Inch'Allah, de Anaïs Barbeau-Lavalette.

 Un conflicto interminable

Esta vez la recomendación es de mi antiguo alumno, y hoy amigo, Òscar. El cine canadiense nos llega poco y tarde. Y algunas de sus películas son memorables, incluso para mí, que todo lo tiendo a olvidar (ésa es una de las razones de este blog, que me sirve de memorabilia). Pienso en La decadencia del imperio americano, de D. Arcand, p.e., y su magnífica y terrible secuela Las invasiones bárbaras. El de hoy es un filme dirigido por una mujer:  Anaïs Barbeau-Lavalette, cuyo título, Inch'Allah, tiene una traducción sobradamente conocida: "Dios lo quiere".


El encabezamiento de la entrada hace referencia al enfrentamiento palestino-israelí, que parece no tener fin. Y como cabe la posibilidad de que alguno de los lectores de la misma padezcan del mismo desconocimiento que yo a mis veinte años, quiero contar una anécdota que desvela mucho de la importancia de las anteojeras que nos ponen en nuestra educación y formación, en casa y en la escuela. En 1968 ya había televisión y radio y algo me tenía que sonar, pero seguramente eran otras cosas las captaban mi atención. En el Colegio Mayor de Valencia tenía un compañero palestino, que estudiaba medicina, de modales exquistos, nada radical, que por primera vez hizo que me planteara la cuestión desde una óptica diferente a la de la Historia Sagrada que había estudiado obligatoriamente (y que lógicamente daba la razón a los israelíes en su recuperación de la famosa "tierra prometida", por Yahvé, off course), o a la visión "jolivudense" de la peli Éxodo, absoluatamente integrista desde el espíritu de conquista del "nacimiento de una nación", que apenas tenía 20 años de edad en esa época.


La familia de mi compañero, como tantas otras, había sido expulsada de su casa, de su pueblo, de su país, para hacer hueco a todos los judíos desparramados por el mundo que llevaban siglos brindando con la frase "el año que viene en Jerusalén". La mala conciencia de los ganadores de la IIª Guerra Mundial hizo que los ensueños sionistas de Ben Gurión se hicieran realidad en un contradiós que aún arrastramos. El lobby judío esatadounidense también hizo lo suyo y lo ha seguido haciendo para que todas las resoluciones que se han aprobado en la ONU no hayan servido más que para mantener el status quo, pero cada vez más extremado, ya que entonces, al menos, no había muro.


El punto de vista de la directora es femenino y múltiple: la doctora canadiense (?) que colabora con una oenegé, que vive en Israel, pero trabaja en y para las mujeres palestinas, en undispensario de los territorios ocupados; el de una amiga suya, jovencita, pero que ya es soldado, como marca la ley en Israel, de forma obligatoria; y una tercera, la palestina, amiga y colaboradora de la extranjera. ¿Se puede mantener la equidistancia y estar a bien con todo el mundo en medio de un conflicto tan enconado? ¿Hay posibilidad de que, desde una óptica de "género", (que decimos los ingleses, cuando se nos olvida el castellano que nos dice que género tienen las palabras y los seres humanos tenemos sexo, perdón por la disgresión) las tres mujeres se encuentren, se ayuden? La directora no sé si decir que es pesimista o más bien simplemente realista. NO es la respuesta. Y la extranjera vivirá en carne propia el extrañamiento, el dolor de unos y otros y por fin el rechazo. 


Evelyne Brochu, la actriz que da vida a la doctora, tiene una mirada tan intensa y doliente como la de mi admirada S. Sarandon. No la conocía, pero como la historia se cuenta desde ella y con planos cortos, con una cámara subjetiva en perpetuum mobile, todo resulta más creíble. Las conversaciones con su madre a través de la cámara del ordenata son una muestra de su soledad y su dolor ante lo que presencia y vive, puesto que le toca ser testigo del aquelarre diario, del acoso a quienes sólo buscan entre las basuras, de la humillación de los pasos fronterizos, de la angustia de un parto inesperado en un coche, a tiro de piedra de un hospital inalcanzable.De la bomba inicial/final, puesto que la historia tiene una estructura circular.


Rodada en Jordania, el proceso de producción hace que nos parezca que efectivamente se ha filmado en los territorios ocupados (repito la denominación porque ese es su verdadero nombre). Es emocionante la visita de la familia palestina a los restos de lo que fue su pueblo y su hogar, ahora por tierra. Pero esa zona del Levante mediterráneo, parece contener, como se decía de la antigua Yugoslavia, mas historia de la que es capaz de asimilar. La religión, una vez más (da igual que la barbarie se cometa en nombre de Yahvé o de Alá), ha radicalizado posiciones y la posible solución de un territorio, dos estados, parece cada vez más lejana. Queda sólamente, desde lo confortable de este lado del mundo en que vivimos, el grito desgarrador y ahogado con que se cierra el filme.

 José Manuel Mora.








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