Una historia de amor y oscuridad, de Amos Oz

Minuciosidad


He aquí una absoluta novedad en este blog y en mi vida. Empedernido lector como soy desde mi más tierna infancia, no había leído nada de literatura hebrea. No había tenido la oportunidad o no se me había provocado la curiosidad de la manera adecuada. Una vez más, mi ángel tutelar de las lecturas, mi amiga Isabel Tomás, me sugiere y pone entre manos este libro. OZ, Amos: Una historia de amor y oscuridad. Barcelona: Random House Mondadori, 2005, 775 págs (y esto no lo pongo con afán disuasorio, como se verá a continuación). 


La novedad de la que hablaba lo es más, puesto que he leído a turcos (O. Pamuk), a iraníes (K. Abdolah), a egipcios (N. Mahfud), a marroquíes (T. B. Jeloum), a libaneses (A. Maalouf)..., pero no había entrado a conocer una literatura tan vieja como el mundo, la hebrea, tan sólo alguna cosa clásica sefardí. No quiero pensar que se deba a prejuicio antisemita alguno, ya que al autor lo leo con gusto en sus colaboraciones periodísticas. Habría que decir que no se trata de un judío al uso. Nacido en 1939 en Jerusalén, antes de la creación del estado de Israel en 1948, vivió en un kibbutz durante 25 años, con todo lo que marca esa experiencia de carácter colectivista, socializante, que en mi juventud atraía a gente que incluso se fue a vivirla de cerca durante una temporada. Luego estudió filosofía y literatura hebrea, de la que es profesor en la universidad. Ha sido docente invitado en USA,  Inglaterra y Alemania. Lleva publicando desde 1968 de forma regular. Como todos los judíos no son sionistas, él es un ejemplo de alguien que lucha por la coexistencia entre Israel y Palestina y es uno de los líderes del movimiento Peace now.


Y vayamos ya a la obra que nos ocupa. Desde el principio el autor expone sus cartas: "El deseo de darle una segunda oportunidad a lo que no tenía ni tendrá nunca una segunda oportunidad es uno de los motores que mueve mi mano cada vez que me pongo a escribir" (pág.42). Hasta el final del libro no se entiende plenamente la aserción anterior. Volveré sobre ello. Se trata de una autobiografía novelada del primer tercio de su vida, aunque no hay que dejarse engañar: "Todas las historias que he escrito son autobiográficas; ninguna es una confesión" (pág. 49). Parte, pues, de su propia vida para crear literatura, de la grande, adelanto. "Yo era un niño de palabras" (pág. 433), nos dice el hijo único que fue. Y un adulto que tiene como divisa vital "Hay que seguir el camino que marca la conciencia y no el rebaño humano", pág. 93.


 Y, como buen judío, la estructura del libro tiene un arranque genealógico (Véase la Biblia y el historial de Jesús, v.gr.). La familia del padre, lituana; la de la madre, ucrania; ambos, cuando no querían que su hijo se enterara de algo, hablaban en ruso, además de los idiomas cultos del centro de Europa de entonces: polaco, checo, alemán... y del hebreo que fueron aprendiendo desde que se instalaron en jerusalén. Como el propio Oz señala, "Tampoco en Kerem Abraham, de donde me fui, me parecía nada digno de ser escrito: ¿qué había allí, excepto personas descoloridas con una vida gris y algo ajada?" (pág. 710). Es decir no nos va a contar hechos heroicos, dramáticos, grandiosos, más bien el transcurso de vidas sencillas, que venían huyendo de tantas persecuciones ("En todas las paredes de Europa ponía: Judíos, marchaos a Palestina. [...] Cincuenta años después las paredes gritaban Judíos, marchaos de Palestina", pág. 106). Se daba por descontado, en la época de la administración británica, todavía de carácter absolutamente colonial, que "los árabes se verían obligados a tragar lo que Eurpopa quería vomitar"  (pág. 491). Eran personas que se consideraban a sí mismas como auténticas europeas "Los únicos europeos de toda Europa en los años 20 y 30 eran los judíos" (pág. 105). Véase si no el caso ya comentado aquí de Stephan Zweig. El propio autor es un sorprendente conocedor y lector temprano de Kafka, Goldwing, Verne, Tolstoi, Heminway... Lo más granado del canon literario europeo y estadounidense, además de la literatura hebrea, claro. "Lo único abundante en casa eran los libros" (pág. 36). Siendo en ese sentido digno sucesor de su padre, se lamenta: "Si escribiera una lista con todo aquello de lo que no hablamos mi padre y yo, llenaría dos libros" (pág. 130). Y eso se debía a la educación recibida en la que de lo íntimo no se habla. 


