Pensar el siglo XX, de Tony Judt

La función del intelectual

La razón por la que necesitamos a los intelectuales, así como a cuantos más periodistas de valía podamos, es llenar el espacio que va creciendo entre las dos partes: los gobernantes y los gobernados”. Tony Judt

El libro que me dispongo a comentar se sale de lo habitual entre lo que voy colgando. Trabajo poco el ensayo, no porque no me guste, sino por centrarme en algo, que ya soy bastante disperso de natural. Han influido en la elección un par de factores: el peso de que hubiera sido elegido el mejor libro editado el año pasado y, en segundo lugar, que mi hermano Vicente, a quien se lo regalé por Reyes, ha tenido a bien dejármelo, advirtiéndome que era para "especialistas". Él es de Historias. En fin que he dedicado casi un mes a esta reflexión sobre el siglo pasado, siglo en el que ha trascurrido buena parte de mi vida.


 JUDT, TONY. Pensar el siglo XX. Madrid: Santillana Ediciones Generales, col. Taurus Historia, 2012. Introducción Timothy Snyder. Ya había leído algo al respecto de su autor y a su trágico final, consumido por una enfermedad degenerativa (ELA) que no fue capaz de superar, pero contra la que batalló escribiendo, pensando, dictando cuando ya no le fue posible hacerlo por sus propios medios. Pero adentrarme en sus páginas me ha supuesto una serie de sorpresas, casi todas gratas. Ya el hecho de que Judt (1948-2010) hubiera nacido el mismo año en que lo hice yo, me predisponía a una empatía de coetáneos, que le dicen. Probablemente era una de las pocas coincidencias entre la biografía de un brillante intelectual y la de un simple profesor de Secundaria. 


Hablo de biografía, y no en balde, puesto que lo que el autor se propuso con este libro fue un repaso autobiográfico y más, que fuera introduciendo cada una de las etapas de su propia vida dentro del siglo que acaba de terminar, para al tiempo ir reflexionando sobre ellas. Para eso el autor requirió de la colaboración de su amigo, Tim Snyder. "Éste es un libro de Historia, una biografía y un tratado de ética", dice el recopilador en el prólogo (pág. 9). Él, Judt, ya no podía desarrollar materialmente sus ideas, plasmarlas por escrito, y decidió valerse de una técnica que se remonta a los griegos: el método socrático, sólo que ayudado de una grabadora: Snyder pregunta, tras la narración personal de cada ciclo vital de Judt (biografía), y éste responde ahondando en cada una de las respuestas (reflexión histórica, que abre el foco desde lo individual a lo social). La ética vendría tiñendo toda esa reflexión para darle validez más general. Es un libro elaborado a cuatro manos que, incluso tipográficamente, deja constancia de ello: las preguntas de Snyder van en cursiva y justificadas a la izquierda, tipo "bandera", y las respuestas vienen en redonda, justificadas a ambos lados, al modo tradicional.  El libro se completa con un listado de referencias bibliográficas de los títulos que se han ido nombrando a lo largo de la conversación, y un índice analítico de todos los nombres propios, ordenados alfabéticamente, con la página en que aparecen, como no podía ser de otro modo, dada la talla de los autores.


Judt resulta ser, a la vista de la información que nos proporciona sobre su vida, un outsider y un insider (perdón por los palabros), según desde qué perspectiva se sitúe. Nace en Gran Bretaña, por lo que se considera británico, pero resulta un británico atípico, algo raro, porque su familia es judía , proveniente de la Europa del Este (como la de Amos Oz, ya comentado aquí), que llegó huyendo del horror de los pogromos a tavés de Bélgica.


De clase trabajadora y de ideología marxista con toque sionista (?), los padres intentan que el muchcho estudie, como forma de posible integración y aun de ascenso social.  Y lo hace con acierto, pues llega a Cambridge a estudiar con una beca. Su ascendencia familiar lo había llevado con trece años a marchar a un kibutz para conocer de primera mano la experiencia socialista que se estaba desarrollando en algunos lugares de Israel. Pero el contacto con la realidad lo desencanta, lo que desde entonces lo convierte en outsider para su propia comunidad de origen, al ver con ojo crítico el afán belicista de muchos de los judíos con los que coincidió, sobre todo a partir de la guerra de los Seis Días: "Aquel no era el mundo fantástico de Israel socialista que a tantos europeos les encantaba imaginar [...] aquél era un país de Oriente Próximo que despreciaba a sus vecinos [...] confiscándoles y ocupando sus tierras" (pág. 121). Con el tiempo, ya en EE.UU., acabaría por ser un partidario convencido del estado único israelo-palestino con gran escándalo de los estadounidenses más sionistas desde la distancia.


Al acabar la licenciatura, hacia 1970 en los años en que que yo me fui a Burdeos, viaja a París (dominaba el francés como si fuera nativo) también becado, a L'École Normale Supérieure, y desde esa posición empieza a estudiar la vida intelectual francesa, y a preparar su tesis doctoral sobre el socialismo francés en la década de 1920 y la figura central de Léon Blum. La publicó como libro en francés por no encontrar editor británico. De regreso a Cambridge le ofrecen la oportunidad de ir a enseñar a California, Historia de Europa.Y tanto en el mundo universitario británico, como en el estadounidense, se le empieza a considerar un intelectual "francés", outsider de nuevo. "¿Qué era lo que había ido mal en la izquierda revolucionaria?¿Tal vez no fuera su fracaso responsable, al menos en parte, de la horrible violencia acaecida de 1930 a 1940 en Europa? [...] la solución al dilema del leninismo era Trotsky , no Stalin" (pág. 156).


