La Erfgoedbibliotheek HENDRIK CONSCIENCE

Un tesoro escondido

Ya siento el título de la entrada, pero de verdad que se llamaba así. Pateando tranquilamente la ciudad de Amberes/Antwerpen, dimos con la iglesia barroca de S. C. Borromeo, atraídos por las pinturas de Rubens que se guardan en su interior y por una fachada en la cuyo diseño el pintor también intervino. Junto a ella, en un rincón de la plaza, casi de tapadillo, el cartel de "Bibliotheek".


Una señora joven de mi edad, que aún trabajaba vendiendo entradas para su visita, nos animó a pasar, dado que la biblioteca era, según ella, de las mejores de Bélgica. Además no siempre se encuentra abierta. No es de préstamo, aunque sí de consulta, previa solicitud. El hecho de que se pudiera visitar se debía a una exposición temporal, así que decidimos entrar.


 

 







 













Entre tantas lagunas mentales, la de no haber oído hablar nunca de Hendrik Conscience (1812-1883) es simplemente una más. Como dice mi amiga Merxe, "¿qué le hace una raya más al tigre?" Luego resultó ser uno de los pioneros en el uso de la lengua flamenca, una vez que los Países Bajos se habían separado de Bélgica. De hecho en la ciudad de Amberes, se tiene a gala subrayar que no hablan francés, sino flamenco, aunque todos lo entiendan y la mayoría sea capaz de manejarse con soltura en el idioma de Montaigne. 


Una más de las joyas que la biblioteca encierra es este mapa de la ciudad en la época en la que, en el mismo lugar que ocupa ahora la actual, se levantó la biblioteca original por parte de los Jesuitas. La que estábamos visitando corresponde a una remodelación del s. XIX, que a mí me trajo a la cabeza la del Trinity College de Dublín. Alberga libros raros, códices, incunables, impresiones poco habituales, periódicos, dibujos. Forma parte del Patrimonio Artístico e Histórico de Bélgica. Existe en un lateral la típica escalera de caracol que da paso a un nivel inferior de la misma al que no se accede. Junto con la entrada que nos han proporcionado vienen los trípticos pertinentes con la información correspondiente, en flamenco, claro. A pesar del imposible neerlandés en que está escrito, deduzco que la exposición viene dedicada a otro escritor flamenco: Georges Eekhoud (1824-1927), adelantado a su tiempo en cuestiones espinosas en la época. Su libro Escal-Vigor, de 1899, trataba abiertamente el amor entre hombres.


Su obra despertó el consabido alboroto, pero un hábil abogado consiguió que la demanda interpuesta contra ella quedara en nada. Fue amigo de O. Wilde (no hay que olvidar que al británico le costó la cárcel, el ostracismo y la ruina y la muerte en soledad), de A. Gide, de W. Whitman. De todos ellos se veían ejemplares editados en la época, algunos de ellos dedicados. Fue pionero en considerar la homosexualidad no como una enfermedad, sino como una elección tan respetable como la heterosexualidad, más generalizada. Pero sin el apoyo de la información de las cartelas, todo ello lo he sabido después. 





























En realidad el hecho de la elección del tema de la exposición, además de al abundante material con que la biblioteca cuenta, y a que el autor sea de habla neerlandesa y valorado en el país, se debía a que en la ciudad esos días se estaban celebrando las Olimpiadas Gay, lo que era un modo de celebración conjunta desde el mundo de la cultura del acontecimiento que llenaba las calles de la mañana a la noche, con equipos de todas las disciplinas olímpicas, tanto femeninos como masculinos, sin contar con los seguidores del evento.

   
En la biblioteca sólo se encontraba el guarda que, contrariamente a sus conciudadanos, no hablaba más que flamenco y con el que no fue posible aclarar nada. La escasa luz para proteger las delicadas ediciones y el silencio creaban un ambiente casi reverencial. Le podía haber sacado mucho más jugo a la visita.
Quiero dejar claro que debido al idioma, la mayor parte de la información que dejo aquí la he recabado a posteriori y que durante la grabación in situ del vídeo que sigue, yo desconocía la mayor parte de ella, de ahí los comentarios ingenuos por mi parte. 

José Manuel Mora.








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