Y siendo la historia de una vida, la propia, uno esperaría un carácter lineal de la narración. Sin embargo no es así. El autor adelanta sucesos que se desarrollarán en extenso mucho después, con lo que no es la intriga del "qué sucederá" lo que prima, sino la del cómo y, sobre todo, el porqué.  Entre los cambios está también el de perspectiva narrativa. De repente, y dado el papel importante en la historia familiar, el punto de vista de la narración se altera y es la tía Sonia la que sigue contando. Se hace evidente en la familia del narrador que los padres, como es bastante habitual, proyectan sobre el hijo sus frustraciones: "Mi padre no perdía la esperanza de que, con el tiempo, recayera sobre sus hombros la toga del tío Yosef, que tal vez lograra dejarme en herencia [...] Mi madre, eso creo, quería que creciera y expresara en su lugar todo aquello que ella no había podido expresar" (pág. 397). Y al final, como suele suceder con tanta frecuencia, las espectativas paterno-maternas no se cumplen, o al menos no lo hacen como ellos deseaban. Oz heredó y a partir de esa herencia crea con el realismo del padre y la ensoñación de la madre.


También, desde el punto de vista de las ideas, se distancia de lo recibido en el hogar. Las ideas socialistas de kibbutz acaban pesando más y, a pesar de, o por haber vivido tantos años junto a las alambradas que lo separaban de los palestinos, es capaz de reflexionar así: "...porque en el periódico muestran sólo fotografías de nuestras víctimas y nunca muestran los ojos de sus víctimas" (pág. 279). O bien "¿Asesinos? Pero, ¿qué esperabas de ellos? Desde su punto de vista, nosotros somos extraterrestres que hemos aterrizado aquí y hemos invadido su tierra, poco a poco hemos ido apoderándonos de ella [...] Así pues, ¿qué pensabas? ¿Que nos iban a agradecer nuestra bondad? ¿Que nos iban a entregar las llaves de todo el país sólo porque nuestros antepasados estuvieron aquí alguna vez? Y ahora que les hemos causado una derrota aplastante y cientos de miles viven en campos de refugiados, ¿qué quieres? ¿esperas tal vez que compartan nuestra alegría y nos deseen lo mejor? " (pág. 635), reflexiona un viejo del kibbutz ante los perplejos oídos del narrador adolescente.


Todo ello está servido con una prosa riquísima, de la que yo destacaría dos rasgos: la meticulosidad y la precisión de las descripciones y de lo narrado, lo que podría desesperar a más de uno, pero que se convierte en un rasgo de la identidad literaria de Oz; y el juego metafórico costante, intenso, variado, de hondos ecos sinestésicos muchas veces. Ambas cosas acaban mostrándo a un narrador magistral que decide que "El mundo gira siempre alrededor de la mano que escribe en el lugar en el que escribe; donde tú estás, está el centro del Universo" (pág. 715). Un narrador que escribe para entender el porqué se suicida su madre (no destripo nada, se sabe pronto), hecho del que no será capaz de hablar ni con su padre ni con nadie más, siendo la herida más honda en su corazón. Alguien que escribe para entender "...de dónde venía: de una madeja recelosa de tristeza y fingimiento, de nostalgia, burla, defensa, e importancia provinciana, de educación sentimental, ideales anacrónicos, miedos ahogados, resignación y desilusión" (pág. 714). Se cumple aquí, como tantas veces la máxima tolstoiana que abre Anna  Karénina, comentada aquí, de que "cada familia es infeliz a su modo".
No sé si me nota, pero me ha encantado. Ánimo, pues, para quien quiera ver las cosas desde otro punto de vista, no sectario, comprensivo con el horror que sufren tantos después de tantos años, sin que se vea en el horizaonte la viabilidad de dos estados que coexistan pacíficamente. Para quienes quieran adentrarse en los entresijos de una familia, como tantas otras, de una cercanía y viveza sorprendentes, a pesar de la distancia en el tiempo, la lengua, las creencias, las vivencias... Para abrir la mente a través de la lectura, una vez más.

José Manuel Mora.






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