Los Medici y los libros.

 Apertura de miras

Ya amenacé con que mi viaje a Florencia traería cola. Como complemento a la entrada anterior, quiero señalar algunas de las cosas que me llamaron la atención en la exposición que tenía lugar en el anexo a la Biblioteca Laurenciana. Su título ya era de por sí expresivo: "Los caminos de las letras: la tipología medicea, entre Roma y Oriente". Ya advierto que esta entrada va a contar con numerosas fotografía que ilustren mis pobres palabras.


En un principio uno podría esperar de semejante título que los encargados de la muestra dieran importancia a cuestiones meramente técnicas, referidas a la tipología, a los avances técnicos que se sucedieron con la llegada de la imprenta... Y aunque todo ello sea cierto, al final ha acabado por sobresalir otra cuestión, que es la que da título a esta entrada y sobre la que volveré más adelante.. De hecho he dudado con la etiqueta por no saber si ubicarla en "Historia", o "Edición".




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El par de ejemplos que acabo de dejar más arriba no hace más que poner de manifiesto el poderío de la famiglia, ya que el lujo que se gastaban para erigir una tumba encargada a Michelangelo, o en levantar una biblioteca como ésta, debía plasmarse en la edición de las piezas librarias que salieran de sus talleres: el verde y el rosa eran los colores de la casa, a lo que se le añadían brocados de terciopelo, incrustaciones en oro y piedras preciosas y un retrato del principe de turno, como el que preside el monumento funerario de Lorenzo, el Magnífico.


Los maestros impresores de la época estaban  no sólo en los Países Bajos, sino en la Serenísima República de Venecia y, por supuesto, en la cuna del Renacimiento italiano, la capital del Arno. Las prensas de torno, como la de la imagen, se utilizaban con soltura y maestría.


Pero los fundidores de tipos se atrevían con algo más que con el alfabeto latino: a continuación dejo dos ejemplos, uno de tipología árabe y el otro con grafías coptas. ¿Qué sentido tenía meterse en semejantes berenjenales? Pues sucedía que, como en una nueva Toledo, con su escuela de traductores incluida, los mecenas de la Toscana consideraban importante cualquier tesoro cultural, perteneciera o no al acerbo latino/cristiano.




Y así, comenzaban por coleccionar tesoros manuscritos como el que dejo a continuación, bellamente encuadernado "en carpeta", con preciosa y cuidada caligrafía e ilustración, bien es cierto que geométrica, como mandaban sus cánones, y con esa característica visible en toda decoración arábigo-andaluza: el famoso horror vacui. Sin embargo había excepciones y, a la hora de traducir el Evangelio al árabe, no tenían inconveniente en iluminar la página con los cuatro iconos de los cuatro evangelistas.

 

















Y, al igual que sucedía en los conventos castellanos medievales, donde los comentarios en forma de glosas de los originales latinos acabarían por dar lugar a las primeras manifestaciones del sermo vulgaris, conocido más tarde como "castellano", también los escribas árabes parece que tenían necesidad de escribir al margen los comentarios que les parecían pertinentes sobre aquello que incluía el cuerpo central de la página.


Y vuelvo de nuevo a la tarea que llevó a cabo Alfonso X, que decidió  trasvasar saberes de una lengua a otra, del árabe o el hebreo al latín, haciendo escala en el castellano, para salvar del olvido los tesoros que él tan bien conocía, al manejarse en las variadas lenguas de los territorios que dominaba. Y así, los florentinos no tenían empacho en imprimir por primera vez en 1593 la traducción al árabe del Canon medicinal de Avicena;  o una gramática del "siriaco", en 1583; o un libro sobre piedras preciosas; o una muestra que llegó como presente del turco, al que ellos dieron forma impresa de la Pentalogía, un clásico oriental, bellísimamente ilustrado. De todo ello dejo muestra en el vídeo final.


La fotografía que antecede es un perfecto ejemplo de cómo sabían usar las planchas de xilograbado para ilustrar una edición del Evangelio en árabe. Parece evidente que la Santa y General Inquisición no ejercía con la misma fuerza y disciplina que en nuestros reinos peninsulares, ya que si ya se veía mal traducir al vulgar las Escrituras (el pobre Fray Luis de León pagó con cárcel su atrevimiento), para evitar malas interpretaciones, como las que habían realizado Lutero o Calvino, excuso decir lo que se habría dicho por estos lares respecto a trasladar a lengua de infieles el libro sagrado. Es evidente que los Medici eran de otra pasta y tenían una apertura de miras, gracias a la cual se salvó todo este ingente tesoro de saberes. En una muestra más de cómo las bibliotecas son organismos vivos, esta cuidada exposición hace partícipe al visitante de parte de lo que guardan sus fondos, para conocimiento y disfrute de turistas accidentales. 


Incorpora además paneles interactivos de fácil manejo para mostrar las rutas que todos estos libros siguieron hasta llegar Florencia. A la última, estos italianos.

José Manuel Mora.




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