En la casa, de F. Ozon

Juego complejo

Cuando uno se dedica a comentar libros o pelis se parte de la premisa de la subjetividad. El comentario se hace desde la propia sensibilidad, desde la historia personal, desde la formación adquirida... Valga esta introducción mínima para señalar que desde el inicio de la proyección no he podido estar al margen, sino que me he colado en su interior sin pensarlo dos veces. Un profesor de literatura que trabaja con adolescentes, una secuencia con él corrigiendo unos trabajos y quejándose a su mujer de que cada vez vienen peor preparados.  

 Ella le contesta: "Cada año dices lo mismo". ¿No os suena a quienes, como yo durante 40 años, os dedicáis a la profesión docente? Empatía, pues, de entrada, con el nuevo filme de François Ozon, de quien ya hay comentada en estas páginas alguna que otra peli, p.e. Potiche. Se trata de la recién estrenada En la casa, y galardonada además en San Sebastián no hace mucho. Coincide además con estar basada libremente en El chico de la última fila, de Juan Mayorga, uno de nuestros más ilustres y jóvenes autores teatrales del que he visto un par de funciones novedosas e intensas.


 ¿Quién no se ha sorprendido ante algún escrito de los que estaba corrigiendo y se ha sentido curioso ante el creador que se sienta delante de nosotros? Es fácil experimentar la tentación de animar y encauzar a la criatura, de dedicarle atención y tiempo extra, de orientarla mediante un cursillo rápido de "escritura creativa" improvisada. Más si el autorcillo parece tener la gracia "que no quiso darme el cielo", que decía Cervantes. Hasta aquí todo normal. La cosa empieza a ponerse interesante cuando lo que vemos en pantalla es narrado con la voz en off del escribiente e incluso las escenas se repiten modificadas según las correcciones que el chaval va haciendo ante las sugerencias del profe. La cosa comienza a ponerse obsesiva, como la música y el ritmo con el que está rodada, cuando empezamos a dudar de si lo que vemos es la realidad o el fruto de la imaginación del escritor.


Del mismo modo que el profesor es el auditorio de la narración del alumno, la mujer de aquél es la que le ayuda con el "forum" de lo leído, la que le advierte de lo peligroso del juego en el que se está metiendo. Y ambos son nuevos sultanes a quienes el adolescente/Sherezade está contando la historia interrumpida cada tanto con un "continuará". Imposible no estar pendiente de lo que vendrá después. El "maestro" va pautando el esquema básico, los modelos (Mme. Bovary, claro, de la que pronto habrá comentario aquí, pues la tengo entre manos), lo que falta a algún personaje, incluso llega a inmiscuirse en la historia introducido por el aprendiz de autor. Tanto el chico como el profe se han convertido en auténticos voyeurs de una familia de clase media, la que vive "en la casa" a la que el chico acaba entrando y de quien, por otra parte, no sabemos nada, con lo que las suposiciones sobre sus motivaciones están abiertas a la elucubración del respetable.


Es una película de personajes, para la que se necesitan actores capaz de encarnarlos  (prestarles la propia carne) con autenticidad. Y, salvo la Scott Thomas, creíble en el papel que le pongan delante, y con una belleza cada vez más madura y serena, los demás son desconocidos para mí, con lo que me resultan más creíbles: Fabrice Luchini en el papel de profesor, que dice en clase y fuera cosas que yo he repetido cientos de veces; y el jovencísimo e imponente Ernst Umhauer, a quien habrá que prestar atención, en el papel del escritor. Emmanuelle Seigner, la madre a la que se espía, atractiva sin saberlo, con la que me emocioné en La escafandra y la mariposa. Y en un papel fugaz la Yolande Moreau, a quien vi de pintora maldita.
A ello se añaden toques de humor a los que Ozon es muy aficionado, por ejemplo la comparación entre arte de vanguardia y literatura (ambos no han de servir para nada) es impagable. Y un final en el que no entraré pero que, como manda la preceptiva, ha de ser inesperado y además el único posible. También la panorámica final me ha traído a la memoria reflexiones de adolescente, cuando pensaba en las vidas que bullían en cada uno de los balcones de enfrente de mi casa, de las que apenas conocía casi nada y con las que la imaginación  tanto podía hacer con solo dejarla volar. 
Así pues, inteligente, intensa, entretenida, divertida... ¿Qué más se le puede pedir?

José Manuel Mora.


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