El expurgo necesario

De la limpieza de las bibliotecas

Hermoso cultismo perfectamente aclimatado en nuestra lengua, pero creo que sólo para quienes se dedican a las tareas bibliotecarias. Ya sé que hace tiempo que no redacto ninguna entrada específica relativa a los temas que proporcionan título y encabezamiento general a este blog, pero la vida me va llevando por otros derroteros y una de las cosas positivas de la jubilación es no tener que dar demasiadas cuentas a nadie. Lo anterior, ahora releído, suena a excusatio non petita, acusatio manifesta..., pero en fin. Vayamos a ello.
Como sé que también hay gente curiosa que brujulea por estás páginas sin ser especialista, creo que no viene mal acudir a una voz experta y dejar la definición: Operación técnica de evaluación crítica con vistas a la retirada de parte de la colección. El expurgo debe entenderse como una tarea más de la gestión de la colección que contribuye a mantener a ésta en las mejores condiciones posibles. No hay que confundir expurgo con retirada: todos los fondos son sometidos a expurgo y, como consecuencia de él, algunos de ellos serán retirados de la colección. 

La anterior definición podría aplicarse a una biblioteca generalista y es una tarea que no suele agradar a los técnicos especialistas. Sin embargo saben bien que es necesaria para mantener una selección de los ejemplares que sea relevante, accesible, atractiva y útil para los usuarios, en palabras de los que saben en la Carlos Tres. Con esta práctica, lo que se consigue principalmente es aislar el material obsoleto, detectar el material dañado para ser reparado, repuesto o descartado, lograr más espacio para nuevas adquisiciones, y agradar, tanto en amplitud de las estanterías como en oferta, al usuario, concluyen. Esta tarea, como recordarán los estudiantes de Hª del Libro, se practicaba desde Grecia y Roma al III Reich, pasando por los conventos medievales o en los tiempos de la Santa y General Inquisición, con fines non sanctos casi nunca y más bien inquisitoriales casi siempre.



¿Por qué traigo esto a colación? Pues porque dicha tarea se convierte en algo bien distinto cuando uno la realiza en la propia casa. Tras años sin pintar, decidimos que era necesario tomar una "sublime decisión", que dijo el otro. Habíamos estado retrasándola porque me temía lo que iba a suceder. Aparentemente en mi biblioteca, personal, general y especializada, con distintas secciones y agrupaciones caprichosas (según el tamaño del estante, p.e., adecuado éste al formato de los libros, todo un contradiós bibliotecónomo), me seguía siendo útil. Encontraba lo que necesitaba con rapidez porque sabía donde estaba cada cosa aunque, con el paso de los años y las nuevas y constantes incorporaciones de ejemplares, los libros habían empezado a colocarse en dos filas (¡nuevo pecado bibliotecario! ya que los de delante ocultan a los de atrás); otros, cansados de su postura prennemente vertical habían comenzado a acostarse y amontonarse unos sobre otros. Fruto de mi emparejamiento vital, una nueva biblioteca personal se había incorporado a los estantes de toda la casa: despacho, dormitorios, pasillo... (Lázaro Carreter comentaba que su mujer se había plantado a la puerta de la cocina para impedir que los libros traspasaran el umbral). Es cierto que a las zonas altas no solía subirme desde haceía tiempo, por mor de no caerme un batacazo. Para acabar, que hubo que ir bajando todos los libros de sus estantes y colocándolos en cajas. ¡Hasta 1.200 conté!. ¿De dónde había salido semejante paperassa, que decimos en mi tierra?


El problema vino luego. No había forma de que los ejemplares volvieran a su sitio. No cabían de ninguna de las maneras. Y empecé a recordar la frase favorita de los bibliotecarios: "Ya no tenemos sitio". Y hubo que empezar a pensar en soluciones drásticas. De mi biblioteca especializada en filología dejé lo estrictamente necesario: diccionarios, gramáticas, ensayos de crítica... Lo demás se lo regalé a mi sobrino Kiko Mora, que lo llevará a la Facultad, ya que a él tampoco le caben en su atiborrada casa. Otra parte fue a engrosar la biblioteca pública que regenta con tino y buen ánimo mi exalumna Mª Luisa Perezar. Ahí iban ejemplares repetidos, otros que sé que no voy a releer, algunos de la famosa colección de RTVE de los años 70, tan pobres de factura material... Otro bloque, de temática especializada, fue a parar a manos de otro exalumno,Òscar Banegas, que sé que lo sabrá apreciar. Y otros en fin acabaron en el contenedor de papel de mi calle, por obsoletos o viejos. Me quedé con la novelística, lo más abundante, la poesía, por entrañable, y el teatro, aunque siempre haya pensado que este género sea para ver representado, más que para la lectura.


Pero los libros, más los que se han ido adquiriendo a lo largo de toda una vida, forman parte de nuestra educación sentimental y permiten un recorrido por la evolución de nuestras ideas y afectos. Y de algunos cuesta desprenderse. En el repaso y limpieza detallados, de repente aparecía uno dedicado en un cumpleaños; o surgía la sorpresa de saber que no tendré que comprar a la Sra. Bovary porque lo tengo por partida doble, en francés y castellano. O me descubría poseedor de alguna rareza que había olvidado que tuviera. Y así ando leyendo un libro mítico por esta tierras, de los 70; la Ramona Rosbif, del que ya diré algo. Después de superar el complejo de Diógenes en lo referente a libros, tenemos la casa más blanca, más limpia, más espaciosa. Y además voy a poder seguir comprando libros. No todo va a ser releer. Parece que los expertos tenían razón, el expurgo es necesario, aunque a veces resulte doloroso.

José Manuel Mora.

Comentarios