Florencia y los libros

 Una gozada libresca

Esta será la última de las entradas que se derivan de mi viaje a la capital del Arno. Una precisión más: cualquier parecido con nuestra realidad es pura coincidencia. Aquí suele ser habitual que en las grandes bibliotecas, o archivos, se programen exposiciones especializadas o de carácter general, que suelen visitar los "iniciados" (v.gr. las de nuestra Biblioteca Nacional). Resultaría sorprendente encontrar, en un circuito turístico generalista como el del Museo de S. Marco, una exposición de joyas medievales y renacentistas bellamente ilustradas, algunos cantorales extraordinarios, con unas letras capitales que son obras del arte florentino, como éste que fotografié al desgaire.  


En un par de vitrinas se exponían los materiales necesarios para realizar estas tareas: minio, lapislázuli, tierra de siena, cal, que se mezclaban en un mortero y que se ligaban con clara de huevo batida para darles consistencia. El códice que se presentaba encuadernado en piel, venía protegido por cantos metálicos y unos cierres que impedían que se abriera por la tendencia del pergamino de las hojas interiores a rizarse.



















En la otra fotografía se ordenaban los utensilios para completar la tarea: hojas de pan de oro, para "iluminar" la letra, la piedra pómez para pulir la piel del pergamino, cola de pescado para preparar la página, el compás para medir márgenes iguales e interlineado, una punta metálica par realizar pequeñas incisiones a modo de marcas sutiles, carboncillos para trazar la falsilla, la pluma de oca, resistente y flexible, la tinta elaborado con los pigmentos en suspensión... Todo ello venía expuesto en un tratado en latín, anónimo, de finales del s. XIV, en el que se exponía de forma precisa el secreto de elaborar buenas miniaturas: De Arte IlluminandiUno se sorprende menos cuando descubre en el museo S. Lorenzo, creado en torno a la figura  de lo mecenas mediceos, unos mármoles que muestran la actividad de los magister frente a los alumnos con los libros en las manos, y de los sabios con su atril y su compás, lo que indica la larga tradición de todo esto.










Pero claro, no es eso sólo. En una esquina anónima, sobre un tejadillo que protege de la lluvia un fresco tardogótico, aparece la figura del Dante, en terracota, con un libro en las manos, como si acabara de escribir su Divina Comedia, después de haber encontrado a Beatriz.


O bien el hecho de que, como ya vi en Maastrich, una iglesia románica se rehabilite y se destine a un uso distinto al que tuvo: una biblioteca con el sugerente nombre de Biblioteca del Palagio de Parte Guelfa (ya sabéis, los güelfos y los Gibelinos) con estructura de hierro en su interior para soportar los diferentes niveles. Y la gente estudiando o leyendo en su fastuosa hemeroteca, en pleno centro città, que decimos los italianos. Como aquí, vamos, que van cerrando los puntos de lectura que existían (¡qué pena la Biblioteca Gabriel Miró!), con el cuento de que todo está en la red.




O incluso que, en los puntos de venta de libros que van quedando, también allí la crisis se deja notar, los encargados decidan montar un escaparate monotemático, aunque sea a costa de no mostrar novedades de aeropuerto. La poderosa casa Feltrinelli, decide conmemorar el 70 aniversario de la publicación del Piccolo Principe, de Saint Exupéry llenándolo de ejemplares del librito de todos los tamaños. Pero claro, los índices de lectura distan de ser los españoles. Aquí, según la última encuesta el 30% de los españolitos de a pie no leen nunca. Y otro dato curioso: otro 30% lee una vez al trimestre (¿cuánto lee?, ¿un libro en tres meses, uno al mes, un formulario, una indicación de farmacia?) En fin.


Y todo ello en una ciudad cuyo centro se ha peatonalizado, lo que permite a la gente deambular sin miedo a ser atropellado, más que por las oleadas de turistas, a los que uno se suma gustoso. Quiero cerrar esta entrada tan variopinta con una toma de vídeo que grabé nada más llegar a la ciudad, al salir a patearla a medianoche: esas sorpresas que uno se encuentra sin buscarlas. Ah, falta hablar de otro libro italiano que estoy acabando, de Alessandro Baricco. En la próxima entrada.



José Manuel Mora.










Comentarios

aureavicenta ha dicho que…
Es muy interesante el contenido del artículo, José Manuel Mora, ¡felicidades! Llego hasta el blog gracias a la gentileza de Biblioteca de Algorfa que lo ha compartido en Facebook.
No podemos compararnos con otros países respecto al índice de lecturas pero algo bueno ha traído la crisis económica, hoy día vemos por todos lados gente embebida con los libros y los lectores electrónicos, incluidos los teléfonos y parece que algo tiene que ver con la necesidad de dar al viento tanto cerco malhadado como pretende constreñirnos.
De "El Principito", por aquí andan pequeñas ediciones, bellísimas, a 5,95 €, quizás no les den toda la publicidad que debieran pero, así es.
Un cordial saludo.