La biblioteca Laurenciana, de Florencia

 Los Medici y los libros

Si ya es un lujo visitar una ciudad como Florencia de por sí, para quienes amamos los libros, y he de confesar que el MBAD tiene la culpa de que ahora yo visite las bibliotecas en mis periplos turísticos, la ciudad ofrece auténticos tesoros que quiero compartir. Ya advierto que, contrariamente a lo que suelo hacer, voy a colgar muchas fotos, todas mías; ya sabéis aquello de que "una imagen vale más que...", aunque no sé si es del todo cierto y a veces la palabra es insustituible y la imagen no puede con ella, por ejemplo en poesía. Pero vayamos adelante.  Imaginad que uno llega a la Basílica de S. Lorenzo, obra del maestro Bruneleschi, (construida entre 1422-1470 bajo el mecenazgo de Cosme de Medici) aunque no tan conocida como la cúpula de su Duomo. Y se adentra en semejante claustro.


Quienes vigilan, le advierten a uno que para visitar la biblioteca, hay que pasar por una puerta pequeña a la derecha. Y llega el asombro: en medio de una casi total oscuridad, lo que dificulta la toma de fotos sin flash, aparece la escalinata concebida por Miguel Ángel (aunque realizada por B. Ammannati en 1559, ya en pleno Manierismo), con triple rampa de acceso, algo infrecuente, y que da paso de las tinieblas a la luz del conocimiento, en una conformación predomiantemente vertical. Fue auspiciada por el papa Clemente VII, de la famiglia medicea, en 1524 y concluida después de muchos avatares políticos por Vasari.


Una vez se llega arriba, se entra en la sala de lectura, esta vez concebida de forma horizontal, donde todo invita al recogimiento y al estudio, al no haber forma de distraerse. Tan sólo las ventanas que dan luz natural sobre los bancos, también diseñados por Miguel Ángel, cuyo respaldo proporciona a los de detrás el atril de apoyo para mantener el códice en forma adecuada a la lectura. El techo de madera de tilo también fue diseñado por el genio toscano y el suelo es de terracota, tan hermoso que no se puede pisar. Hay que ir por los flancos.


 Los códices se almacenaban, acostados, en la parte inferior, y sujetados por cadenas, los famosos catenati, cuya extensión tan sólo alcanzaba para colocarlos en el atril. No sólo los manuscritos medievales de la colección medicea, sino los que fueron imprimidos tras la invención de la imprenta, magníficamente ilustrados, y los que se fueron añadiendo en las sucesivas ampliaciones, mediante una intelgente política de adquisiciones (como ahora y aquí, vamos). 

Delante de cada fila de asientos, llamados plúteos, con perdón, se encuentra una tablilla colgada de un cáncamo, en la que se indica el contenido de los libros que se guardan en ese reducto. Venían encabezadas por una clasificación temática, adecuada a la época: patrística, astronomía, retórica, filosofía, histroia, gramática, poesía, geografía. Era esta disposición tan adecuada que se mantuvo hasta bien entrado el s. XX, cuando los manuscritos fueron transferidos a la Biblioteca Nacional Central de la ciudad en 1783.


La costumbre del mecenazgo se mantuvo a lo largo del tiempo, y así, ya en el s. XIX, el patricio florentino A. D'Elci, donó su colección personal a la Laurenciana, que incluía  primeras ediciones impresas de clásicos incluido un buen número de incunables y de ediciones aldinas, uno de los grandes maestros de la imprenta renacentista. La mayoría están bellamente encuadernados en piel rosa y verde. Dicha colección se albergó en una nueva sala construída en el ochocientos, de forma circular, con lucernario en la cúpula para que estuviera bien iluminada, sin que la luz dañara los libros.


Una de las grandes curiosidades que se refieren a esta biblioteca, como recordarán los estudiantes de Historia del Libro es que, a pesar de lo elitista que se pueda considerar el período renacentista y más aún a la familia Medici, Cosme I decidió abrirla al público en ¡1571!, como un servicio a la comunidad, aunque no fuera a diario, y sólo unas horas cada jornada para estudiosos. Antes incluso, su bibliotecario, A. Bandini, había intentado elaborar los primeros catálogos que recogieran los ricos fondos de la biblioteca.
Así pues, incluso para quienes no son especialistas, es una visita muy recomendable. Cuando tenga procesado el vídeo que filmé lo añadiré a esta entrada. Amenazo además con otra sobre la labor bibliófila de la familia florentina. No se pierdan ustedes el próximo capítulo de esta apasionante serie. (Continuará).

José Manuel Mora.



José Manuel Mora.

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