El último concierto, de Yaron Zilberman

Exquisita sorpresa

Esta vez, ya incorporado a la vida cotidiana y provinciana de Alicante, y con ganas del cine del que he estado ayuno durante casi un mes, la recomendación venía de mi hermano el de Madrid. Allí, es sabido, todo se estrena antes y en versión original, lo que permite disfrutar de las voces reales de los actores. Aquí, con menos suerte, nos tenemos que conformar con las versiones dobladas, aunque esta tarea la hagamos bien en nuestro país dada la experiencia que arrastramos. Es por eso po lo que pongo el tráiler en V.O., así de paso se ve el título original: "El último cuarteto". La dichosa manía de la distribución española de cambiar los títulos, dizque para hacerlos más comerciales.


Hablo de sorpresa puesto que de este director no había oído hablar nunca antes. De hecho parece ser su primera película, de cuyo guión es también responsable. El arranque del filme, con el cuarteto dispuesto a iniciar el concierto se ve inmediatamente interrumpido por el flash back que nos dará a conocer a sus componentes, su modo de entender la música y su interpretación, con lo que llo conlleva de cosmovisión, las relaciones humanas que se ocultan tras cuatro personas obligadas durante siete meses al año por sus compromisos musicales, a convivir en hoteles, salas de conciertos, durante las horas de ensayo... Por ello, cuando volvamos, al final de la peli, a la misma escena, la manera de ver la misma imagen habrá cambiado por completo. Nuestra percepción se habrá visto enriquedcida por todo lo que ahora sabemos y que entonces desconocíamos, por lo que aquella era una imagen neutra, "profesional".


 El trasfondo de estos músicos nos los muestra humanos, demasiado humanos, con sus egos pisoteados o enfebrecidos, con los liderazgos o las dependencias de cualquier grupo de personas, más si se trata de músicos, con sus sentimientos al borde de la herida por una u otra razón, como todos. Y sé de lo que hablo, ahora que llevo tres años cantando de modo bastante informal. La película se convierte en una hermosa metáfora de la vida misma. Para los "conservadores", quienes desearían que todo siguiera siempre igual, la historia que se nos presenta muestra cómo, hasta en el más asentado de los grupos, puede surgir lo inesperado, en este caso un Parkinson en estado inicial del chelista,  que lo acabará poniendo todo patas arriba. Cómo reacciona cada uno ante lo inesperado es una muestra de la riqueza del ser humano para hacer frente a lo novedoso, no siempre de forma acertada, claro.


La construcción del guión es medidísima, por cuanto va ofreciendo de modo pausado pero implacable las consecuencias de la interrupción de la "normalidad". Y hasta el último plano, al comenzar el concierto, no se cierra la última de las transformaciones del más reacio al cambio de los personajes. Las miradas de complicidad entre ellos son suficientemente explícitas. (Y una pega tal vez pequeña, no sé cómo se puede integrar tan rápido y tan bien la nueva componente).


Para todo ello hacía falta un plantel de actores de categoría: Seymour Hoffman, con su peculiar voz y su economía expresiva, ya ha demostrado que es capaz de hacer de escritor neurótico, de cura atormentado, de loca desatada, y todo con la misma intensidad. Aquí está inmenso. A su lado, Christofer Walken, más comedido que otras veces, da un recital de humanidad sin exceso gestual. C. Keener, la mujer del grupo, sobria, bella, elegante, de mirada intensa, ya había trabajado con Hoffman en el biopic sobre T. Capote. Y el cuarto en discordia, un inquietante y reconcomido M. Ivanir, a quien no había visto nunca, en un Nueva York invernal, con el lago del Central Park completamente helado. Todos tejiendo este "concierto humano" en el que si se desafinan los instrumentos, se ha de seguir tocando aunque sea intentando acoplarse constantemente a los nuevos sonidos que emiten. La vida misma, ya digo. Los amantes de la música no deberían perdérsela. Los del buen cine, tampoco. De hecho la gente permaneció en sus asientos una vez que comenzaron los créditos, porque el sordo genial seguía sonando de fondo.

José Manuel Mora.



Y como sé que puede haber maníacos de la música entre los lectores de estas páginas, dejo el enlace para quien quiera escuchar el Opus 131 de Beethoven al completo por el America String Quartet. De nada.


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