Rayuela, de Julio Cortázar

En su 50º aniversario
"Como si se pudiera elegir el amor,  como si no fuera un rayo que te parte y te deja asqueado en mitad del patio" (pág. 449). 


  
A veces las efemérides suponen un acicate para emprender tareas. Yo sabía que volvería a este libro antes o después, para contrastarlo con mi memoria y mi presente. Y el cincuentenario de su publicación me ha proporcionado la excusa. Lógicamente no guardo la edición original de Sudamericana (con aquel galicismo tan flagrante "sud"), porque no recuerdo si me la dejó mi amigo Quique, allá por el año 1968 (la leí por recomendación suya, ya que ambos ejercíamos con pretensiones de cronopios); y porque pocos ejemplares quedarán que no hayan acabado desencuadernados, al ser una edición simplemente encolada. Dejo sin embargo aquí aquella mítica cubierta.


Aprendí entonces que era así como se decía en el castellano rioplatense lo que aquí conocíamos como el tranco. Y que, además de un juego infantil, tenía alguna relación con los mandalas orientales que poseían su componente sagrado dentro de una forma muchas veces laberíntica. Donde viene aquí situado el nombre del autor se halla "el cielo" que hay que alcanzar, a la pata coja mientras se empuja una piedrita, o buscando interminablemente la otra puerta de esta realidad sin sentido en la que nos movemos mientras nos sentimos encerrados. También en el libro el autor proponía al inicio un "tablero de dirección" para seguir la lectura, que era a la vez tramposo, ya que si se le hacía caso, había un capítulo que no se leía, y al final no había salida pues los dos últimos se remitían el uno al otro interminablemente. Se trataba pues de una broma y de una invitación a que cada quien leyera la ¿novela? ("contranovela" la llamó él) guiado de la propia intuición.  El alter ego del autor Morelli/Cortázar señalaba "Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana" (pág. 583), lo que para la época era un tanto extravagante.


Dejo, como suelo hacer, la cubierta del ejemplar que he tenido entre manos estos días de julio, de tapa dura, cosido, un lujo. CORTÁZAR, Julio. Rayuela. Barcelona: RBA Editores, 1993. Que nadie espere, si ha llegado hasta aquí en la lectura de esta página,  una disección crítica. "Doctores tiene...etc". Estoy seguro de que habrá sesudas tesis doctorales al respecto. Yo mismo pretendí escribir la mía, bajo la dirección del profesor Eugenio de Bustos, en Salamanca, para estudiar el manejo del lenguaje en toda la obra del argentino. Empecé por leerme su obra completa publicada  hasta 1972 (seguí haciéndolo hasta su muerte en 1984), fecha de mi intento, pero la realidad laboral y vital en Tudela de Duero se me impuso, y dejé cientos de fichas en una caja de cartón para disgusto de mi madre, que veía evaporarse un hijo doctor. Quiero entonces dejar constancia de la impresión que me ha producido tantos años después.


El arranque sigue siendo incitador: "¿Encontraría a la Maga?" (pág. 13). Desde el inicio se plantea la que va a ser una de sus señas de identidad estilística a lo largo del libro, el estilo indirecto libre. Digo una, porque en cualquier momento pasa a la narración tradicional en 3ª persona, o en 1ª de plural: "Era clase media, era porteño, era colegio nacional, y esas cosas no se arreglan así nomás" (pág. 28), dice al autor de su protagonista y antihéroe, Oliveira, rosarino transterrado a un París "en esos días del cincuenta y tantos" (pág. 24, la cursiva es mía). Y de ahí a la segunda del singular, que luego sería tan común en los autores del "boom" (pienso en el Artemio Cruz, de C. Fuentes), "Cuando creés que has aprehendido plenamente cualquier cosa, la cosa lo mismo que un iceberg tiene un pedacito por fuera y te lo muestra, y el resto enorme está más allá de tu límite, y así es como se hundió el Titanic. Heste Holiveira siempre con sus hejemplos" (pág. 428). Y esta última cita pone sobre la pista de una herramienta fundamental en la escritura del libro: el humor, la parodia del mundo entorno, pero que empieza en uno mismo. El distanciamiento, que le dicen. Y frente al protagonista, buscador que no sabe lo que busca, flâneur, su antagonista: la Maga, a quien "no había que plantearle la realidad en términos metódicos " (pág. 22), ácrata  sin tener noción del  significado de esa palabra, y que era "mi testigo y mi espía sin saberlo " (pág. 23), porque "la libertad era la única ropa que le caía bien a la Maga" (pág. 39).


