Infancia, de J. M. Coeetze

Un acierto

Aunque sea de refilón, también la novela que voy a comentar tiene que ver con el destino de mi viaje agosteño. COETZEE, J. M., Infancia. Madrid: Debolsillo, 2010. El "refilón" tiene que ver con el pasado afrikáner del autor surafricano, como su apellido indica y galardonado con el Nobel en 2003, que escribe en inglés y que se ha nacionalizado australiano, sin renunciar por ello a sus raíces africanas, ya que en Ciudad del Cabo pasó gran parte de su infancia y adolescencia. Curiosamente, antes de dedicarse a enseñar Literatura y a escribir, su profesión fue la compuerización (perdón por el palabro, que no sé si existe).


Aunque muy de lejos, algo había leído sobre las guerras de los Bóeres y la presencia de los holandeses en el fin austral del mundo, granjeros blancos de origen germano-holandés, calvinistas y que hablaban una variante criolla del neerlandés original. De la primera de las confrontaciones entre colonos, salieron vencedores los afrikáner. Los colonos británicos buscadores de oro llegados en masa provocaron el segundo conflicto con los bóeres y esta vez los británicos salieron victoriosos expulsando a los vencidos a campos de concentración, aunque luego alcanzaran una cierta autonomía. Hago todas estas precisiones porque, si no se conocen, puede no entenderse algún aspecto de los que aparecen en el libro, como el hecho de que el niño protagonista, trasunto del autor, viva en la contradicción de ser afrikáner, conocer la lengua y sentir admiración por los ingleses y su idioma, cosa que vive como un secreto inconfesable.


A esta contradicción básica en la sociedad en que está empezando a crecer, el niño añade otras: la religión, por ejemplo, también es fruto de conflicto. La mayoría de sus compañeros es protestante y él prefiere la libertad de corretear en su bici, en vez de dedicarse a escuchar al pastor, para lo que se declara católico, lo que lo convierte en más bicho raro todavía, cosa que no le disgusta del todo, aunque le suponga la zozobra de que acaben conectando con su madre y lo pongan en evidencia, algo que el chico detesta. Está el hecho de su afición a la lectura; aunque también le guste practicar deportes, eso también lo diferencia. Pero hay otros dos conflictos fundamentales que el niño vive con desgarro: su sentimiento de pertenencia a la granja de su abuelo, a pesar de vivir en la ciudad, y donde sólo va de vacaciones, donde se siente auténticamente libre en contacto con la naturaleza, y donde puede relacionarse de forma natural con la gente de color, que le resulta extraña y diferente. Y el mayor de todos, que atañe, como siempre a la familia: un  padre del que se avergüenza por verlo como un fracasado, y una madre para quien él es la razón de existir, pendiente constantemente de su bienestar, a la que no quisiera querer, pero de la que no toleraría verse separado. El apego que siente por ella y lo que esto le desagrada conforme se va haciendo mayor, es una lucha constante que acaba por retratar al preadolescente con gran maestría por parte del autor. Todo ello se cuenta en tercera persona, en una autobiografía que esa persona gramatical elegida distancia, para poder ver con ojo crítico lo que lo rodea y a sí mismo. No hay alardes estilísticos, sino una sobriedad que se agradece porque lo hace todo más auténtico.


Para quienes se sientan atraídos y quieran adentrarse en los recuerdos de este escritor y su relación con el país en que nació, dejo aquí esta cubierta de un libro que ha aparecido hace sólo un mes y que aloja en su interior, junto con el que comento, su continuación, Juventud, y el más rompedor de todos, a tenor de las críticas que he ojeado, Verano, y que seguramente acabaré leyendo. Frente al otro Nobel veraniego, Nooteboom, éste me ha resultado un acierto completo. Lo he disfrutado mucho. Ánimo.

José Manuel Mora.

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