La cocinera del presidente, de Christian Vincent

Para paladares exquisitos

Cuando llegué  a Burdeos en 1972, una eternidad, nom de dieu!, lo hacía desde la España cutre y provinciana del franquismo, que recuerdo en blanco y negro, aunque ya tenga fotos de esa época en color. Lo hacía desde un hogar de maestros de escuela, en el que el plato más exquisito era la paella que cocinaba mi madre los domingos. Y lo hacía también desde los comedores del colegio mayor, donde no servían rancho, pero que no eran nada del otro jueves. Así que mi llegada a la Gironde, a orillas del Garona, me abrió los ojos a un mundo nuevo, nunca visto: cine sin censurar, desnudos incluidos (¡cómo me impresionó Sunday, bloody sunday!, o las pelis de Ken Russell), librerías y bibliotecas bien abastecidas, manifestaciones que empezaban a ser paseos urbanos, ya que no se reprimían como aquí (mai 68 había quedado atrás y debajo de los adoquines no estaba la playa), y las comidas en casa del Grand Bâtonnier de Bordeaux, M. La Campagne. Comencé entonces una aproximación a los placeres de la gastronomía elaborada, tan francesa...



Viene toda esta historia a cuento del filme que he visto esta tarde, Les saveurs du Palais (el Palacio del Elíseo, por supuesto), aquí tontamente traducido, tal vez llevados los distribuidores de la nota introductoria de que se basa en la narración de la que fue cocinera personal del presidente Mitterrand.  Su director, Christian Vincent, es para mí un auténtico desconocido, pero ya ha dirigido tres pelis en Francia, así que no es un novato. Cuenta además con un plantel de actores tan desconocidos como él, aunque seguramente muy apreciados por sus paisanos, tan chovinistas ellos (no en balde la palabreja es de origen francés, chauviniste). Todo ello, junto con las localizaciones (no creo que aquí hubieran dejado rodar en Zarzuela) da a la película ese toque refinado y de autenticidad que requiere para ser creíble.


La anécdota no deja de ser menor: los dos años que Hortense Laborie se encargó de la mesa del Presidente de la República; había otra cocina con un regimiento de cocineros, encargados de dar de comer al resto de los habitantes del palacio. Lógicamente las rencillas, las envidias, las zancadillas acaban produciéndose. A ello se añaden las exigencias de los médicos del Presidente, que tratan de imponer un régimen alimenticio que dará al traste con exisitez de los platos de la cocinera y su repostero. Y los límites presupuestarios a los caprichos de auténtico gourmet de la jefa de cocina y de su "cliente", M. le Président. Todo en tono menor, pero llevado con un ritmo preciso, bien acompañado por una banda sonora excelente.


La historia se alterna con un momento cuatro años posterior en el que la protagonista, una muy acertada Cathérine Frost, se encuentra de cocinera en una base austral, rodeada de varones por todas partes que, lógicamente, se disponen a dispensarle una despedida cariñosa en el último día de su estancia. La mujer adusta, de fuerte carácter, defensora de su intimidad y de su concepción de una buena comida, acabará emocionada ante las muestras de afecto de quienes han sido sus compañeros. Y aquí sí que se impone el tráiler en V.O. para oír a los actores con su voz real, en su impecable francés, tan distinto de lo neutro del doblaje, tan desangelado siempre, pero en este caso más. No diré como en otras ocasiones cuando bromeo que es "esencial para la supervivencia", pero sí que quien la vea pasará un rato bien agradable y tendrá acceso por aproximación a lo que es la exquisitez entre fogones.

José Manuel Mora.



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