César debe morir, de los Taviani

Dos viejecitos

¿Qué lleva a una productora a finaciar una película en blanco y negro a un par de octogenarios que no se sabe si la espicharán durante el rodaje?  A otros directores de semejante edad, en Jolivú les exigen unos seguros imposibles de pagar por si acaso. ¿De verdad esperan las distribuidoras sacar partido de un filme cuyo guion firman los susodichos, y que además se anuncia basado en un dramón de Chéspir? Et pourtant... que decimos los franceses. Aquí tenemos, estrenada en Alicante,  César debe morir, el último Oso de oro de la Berninale.


 Para quienes vamos teniendo una edad, el nombre de los Taviani se asocia a algo tan lejano como Padre padrone, de 1977, que yo pasaba a mis alumnos de Tudela de Duero, para hacerles ver la importancia del dominio del lenguaje, instrumento de opresión de los poderosos contra quienes no tienen la competencia necesaria. Cine comprometido, que se decía entonces. Luego llegó Il prato, en 1979 y más cerca de nosotros, aunque antiquísima para algunos, la última que creo he visto de ellos, Good morning, Babilonia, en 1987. Todas ellas me conmovieron, me enseñaron que, aun haciendo cine en color, ellos no habían olvidado el magisterio del blanco y negro denunciador de Rossellini.


Hay otro elemento en la peli que me la hacía interesante de antemano, además de lo ya señalado. La ocurrencia es entrar a rodarla en una cárcel de alta seguridad de Roma, que alberga a convictos de larguísima duración, asesinos, ladrones, mafiosos... Para gente cuyos días son iguales unos a otros, una propuesta que les rompe la rutina puede ser algo motivador, en la medida que los saca de las celdas y les propone algo distinto. Conforme van leyendo la adaptación de la obra de D. Guillermo, se van interesando, se van implicando en la memorización y en los matices que le pueden sacar al texto que les ha tocado en suerte. No es la primera vez que lo hacen (se trata de un experimento repetido del director Fabio Cavalli) y, entre otras, una de las compensaciones es la representación ante un público. Durante seis meses el director teatral, los actores sobrevenidos y los dos directores rodaron los ensayos de la obra en la progresión dramática que la acción presenta, hasta llegar al estreno, filmado en color, con el que la peli se abre y se cierra.




Los presos van descubriendo que los "clásicos" lo son por algo; que no se habla en el drama de una conjura política de hace 2.000 años, sino que la venganza, el engaño, el arribismo y la ambición, la violencia hasta el asesinato, son acciones y sentimientos que ellos han vivido y por las que seguramente están entre rejas. Y así consiguen que alguno de los parlamentos pueda equipararse en intensidad interpretativa al clásico de Brando en las escaleras del foro. El patio de la cárcel resulta más real como escenario, que el de cartón-piedra de la maravillosa obra de Mankiewicz.


Y eso que el speech de Brando es impecable, pero hay que contrastarlo con los primeros planos del encarcelado, hablando al resto de presos que aullan desde las ventanas con barrotes, a pesar de que yo no pude gozar de la versión original; por eso he dejado el tráiler en italiano para poderse hacer una idea con la fuerza de sus voces.



 Durante mis años de docencia dirigí teatro escolar: unos tímidos, otros con afán de protagonismo, tartamudos, sensibles, graciosos irrefrenables, inteligentes... adolescentes, en una palabra. Y poco a poco, con los ensayos y la aproximación de la representación se iban transformado, iban adquiriendo una responsabilidad que no tenían, memorizaban, se disciplinaban, eran conscientes de participar en un esfuerzo colectivo que, tras la representación, estallaba en risas y lágrimas de emoción tanto tiempo contenida. La mayoría de ellos, si leen estas líneas, no me dejarán mentir si digo que recuerdan esa experiencia mucho más que lo aprendido en clase, que los transformó, como sucede con estos presos quienes, al final acaban dedicándose profesionalmente a la interpretación, o escriben un libro o en el acto cotidiano de la vuelta a la celda de cada día se hacen cosncientes de que:  “Hasta que no descubrí el arte no me di cuenta de que esta celda es una auténtica prisión”


Los Taviani han gozado de toda la libertad que dan los años cargados de experiencia y de una producción limitada, pero que les ha permitido filmar desde las tripas, las de ellos y las de los presos/actores. Shakespeare sigue vivo en la voz y la presencia de esos condenados que se redimen al representarlo incorporando, dando cuerpo, a otros que no son ellos, pero que se les parecen. Seguirá esta semana. No os la perdáis.

José Manuel Mora
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