En la orilla, de Rafael Chirbes

Pesimismo

Quienes brujulean por estas páginas, en concreto por la sección de "libros recomendados", pueden comprobar que son pocos los autores de los que incluyo más de una referencia, más que nada porque quiero abrir el abanico de las lecturas al capricho, al azar, a las recomendaciones amicales, a las reseñas periodísticas que señalan... En fin, anarquía pura y dura. Sin embargo con algunos escritores me vuelvo reincidente. El caso que nos ocupa, Rafael Chirbes, (Tavernes, Valencia, 1949) tiene su aquél puesto que, a pesar de ser paisano y "un chico joven de mi edad", me era desconocido (no por su nombre, sino por sus escritos), hasta que mi amiga Isabel me recomendó los dos títulos reseñados en este epígrafe con anterioridad: La larga marcha (1996) y Los viejos amigos (2003). Ambos me parecieron excelentes, aparte de que suponían un recorrido por el paisaje histórico que había sido mío también. Esas lecturas posibilitaron que, al acudir a una charla que dio  aquí en Alicante hace unos meses, pudiera entrar a preguntar con conocimiento de causa. El tipo me resultó asequible, de un humor socarrón y un poco de vuelta de todo. 


El que dejara sin leer su siguiente título, Crematorio (2007), tuvo que ver con la asociación involuntaria del libro con la serie televisiva que no quise seguir. Y eso que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica que, por ser bastante independiente, suelo comprar cada año. No fue así esta vez. Sabía de su temática: la radiografía del mundo enloquecido de la construcción que ha alicatado hasta el techo nuestras costa y nuestros pinares, nuestros parques naturales y nuestras montañas, con toda la corrupción asociada a grupos de constructores casi mafiosos, capaces de sobornar a los políticos con tal de llevárselo crudo. Ceremonia en la que participaron todos aquellos ávidos de una segunda residencia junto al mar, o de un pisito o dos para invertir lo que se poseía. El día de San José me trajo de regalo, con dedicatoria incluida, el último de sus trabajos. CHIRBES, RAFAEL. En la orilla. Barcelona: Anagrama, 2013. Y me he pasado casi un mes con sus 437 páginas. Lo señalo sin afán disuasorio. 


Digamos que se trata de "droga dura", poco apta para paladares complacientes o amantes de la narrativa del tipo "rollo chino", que decía papá Cortázar. En los antes citados, el paisaje espaciotemporal se veía habitado por personajes con historias que se entrecruzaban y que los llevaban al desencanto y a una madurez frustrante. En ésta, tras un primer capítulo de apenas quince páginas, introductorio y que deja ya la presencia de dos cadáveres en el borde del marjal (esas zonas semipantanosas tan frecuentes en la costa mediterránea, pobladas de carrizos y aves y que han servido de vertedero, o se han intentado colmatar para cultivar o para construir), nos encontramos con el corpus central, un fluir de conciencia del protagonista/narrador, un hombre de unos setenta años, solo, derrotado, vital, sentimental y profesionalmente y con un padre medio demente, en los noventa, a su cargo. El libro se cierra con una docena de páginas a modo de epílogo. 


No suelo contar el argumento de las narraciones que leo, más que nada por no destripar la anécdota, aunque es verdad que suelo apuntar la temática para orientar al posible lector. Aquí nos encontramos con una voz que no progresa narrativamente, sino que va envolviendo lo contado en sucesivas capas temporales. La memoria lo lleva hacia atrás, para dar cuenta de sus orígenes familiares, o de su desastre amoroso, o de su frustración profesional: "Lo que no soy capaz de alcanzar, lo que he perdido, eso es lo que tengo, lo que es de verdad mío, ése el vacío que soy" (pág. 188). No descarga la culpa en los demás, más bien achaca a sí mismo las decisiones o la falta de las mismas que lo han conducido a su actual estadio. Vuelve luego al presente, que comparte con la cuidadora colombiana del padre, también con voz y acento propios, o a la timba del café que reúne a quienes han compartido vida, que no destino, con él mismo y que proporciona los escasos momentos de diálogo entre personajes. Procede por lo que en retórica se conoce como acumulatio, para conseguir el efecto de la intensio; y  a fuer que lo logra. Es un chapoteo continuo en su presente, decepcionado, decadente, desencantado, como el de quien se calza unas altas botas de goma y se va a pescar o a cazar al marjal, con riesgo de perderse en las revueltas de caminos apenas esbozados y ya borrados, o por una superficie limosa que se lo puede tragar a uno, a poco que se descuide y no pise donde debe. Hay pues un valor metafórico en toda la narración desde el mismo título: el narrador se sitúa "en la orilla" pantanosa que conoce desde niño, pero también en la orilla de una vida fracasada que carga a su vez con el fracaso del padre también y cuyo único horizonte no puede ser otro que la muerte. Además Chirbes muestra un potente dominio léxico de diferentes campos semánticos: la carpintería, la construcción, el marjal, unido a la capacidad para manejar diferentes registros idiomáticos. A todo lo anterior se une un componente metafórico de impacto.

 
La  weltanschauung, que decimos los alemanes, de Chirbes, su cosmovisión, es pavorosa. Valgan unos pocos ejemplos: "Se trata de esperar del ser humano sólo lo peor" (pág.160); "No hay ser humano que no merezca ser tratado como culpable" (pág. 333); y para no cansar, la última: "El hombre, digan lo que digan los curas, políticos y filósofos, no es portador de luz, es siniestro reproductor de sombras" (pág. 359). ¡Qué alegría más grande! Llega un momento en que acaba resultando agobiante esa atmósfera cerrada, la casa, el pueblo, Olba, el círculo de amigos. Todo en un ambiente de decrepitud social en el momento del estallido de la burbuja inmobiliaria, que se está llevando por delante no sólo una forma de vida que se ha enseñoreado del territorio los últimos treinta años, sino posiblemente el sistema al completo, que se derrumba ante nuestros atónitos ojos sin que sepamos qué lo sustituirá, pero sí con la intuición de que "Vendrán más años malos / y nos harán más ciegos. / Vendrán más años ciegos / y nos harán más malos. / Vendrán más años tristes / y nos harán más tristes / y nos harán más fríos /  y nos harán más secos / y nos harán más torvos". Premonitorio Ferlosio en 1991. El paisaje es desolador, tal como nos muestra cada día el telediario. Por eso el libro se cierra donde se abría, en la orilla. No sé si a  Chirbes le sucede anticipadamente lo que ya advertía Sándor Márai: "Ya no puede ocurrirte nada imprevisto... ya lo tienes todo visto y calculado, ya no esperas nada... y esto es precisamente la vejez... Uno acepta el mundo, poco a poco, y se muere" (Apud, El último encuentro). Yo todavía quiero seguir disfrutando de escribir cuatro líneas en este blog, de cantar con el coro, de seguir con el italiano y con el inglés, de escaparme cuatro días a Florencia. Como dice mi amiga Merche, "Aún le quedan cañones al Cartagena". Con todo, la novela creo que quedará en la memoria de quien se adentre en el médano de sus páginas. Para estómagos curtidos, ya digo. 

José Manuel Mora.



Comentarios