Tres tristes tigres, de Cabrera Infante

Polifonía

De nuevo  decido releer. Un libro que cayó en mis manos por primera vez en Salamanca, en plena fiebre del boom de la literatura latinoamericana y apenas ocho años después de su publicación primera, en 1964, cuando consiguió el Premio Biblioteca Breve. El deslumbramiento inicial ha desaparecido, no en balde uno ha seguido leyendo. Sin embargo no quiero dejar de escribir mis impresiones después de haber pasado unos veinte días con el libro en las manos. Ahí va, pues. CABRERA INFANTE, Guillermo. Tres tristes tigres. Barcelona: RBA Editores, 1982. Suelo colocar la cubierta de la edición que he manejado. Y aquí está.


Cabrera nació cubano (1929), lo pilló la Revolución en plena juventud, actuando de crítico y guionista cinematográfico. De familia comunista como era, ejerció cargos culturales en el régimen castrista, pero su espíritu crítico lo alejó del stablishment, primero como agregado cultural en Bruselas y después como exiliado en Londres desde 1962. Así que cuando escribe esta novela, en 1967 (coincidiendo con Cien años de soledad, de Gª Márquez) , hay que contar con un componente de nostalgia importante, de lugares (la topografía es perenne en el libro, hasta el punto de que dan ganas de ir leyendo con el google maps a mano, y más si, como me sucede a mí, uno ha visitado La Habana y toda la nomenclatura es tremendamente evocadora), de ambientes (cafés, clubes, redacciones, cines), de acentos... La disfruté tanto en el 71 que, cuando publicó La Habana para un infante difunto, corrí a comprarla y la leí con avidez y muerto de risa. En 1997 acabó recibiendo el Premio Cervantes.


Además de que el título sea el arranque de un conocido trabalenguas, TTT, como al autor le gustaba denominar su libro, puede hacer también alusión al devaneo nocturno de tres amigos (más uno muerto pronto, Bustrófedon) en medio de vapores etílicos, de tormentas tropicales, de chicas al abordaje: Códac, un fotógrafo; Arsenio Cué, actor de telenovelas; y un periodista que ejerce de narrador. Los tres podrían ser un trasunto de lo cubano elevado al cubo (o al vaso, de ron, de daiquirí, de güisqui: Pedí un mojito y me entretuve contemplando, jugando, teniendo en las manos aquella metáfora de Cuba. Agua, vegetación, azúcar (prieta), ron y frío artificial, pág 293). A todo ello habría que añadir la novella que el autor acabó publicando separadamente, Ella cantaba boleros, con una inmensa Estrella Rodríguez, que era capaz de cantar sin música, personaje inolvidable del que hablaré un poco más al final de la entrada.


 No hay un hilo conductor. La anécdota es mínima. La mayor parte del libro la ocupa una reflexión hilarantemente seria sobre el cine (estadounidense, of course), la música (de los boleros al jazz, pasando por la clásica), la literatura (la cubana y la universal), que pone de manifiesto la enormidad de su cultura y que es a la vez, en sus propias palabras, "una celebración de la cubanidad". De hecho las referencias (algún profe universitario hablaría seguramente de intertextualidad) a todos esos campos son tan constantes que, en parte, son las que proporcionan el divertimento al descubrir los enlaces deformados por el continuo juego con el lenguaje: paronomasias, prosopopeyas ("Prosopopeye el Marino"), palíndromos (yo soy, por poner uno corto), caligramas, como el que dejo a continuación y que recuerda a los del autor de Alicia, además de introducir con una cita suya toda la obra. Toda esta panoplia de recursos retóricos sitúa a Cabrera en la corriente de herencia tan española como es el Barroco, cultivada también por alguno de sus compatriotas: Lezama o Carpentier a quienes homenajea con capítulos  a la manera de. "Yo escribo con el oído más que con la vista. Lo que me preocupa de una frase es que suene bien", dice en un momento.



He de reconocer que siempre me gustó jugar con el lenguaje (da fe de ello el tesauro de cerca de 300 entradas que confeccionaron mis alumnos del MBAD a lo largo de un curso escolar, con todos lo que se me iban ocurriendo al hilo de las clases; grcias, Luisemilio, Mariajosé; lástima no haber tenido a mano o a mente la colección de refranes: A ruidos sordos ganancia de pescadores. A oídos revueltos cuñas de palabras necias. No hay peor sordo que el del mismo palo. Cría cuervos y te sacarán astillas. De tal palo tal colmillo.A caballo más temprano no se le miran los ojos. No por mucho regalar amanece más ayuda. A quien madruga Dios castiga sin palo ni piedra. Hace falta, coño, una revolución de los refranes. pág. 315). Así que no es de estrañar que a veces estallara en carcajadas durante la lectura. Y eso que, como advierte Cabrera,  El libro está en cubano [...] en los diferentes dialectos del español que se hablan en Cuba y la escritura no es más que un intento de atrapar la voz humana (por lo que sugiere que tal vez deba ser leído en voz alta) [...] formas que se funden en un solo lenguaje literario (y este es uno de los grandes méritos del libro) [...] predomina como un acento el habla de los habaneros (cultos y sin cultivar, con la prosodia que les es propia) y en particular la jerga nocturna que [...] tiende a ser un idioma secreto (la negrita es mía; pág. 6).  En realidad es “una galería de voces, casi un museo del habla cubana, en la que generaciones por venir podrían oír hablar a sus ancestros”, en palabras de Cabrera.
No puedo dejar de anotar también la serie de sus figuras  tutelares deformadas para rebajar el grado de su mitomanía o para trasfromarlo y aumentarlo por el absurdo: Américo Prepucio y Harún al'Haschisch y Nefritis y Antigripina la madre de Negrón y Duns Escroto y el Conde Orgazmo [...] y Cleoputra y Carlomaño y Alejandro el Glande .... pág. 199.  En fin, para qué seguir. Dejo para el final la fastuosa descripción de la cantante de boleros de la que hablé más arriba.


 "Yo conocí a la Estrella cuando se llamaba Estrella Rodríguez y no era famosa...[]...Era una mulata enorme, gorda gorda, de brazos como muslos y de muslos que parecían dos troncos sosteniendo el tanque del agua que era su cuerpo...[]...Pues allá en el centro del chowcito estaba ahora la gorda vestida con un vestido barato, de una tela carmelita cobarde que se confundía con el chocolate de su piel chocolate y unas sandalias viejas, malucas, y un vaso en la mano, moviéndose al compás de la música, moviendo las caderas, todo su cuerpo de una manera bella, no obscena pero sí sexual y bellamente, meneándose a ritmo, canturreando por entre los labios aporreados, sus labios gordos y morados, a ritmo, agitando el vaso a ritmo, rítmicamente...". Sus palabras retratan mejor al autor y a su libro que todo lo que yo pudiera decir al respecto. Y la foto con que las ilustro la tomé en La Habana allá por el lejano 1996. Quienes amen el lenguaje y todo lo que se puede hacer con él tienen aquí un festín.

José Manuel Mora.


Comentarios

L.E. ha dicho que…
Y lo mejor de todo, es que ahora, pasados los años, yo utilizo tus mismos chascarrillos... acúsame de plagio si quieres, pero por ejemplo Sofía ya será siempre Sofiga, y Ortega y Gaset siempre serán esos dos hombres.
Gracias a ti por abrirnos esa puerta a la lengua desde una dimensión que yo desconocía, y como no... por descubrirnos los anacolutos.
LE