Lincoln, de Spilberg

Lección de historia

Lógicamente me parece innecesario pretender presentar al director de la peli que voy a comentar, Steven Spilberg. Para los de mi generación, pero no sólo, este contador de historias tiene en su haber títulos míticos para cualquier aficionado, desde Tiburón (1975, y ya ha llovido), a Super 8 (de 2011, comentada en otro rincón de este blog), pasando por La lista de Schindler (1993), o El color púrpura (1985), sin querer ser exhaustivo. Ha tocado todos los géneros: el cine de acción, el de aventuras, el drama, el cine bélico, la comedia romántica... Y ha decidido meterse en el jardín del cine biográfico, pero nada menos que con la figura de Lincoln, poco menos que sagrada en los EE.UU. Y quien crea que exagero no tiene más que darse una vuelta por el mall de Washington y visitar el monumento conmemorativo (memorial, que le dicen). Allí se puede comprobar hasta qué punto es reverenciado este hombre más de 150 años después de su muerte.


Ya el cartel me parece un acierto en su composición, puesto que se ha elegido el blanco y negro, con lo que el paralelismo entre el personaje histórico y el actor que lo encarna es aún más soprendente. Se conservan buenas imágenes tanto del malogrado presidente como de su esposa. Véase si no la foto infra.  Es cierto que el director ha contado con un guion magnífico, de un tal Tony Kushner, basado a su vez en el libro de Doris Kearn. Pero también lo es que su tema, la controvertida defensa de la enmienda que equipararía ante la ley a blancos y a negros, aboliendo por tanto la esclavitud en aquel país, se prestaba a la grandilocuencia, al patrioterismo en el que muchas veces se anega cierto cine estadounidense. Hay que decir que, en mi modesta opnión, Spilberg sale bien parado. Veamos cómo.


Toda la muchachada de aquel país estudia con detalle la historia de sus sucesivos presidentes (es corta, se trata de un país joven), pero para los de este lado del charco, o de cualquier otro lugar, el ajuste a los hechos históricos puede resultarnos abrumador en un principio, por lejano y ajeno. Sin embargo, el contador de historias ha decidido centrar su cuento en el proceso de los pocos días de enero de 1865 previos a la votación. Y eso lo narra como una película de intriga perfectamente graduada, medida al milímetro, de modo que, aun conociendo su desenlace, estemos pendientes de las argucias de las que se vale "el hombre más puro del mundo" para conseguir su propósito. Lincoln era consciente de que, si ganaba, su lucha cambiaría el país de arriba a abajo, aunque luego la Historia haya demostrado que eran necesarios muchos años y mucha lucha, muchos más muertos (M. Luter King, sin ir más lejos) para conseguir que los negros pudieran sentarse donde quisieran en un autobús, o que no hubiera puertas especiales para ellos, o que se permitieran los matrimonios mixtos, o el voto para todos, o el que una persona de esa raza pudiera alcanzar la presidencia de el país.  Y cualquiera que visite o se interese por aquel territorio sabrá de las deficiencias que todavía padece la gente de esa raza, la segregación por barrior, las menores oprtunidades de estudios o laborales, etc. Sin embargo nadie entonces hubiera soñado ni siquiera con una mínima parte de lo conseguido.


Su figura de estadista se completa con la manera en que lleva adelante la guerra con los estados del sur que, como todas la civiles, fue terrorífica y dejó huellas en unos y otros, cicatrices que tardarían en cerrarse. Y la primera secuencia es de una plasticidad impactante, al mostrar cómo la babarie de la violencia junto con el barro y la sangre igualan a unos y a otros hasta hacer irreconocible el color de los uniformes. Y con otra imagen bélica casi se cierra el filme, con Lincoln visitando el campo de batalla antes de la rendición. No sé si Spilberg ha estado en El Prado, pero quí la inspiración me parece tomada de los Desastres de la guerra goyescos.


Falta la faceta humana, por si no había quedado suficientemente retratado con lo anterior, no la del Presidente, sino la del homre, la del padre de familia angustiado por la anterior muerte de un hijo y por la posibilidad de perder al que quiere ingresar en el ejército para ir a la guerra, además de la ternura desatada que le provoca su hijo pequeño. Probablemente esa humanidad hubiera sido imposible de alcanzar con otro actor. Daniel Day-Lewis encarna (literalmente, presta su carne, sus andares, su gesto, su voz, que dejo en el trailer en inglés) de manera monumental la figura del "viejo" presidente (sus 56 años tal vez lo convertían en más añoso en su época, o tal vez la dureza de lo vivido). El actor británico ha conseguido incoporar el personaje con su acento yankee, siendo como es británico. No se trata de descubrir aquí al actor quie, desde Mi hermosa lavandería (1985) lleva escalando peldaños en la perfección de su arte interpretativo.


Trabaja acompañado de otro par de mosstruos de la interpretación: la impagable Sally Field, que tanto me emocionó en Norma Rae, allá por 1979, y que aquí da veracidad y especial intensidad a la figura de la esposa del presidente, tanto en las escenas dramáticas, como en la recepción de la fiesta, mano a mano con Tommy Lee Jones. Hace falta haber vivido mucho y haber aprendido mucho de lo hecho para expresar facialmente las emociones como él lo hace.


No creo que sea tampoco necesario decir que, con todos los medios que la industria le proporciona, el director ha contado con los mejores ambientadores, figurinistas, iluminadores, fotógrafo, músico... y un largo etcétera, lo que hace que todo sea aún más creíble. Una lección de historia, ya digo. Al menos yo desconocía , por ejmplo, que el presidente Lincoln perteneciera al partido republicano, lo que no ha dejado de soprenderme, más sabiendo la línea actual de los que quieren controlarlo, los del tea party. En fin, muy recomendable.

José Manuel Mora.

P.S. Con los oscars concedidos, no me extraña que Day-Lewis haya logrado el de mejor actor.





Comentarios

Fran ha dicho que…
Buena peli. Me gustó... Aún siendo de Spielberg! :P El partido republicano de entonces era el equivalente al Demócrata de hoy en día y viceversa. En algún momento a principios del siglo XX cambiaron las tornas y los ideales.

Saluts!