La mejor oferta, de G. Tornatore

 Complejo mecanismo

Parece que el "tam-tam kambili", que decía Mora, el guionista de  El Capitán Trueno, sigue funcionando. En día de semana, a la salida de la primera sesión, la gente se agolpaba para entrar a ver la última película de Giuseppe Tornatore. La mejor oferta. El título hace referencia a la que se puede realizar en una subasta de altos vuelos. Y seguramente a algo más, que el film va mostrando poco a poco. 


He de confesar que, a pesar de lo que me gustó ( because golpe bajo a los sentimientos provocados por la evocación de lo perdido, y más si se mira con ojos de niño) Cinema Paradiso (1987), no había vuelto a ver nada de este autor. Es cierto que el cine italiano no se distribuye con la regularidad del estadounidense en nuestro país, pero seguramente también me dejé influir por críticas no demasiado benévolas sobre sus últimos trabajos. Aquí se ha animado a firmar no sólo la peli, sino también el guión. Y ya adelanto que ha salido exitoso de ambos cometidos.

El personaje desde el que se cuenta la historia es un experto en arte y en piezas falsas, además de subastador tramposo. No desvelo nada que no se sepa desde las primeras secuencias. Además es un tarado sentimental. No tiene amigos, ni  afectos. Toda su energía la aplica a conseguir retratos femeninos que va coleccionando en una auténtica cámara acorazada que guarda tras el mostrador de guantes de su armario (no toca nada con las manos, siempre enfundadas). Y en ese mundo artificial y frío se va a cruzar una mujer, tarada como él, padece de agorafobia, que se negará a salir de la habitación en la que vive recluida y que lo va atrapando primero por la curiosidad y luego porque acaba tocándole la fibra. 


En el viejo caserón de la muchacha, al que él es convocado para que realice una tasación de todo lo que contiene para poder venderlo, el personaje encuentra otro de los elementos de este mecanismo de precisión que es la película: unas ruedas dentadas antiguas (s. XVIII) que podrían haber pertenecido a un viejo autómata y que él se empeña en que le reconstruya un joven experto en máquinas y cachivaches de todo tipo. La mansión que la muchacha ha heredado al morir sus padres está filmada con una suntuosidad extraordinaria, con ese aire decadente que tenía la buhardilla del palacio del Gatopardo, aunque sin su grandiosidad. Una acumulación de objetos que a mí me trajo a la memoria el decorado del primer acto de Eloísa está debajo de un almendro, que era necesario recorrer con un plano para no perderse (¿os acordáis, Celes, Gaspar?). Pero claro, Tornatore se lo toma en un plan mucho más trascendente. Y no se puede ir mucho más allá en la sinopsis porque la historia tiene quiebro argumental y no acostumbro a desvelar los finales. Ni siquiera los principios. Creo que aquí me he pasado contando parte del argumento.


El autor ha echado mano de un actor que en la anterior interpretación que vi de él, me pareció que le robaba el protagonismo al personaje principal:  Geoffrey Rush, perfecto logopeda para El discurso del Rey, y que aquí da sentidamente el tono de maniático misántropo y a la vez el de atormentado perseguidor de la bella jovencita poseedora de ese tesoro. Frente a él, enorme, el cada vez más sabio Donald sutherland, de presencia majestuosa. La música de Ennio Morricone ayuda a crear espacios y sentimientos.


Pero, como en el mundo del arte, las falsificaciones suelen ser frecuentes. También en el territorio de los afectos. "Los sentimientos se pueden falsificar", dice uno de los personajes en un momento dado. Y otra frase clave la plantea un ayudante de la casa de subastas: "Levo treinta años casado y, ante mi mujer, siempre me pregunto si uno es la mejor oferta", de donde el título. Por ponerle un pero, tal vez podría haber finalizado diez minutos antes de lo que lo hace. Así todo habría sido mucho más desolador. Pero a Tornatore le puede el sentimiento. En cualquier caso, una historia muy bien contada.

José Manuel Mora.

P. S. Como siempre, el tráiler, en V. O. para poder escuchar las voces originales, que a mí se me han hurtado en la versión doblada que vi. Es como si los alicantinos, al contrario que madrileños barceloneses, incluso valencianos, no supiéramos leer subtítulos.



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