La piedad peligrosa, de S. Zweig

 En la tela de araña

En este deambular, en muchos casos completamente aleatorio por el mundo de mis lecturas de jubilata, compruebo al mirar atrás en estas páginas que, sin proponérmelo, el autor de la obra que voy a comentar es el más citado. He reincidido en algún otro, pero éste se lleva la palma. Y he de reconocer que puedo presumir de conocer la obra completa de pocos escritores: de Vargas Llosa, del que me tocó redactar la tesina de licenciatura a propuesta de Lázaro Carreter, en los tiempos de Salamanca, y de Julio Cortázar, de quien sólo llegué a escribir unos primeros capítulos como borrador de una futura tesis doctoral que nunca fue, para disgusto de mis padres. Esta vez la recomendación era de Matías y se remontaba a diez años atrás, cuando él la leyó y le dejó honda huella vital. Así pues me he embarcado, una vez más en ZWEIG, STEFAN. La piedad peligrosa. Madrid: Debate, 1999, con estupenda traducción de Carlos Fortea.


Según la preceptiva, que no he estudiado, tras la introducción / presentación de un libro que va a ser comentado, se impone hablar de su autor, por si no es conocido. En el caso que ahora me ocupa creo que no es así. Zweig es sobradamente valorado en Europa y en nuestro país, debido a la política editorial que se ha seguido con su obra. A mayores, que dicen en Salamanca (léase, "además"), en estas entradas que voy redactando al albur de mis lecturas, hay una dedicada a Memorias de un europeo, que en forma autobiográfica da cuenta del devenir del escritor austriaco (1881-1942) y ahí se pueden ver algunos de los detalles de una vida en tránsito: de un tiempo a otro, de un país a otro. Así pues voy a dedicarme a entrar de lleno en lo que me parece una obra mayor, no sólo de su tiempo (1939), sino que considero que puede acceder a la categoría de clásico europeo.


Al ir leyendo la novela, había pensado en la imagen de una bola de nieve que va creciendo al deslizarse por una pendiente hasta aplastar al que la empuja. Sin embargo, conforme he ido avanzando, se me ha impuesto la de la tela de araña que atrapa al incauto ser que en ella se deja caer. La narración se inicia con un recurso recurrente en literatura: a veces es un manuscrito encontrado (Cervantes, Cela), otras es una narración que alguien cuenta (Sherezade) y que el autor transcribe. Este es el caso. El autor se encuentra en 1938 con un militar condecorado quien, después de un inicio de conversación, decide relatar por qué no valora en absoluto sus medallas. El autor nos asegura que lo que seguirá a continuación es la historia que el capitán de caballería le narra. El editor nos advierte en los paratextos de la solapa que se trata de un libro "útil", a pesar de que este término no esté bien visto en literatura. No voy a entrar en esta discusión, porque una de las cosas que me han fascinado del libro es su espléndida construcción, su magnífico modo de avanzar en la trama mediante el dibujo perfecto de los personajes, el levísimo enmarque descriptivo, en general de pinceladas breves pero intensas. Maneja de forma magistral el recurso a la tensión y a la distensión: el ejemplo de la tormenta nocturna seguida de la excursión gozosa en carroza es perfecto para ilustrarlo: también lo que en narrativa se conoce como el suspense, que decimos los franceses, perfecto en la espera de la llamada telefónica vital que se interrumpe de forma abrupta sin que lleguemos a saber de qué se trataba. Antes he citado a la princesa contadora de historias y no en balde, porque en el libro se cita uno de sus cuentos, el del djinn, el genio maléfico que, en forma de anciano pide ayuda a un joven y se le sube a la espalda y no lo suelta nunca, exigiendo de él más y más, como sucede a la joven lisiada, que malinterpreta la atención inicial del teniente porque "En el más profundo abismo de la desesperación es donde más profundamente gime el grito pánico del ansia vital" (pág. 208). La sensibilidad enfermiza de la paciente provocada por su dolencia, se enfrenta con los ojos compasivos de él. Pero, ¿cómo hacer frente al conflicto (uno más en el libro) de "ser amado sin amar"? (pág. 215), después de haber experimentado los síntomas del "peculiar envenenamiento por compasión" (pág. 46), más cuando ésta "se une forzosa e imperceptiblemente a la ternura" (pág. 56) .


Sin embargo, el médico que trata a la muchacha, hombre experimentado en el dolor humano, le advierte al joven teniente del peligro, porque sabe que "un sufrimiento duradero agota por regla general no sólo al enfermo, sino también la compasión de los demás" (pág. 58). Por eso sentencia: "Nada de compasión con los enfermos" (pág. 149). En el s. XIX se hablaba en preceptiva literaria de "novelas de tesis", para clasificar aquellas que defendían una idea y a ella supeditaban todo el entramado narrativo, personajes, ambientes... Es cierto que Zweig plantea aquí una idea, pero con tal profundidad en el análisis de los sentimientos humanos, con tan intensa emoción,  que sería pobrísimo considerarla de "tesis". He hablado de conflictos, el más importante el que opone "la piedad débil y sentimental que no es más que impaciencia del corazón por librarse de la embarazosa conmoción que se padece ante la desgracia ajena" (quién no ha experimentado ese malestar ante las personas que estimamos y que sufren), y aquella otra que está dispuesta a comprometer vitalmente  a quien ha decidido ayudar y que, una vez establecido el compromiso, no permitirá que nos liberemos de él nunca.


Se añade a todo lo anterior que parte de lo que se cuenta se desarrolla en un ambiente férreamente militar, con una disciplina inamovible que condiciona valores y conductas y a la que el personaje recurrirá como una manera de evadirse de la responsabilidad asumida, aun sabiendo que con ello cargará con una culpa definitiva porque "ninguna culpa está olvidada mientras la conciencia guarde noción de ello" (pág. 347). Como además el contexto histórico nos acaba situando en 1914 con el asesinato de Sarajevo que dará inicio a la Iª Guerra Mundial, el teniente acaba con la siguiente reflexión: "mi propia culpa privada se había disuelto en la general, en la gigantesca ciénaga de sangre [...] en la múltiple y cósmica, la más fulminante destrucción masiva de la vida humana conocida hasta entonces" (pág. 345).
Animo pues a su lectura a quien desconozca otras obras del austriaco, aunque empezar tan alto pueda dejar inhábiles las que se puedan leer a posteriori.

José Manuel Mora .

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