogerme trabajando". O en palabras de Picasso, "Yo no busco, encuentro". Todo en un intento de consecución de la belleza, siempre tan escurridiza e inaprehensible, y que a veces se deja atrapar, como en la plumilla de Rembrandt que se comenta en una de sus escenas. Quienes hemos tenido el privilegio de estar cerca de un artista mientras trabaja, sabemos de sus peleas con el material que tienen entre manos,  de sus pentimenti, de sus insatisfacciones, cuando desde fuera uno diría que está hecho... Si a ello se le añede la angustia de un tiempo que se sabe escaso, el trabajo acaba por ser febril.  


La belleza está aquí encarnada en la involuntaria modelo (una bellísima Aida Folch, que ha conseguido estar desnuda durante casi todo el metraje, de una forma natural y nada forzada), que presta su cuerpo a cambio de techo y comida. Una belleza joven además, en contraposición a un viejo que ve cercana su muerte y que pasa de tocarla con mano de profesional, a sentirse conmocionado por la carne trémula que casi ni se atreve a acariciar entre sollozos. Yo, que posé una vez en mis años mozos para un retrato en barro, sé de la complicidad que se acaba creando entre los dos seres que pasan tanto tiempo frente a frente.


En un momento divertido del discurso vital del artista respecto a las dos razones de la existencia de Dios (una curiosísima relectura del Génesis), la creación de la mujer y el aceite de oliva, se habla del Edén, y edénico es a mi entender el baño de la muchacha que la foto anterior ilustra.O la sencillez de vida impuesta por la guerra, que está dando sus últimos coletazos. La presencia siempre inquietante del invasor alemán, que aquí no tiene el esquematismo del que hablaba en mi crítica anterior. El que aparece es un erudito del arte que intenta pergeñar una biografía del escultor y que lo quiere bien.
 

La peli respira vitalismo por todas sus costuras. La esposa del artista, a quien da cuerpo una increíble Claudia Cardinale que ha decidido no avergonzarse de envejecer (quienes la admiramos en el Gatopardo sabemos que su belleza no se perderá) es quien facilita la modelo a su marido, la cómplice que lo enamoró en sus mejores tiempos y que sigue a su lado a pesar de todo, la tolerante con la posible infidelidad de su compañero de vida... , a quien da cuerpo, gesto, intensidad de mirada el actor Jean Rochefort (que es una de las glorias de Francia, y que dejó una creación inolvidable en El marido de la peluquera), que le había pedido a Trueba que rodaran, porque no estaba seguro de tener la energía suficiente para hacerlo si dejaba pasar más tiempo y que aquí está inmenso en su contención.

 Tras todo lo anterior  hay que decir que la peli no sería la que es si no se hubiera rodado en un espectacular blanco y negro, que aún resalta más gracias al trabajo del fotógrafo David Vilar, quien consigue que el cuerpo de la muchacha sea de un mármol vivo aun antes de estar moldeada. La forma en que se ha urdido la luz es de auténtica filigrana, difícil de conseguir y de que resulte creíble. Película española pues, de media docena de actores ( vale la pena citar a la Lampreave, encarnándose a sí misma con mucha propiedad) y pocas localizaciones, supongo que no muy cara, y que puede pasearse con dignidad arreu el món.

José Manuel Mora.




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