Ambos se mueven en un París que parece retratado en B/N, como el de la fotografía, en el que no hace más que llover y donde se siente un frío asesino. "El ovillo de París [...] madeja de calles y árboles y nombres y meses" (pág. 23). Una ciudad que es a su vez un laberinto, un mandala ("En el fondo —dijo Gregorovius—, París es una enorme metáfora", pág. 146), por el que se mueven los miembros del "Club de la Serpiente", dispuestos siempre a discutir sobre pintura (Klee, Miró), los lieder alemanes, el jazz, o la "patafísica" más absoluta en una mansarda imposible, llena de humo, mate, grapa y desolación.¡Qué triste su imposible historia de amor! Y si no, que se lo digan a la Maga, atendiendo a su hijo, Rocamadour,  en uno de los momentos más conmovedores del libro, en el que el autor sabe mantener la tensión entre el no saber de ella y el saber de los demás, que tapan con disgresiones absurdas (cap. 28). Un ambiente que trae a la cabeza el de los existencialistas de la época, pero pasado por el extrañamiento de los de afuera, español, estadounidenses, eslavo... y la permanente ironía con que se ven a sí mismos. Conmovedor también el pasaje de Mlle. Bérthe Trépat (cap. 23), entre caústico y tierno, o para no alargarme mucho, el de la vieja clocharde (cap. 36), ahíta de vino y soledad.


Al tiempo que todo lo anterior, y de forma constante, el autor muestra su destreza en el uso de la prosa poética: "toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera [...] hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara" (cap. 7 todo él).  El propio Cortázar/Morelli considera que hay que "devolver el arte a su función de creador de imágenes" (pág. 504). Y a veces viaja uno en un tobogán de expresiones sorprendentes, por inesperadas o inauditas (en el sentido etimológico: que no se han oído): "Su lengua donde las palabras se trenzaban noche y día en furiosas batallas de hormigas contra escolopendras" (pág. 86). Pero como teme ponerse "estupendo", que diría Valle, y considera que el lenguaje común le es insuficiente para expresar lo inefable, es capaz de crear uno propio, el glíglico, en el que redacta íntegro el capítulo famoso, el 68, el de un encuentro sexual desaforado y lleno de humor: "Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes" (pág. 395).  Sus atrevimientos son no sólo de orden verbal sino estructural, p.e. cuando es capaz de sintetizar dos capítulos en uno, alternando una línea de cada uno en el mismo. O la descolocación de la caja de impresión para plasmar la confusión creada en una escalera sin luz (cap. 96), con el nombre de los intervinientes a un lado. 


Por no hablar de "el lado de acá", es decir, el de "allá" para nosotros. ¡Qué relativo es todo! Porque el viaje/búsqueda de Oracio/Ulises se prolonga en Buenos Aires, en un trío absolutamente genial, el que conforma junto con su "hermano" Traveler, viajero que no se mueve del Puerto, y su mujer Talita. La escena del tablón entre las dos ventanas, con ella a horcajadas sobre el vacío es antológica (cap. 41). Sin mencionar la secuencia de los piolines y las palaganas acuosas en el manicomio y en plena noche. Y la constante batalla del escritor por torcerle el brazo al lenguaje "Lo que yo quisiera decir es justamente indecible" (pág. 198). Porque, se pregunta "¿para qué sirve un escritor sino para destruir la literatura?" (pág. 465). Todo ello nos dejaba a los lectores de entonces casi sin aliento. Y aún hoy en día muchos de sus planteamientos, aunque menos sorpresivos, siguen siendo absolutamente válidos. La gimnasia que el escritor nos exige es permanente: "Lo que Morelli busca es quebrar los hábitos mentales del lector" (pág. 466). Porque en realidad lo auténticamente innovador era que, según  Cortázar, "El verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo" (pág. 460). Buen programa, ¿no? La novela como un todo se ha conformado, según él, con "un orden cerrado [...]  buscar también aquí la apertura y para eso cortar de raíz toda construcción sistemática de caracteres y situaciones. Método: la ironía, la autocrítica incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de nadie " (pág. 418). Moderno, el tío. Hay además alguna intuición de por dónde caminará despues de su visita a Cuba, en el Libro de Manuel: "El problema de la realidad tiene que plantearse en términos colectivos, no en la mera salvación de unos elegidos [...] siento que mi salvación tiene que ser la salvación de todos" (pág. 469).(A quienes nos gobiernan este programa les hará partirse de risa).
Y lo dejo aquí por no aburrir, porque mi objetivo es, además de una posible incitación a la lectura de la obra para quienes la desconozcan (seguro que no dejará de sorprenderlos y hacerlos reír a la vez que reflexionar y conmoverlos), un intento de fijar en mi mente lo experimentado con esta segunda lectura. Seguramente gracias a esta entrada retendré mejor algunos aspectos y sensaciones vividos ahora, al borde de los 65 años, consciente como Cortázar de que "Después de los 40 años la veradera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás" (pág. 104).

José Manuel Mora

P.S. Y me voy de vacaciones. Le doy un pequeño descanso a este blog que, cuando vuelva, habrá superado con toda seguridad las 100.000 visitas. ¡Qué fuerte!, ¿no?

Julio Cortázar “un niño grande, alto, desgarbado y siempre fascinado por lo moderno en todas las áreas de las artes, como la pintura o la música, como le recuerda Jorge Edwards cuando lo conoció en París en los años 60, hizo de Rayuela una obra clásica en todo el mundo, como Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez. - See more at: http://campusmexico.mx/2013/06/26/rayuela-juego-literario-de-cortazar-cumple-50-anos/#sthash.ziXEnot6.dpuf

Comentarios

Basi ha dicho que…
Nostalgia de aquellos años. Después de leer esta entrada dan ganas de volver a Rayuela, me lo estoy pensando.

Felices vacances!!!