Hara-Kiri, muerte de un samurái; en la Filmoteca Valenciana

 La Filmo (para los amigos)

En la anterior ocasión, no encontré el momento de escribir mis impresiones respecto a La cueva de los sueños olvidados, de W. Herzog, y eso que me dejó asombrado (he de confesar que no dejo de pensar en ello). No quiero que me suceda hoy lo mismo y, aunque es tarde, me pongo a la faena. Puede sorprender el etiquetado de la entrada, pero ahora paso a explicar por qué. Cuando en 1989 se le ofreció al crítico y cinéfilo empedernido, Ricardo Muñoz Suay la posibilidad de organizar algo así como la famosa Cinémathèque parisina y se puso al tajo, nadie podía imaginar que tras muchos avatares políticos y económicos, y de varios cambios de nombre, en la actualidad el Instituto Valenciano del Audiovisual y la Cinematografía  "Muñoz Suay" (IVAC) llevara su nombre. Como en todos sitios se es centralista en cuanto uno se descuida, la sede originaria estuvo en el Cap i casal, claro. Pero pronto tuvimos sede alicantina, que ha sido itinerante: los ANA, el Navas y ha recalado esta temporada en el Tatro Arniches. Llevar adelante una institución así es complejo porque para dedicarse a la adquisición, conservación, restauración, estudio y difusión del patrimonio audiovisual se requiere dinero, por supuesto, personas con la preparación adecuada y criterio para saber gobernar algo de carácter mixto, puesto que es a la vez archivo del material que atesora, con toda la normativa pertinente (publica incluso una revista con ese nombre) y centro documental en el que estudiantes e interesados pueden pasar a consultar lo que deseen. Parece que existe una base de datos y una catalogación sobre un programa Acces: pero todo ello requiere tiempo, dedicación y especialización y no parecen buenos tiempos para todo ello. Se añade además la crisis de espectaodres que padecen las salas cinematográficas.


A pesar de la comodidad de la sala y de los precios irrisorios, 3€, no había más de dos docenas de espectadores en las dos sesiones a las que he asistido. Si la razón no es el elevado precio, se podrá pensar que la programación está confeccionada para paladares exquisitos. No sé. Sí sé que la institución proporciona la oportunidad de ver pelis que por aquí no se estenan. Y eso es un sericio público muy de agradecer. Por ejemplo, ni la anteior citada de Herzog, ni la que paso a comentar se habían visto por estos pagos. Hara-Kiri, muerte de un samurái, de Takashi Miike, del año 2011. Confieso que desconocía también el trabajo anterior de este director, 13 asesinos, tal vez porque no soy amigo de las películas violentas de aire oriental. Ni siquiera me acaban de hacer gracia las de Takeshi Kitano, que se sale de lo trillado. En el programita (¡qué tiempos los del papel cuché de alto gramaje!) se informa de que se trata de una nueva versión, remake, que decimos los ingleses, de una obra homónima de 1962, de Kobayasi, que tampoco había visto. Mis famosas lagunas, que no las de Ruidera.


 La historia, desde los primeros planos, nos sitúa en el ámbito de lo ritual: los planos, los gestos tan sujetos siempre a pautas precisas de los japoneses, la casi ausencia de banda sonora, (aunque magnífica la que compone Sakamoto, sin estridencias ni subrayados), y una fotografía de colores apagados... Estamos en el mundo de los samuráis, de códigos de honor estrictos, lo que acentúa la teatralidad. Ese ambiente se alterna con el doméstico y familiar del protagonista. La frialdad del primero, frente a la ternura y la entrega en el segundo. La inhumanidad de los fieros guerreros, con el dolor y la desesperación paternos. Como en una buena tragedia, los personajes no pueden escapar de su destino lo que, tras la pertinente identificación del espectador con el protagonista, aquél tenga que sufrir su catarsis. 


No conozco a los actores, buena gana de citarlos, pero poseen unas miradas de una intensidad que duele. Cada uno de los "actos" en que se podría dividir el filme nos completa la información necesaria para entender el deseo del suicidio que manifiestan dos de sus personajes, mediante los pertinentes flash back. Tanto el palacio del señor feudal, como la casa de la familia tienen un aire de escenario de "teatro pobre" de Brook. La intensidad emocional está en los actos y, por supuesto, en las palabras. La escena del primer hara-kiri es escalofriante y obliga a apartar la vista de la pantalla. El honor que parece mover las grandes decisiones de los personajes se acaba revelando como un concepto tan vacío como la estatua que preside el palacio, al menos desde la perspectiva humanista que el director adopta.



Todo este mundo del s. XVII tan lejano en tiempo y espacio se convierte de repente en algo con una vigencia extraordinaria, porque lo que desencadena la tragedia es, por un lado, la situación de miseria a la que se ven abocados los viejos samuráis, antaño casta poderosa, en el periodo de paz que atraviesan; y por otro, y como consecuencia de lo anterior, la imposibilidad de  tratar una enfermedad al no poseer el dinero necesario, más o menos como está sucediendo en nuestro país en esta etapa de crisis, en la que sólo podrán ir al médico quienes se lo puedan pagar, como en una pesadilla de Aguirre (y su privatización de la sanidad), no el de la cólera, aunque también. La peli es de una belleza a veces sublime, aunque no me quiero poner "estupendo", que decía Valle a través de D. Latino. Y conmovedora hasta el tuétano. Si la veis anunciada, corred. Y animo al público en general, incluso al de butaca, a descubrir la nueva y por el momento definitiva sede alicantina de la Filmo. 

José Manuel Mora.


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