Cuando regresa en 1980 a G.B. son los años de Margaret Thatcher: "la escolarización meritocrática, una enseñananza superior gratuita, un transporte público subvencionado, un sistema nacional de salud viable, el apoyo estatal a las artes podían echarse a perder completamente" (pág. 191), como así sucedió por otra parte. En Oxford enseña pensamiento político y aprende con ello que "en el mundo de la política todas las decisiones que merecen la pena conllevan pérdidas y ganancias importantes" (pág. 192) y eso en un ambiente en el que se asumía que la política era un juego de todo o nada por lo que "el pluralismo cosnstituía un error categórico" (pág. 192). Se acerca pues a una crítica del marxismo, que viene de Europa oriental, de Polonia, donde "algunos empiezan a pensar que el marxismo estaba desprovisto de perspectivas políticas o de valor moral" (pág. 193). A ello se le añade su encuentro con Jan Gross en Atlanta (véase el comentario de su obra Vecinos en estas mismas páginas), polaco de origen y judío, como él. Era la época del sindicato Solidaridad y ambos se sentían europeos en el profundo sur estadounidense. Pocos intelectuales de la época conocían la Europa del Este, donde primero en 1956, en Hungría, y luego en Checoslovaquia y Polonia en 1968, los regímenes comunistas habían barrido la disidencia por pequeña que fuera por la fuerza. Se trataba de "entender, más que de tener razón" (pág. 200). Y así se va acercando a un territorio que hasta entonces no había estudiado, para lo que le fue necesartio aprender checo. Y, desde esa óptica del este, vuelve a Francia con un propósito: "estudiar la asombrosa incoherencia, tanto política como ética, que caracterizó las respuestas intelectuales francesas ante el ascenso del totalitarismo" (pág.206). De todo ello salió su obra Pasado imperfecto (1992), una elocuente crítica de la política intelectual parisina después de la Segunda Guerra Mundial, de la que salvaba a Camus y pocos más.



Vuelve luego a Nueva York desde donde contempla el progresivo desmoronamiento de los regímenes de la Europa del Este. Y empieza a plantearse qué consecuencias acabaría teniendo todo ello para la ya constituida Unión Europea, lo que fue objeto de sus clases de entonces y, dado el éxito neoyorquino de su libro, de muchos de los artículos que publicaba en las más prestigiosas revistas The New Yorker, así como en el Washington Post. Se había convertido ya en un intelectual reconocido a escala internacional. Funda el Instituto Remarque con el fin de ayudar a jóvenes talentos a llevar adelante sus investigaciones a pesar, o por salirse de lo esperado. Y él mismo va abriendo el foco hacia cuestiones de política exterior tanto europea como estadounidense.Va surgiéndole una "historia intelectual evaluativa" (pág.273) que acabará convirtiéndose en una serie de ensayos bajo el título Sobre el olvidado siglo XX un sólido corpus filosófico del siglo y sus circunstancias. Los hechos del 11 de septiembre de 2001 abaron por convertirlo en un polemista sobre asuntos públicos estadounidenses, cuando en plena era Bush la disidencia estaba mal vista. Otra vez el insider profesor universitario e intelectual de renombre que se sitúa como outsider, desde una perspectiva moral muy poco fecuente en ese momento, que pretende plantear de forma explícita sus "preocupaciones contemporáneas y compromisos cívicos" (pág. 275).


 Por ir terminando. La vida le dio la oportunidad de llegar a presenciar la quiebra de Lehman Brothers y todo lo que se nos ha venido encima. En el último apartado del libro se pregunta por qué "el efecto de la predominancia del lenguaje económico en una cultura intelectual que siempre ha sido muy vulnerable a la autoridad de los expertos ha actuado como freno sobre un debate social más fundamentado en la moral" (pág.342). La moral, pues, y no la economía, parece ser su corolario. Ello unido a que, en la vorágine en que ésta nos está sumergiendo, el desinterés democrático es la cuna de la dictadura, que sin ropajes militares puede funcionar igualmente bien si nadie reacciona. Lo anterior ha sido un vano intento por presentar el conjunto de las preocupaciones de Judt como pensador, hasta el último aliento. Para las reflexiones que entrevistador y entrevistado entretejen, lo siento, pero habrá que leer el libro. Una única pega: la traducción no me parece demasiado acertada, no sé si por la rapidez con que se ha hecho o por la contaminación del inglés original. De dónde si no pueden salir téminos como "organizacional" (pág.173), o "excepcionalista" (pág. 306) como botón de muestra. Peccata minuta para la consistencia, seriedad e intensidad con que ha sido pensado y escrito. Para "especialistas", que decía mi hermano. Es decir para quien quiera entender mejor lo que ha sido el siglo último y quiera también profundizar en el papel del intelectual de nuestros días.


José Manuel Mora.

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