Mud, de Jeff Nichols

 Aires sureños

Normalmente, los europeos que viajamos a los USA, al menos en las primeras ocasiones, que se dedican a la "gran manzana" y la costa este, no visitamos el hondo Sur, destartalado, vacío, cutre, carente del glamur de las ambientaciones de Allen o las rodadas en la costa californiana. Y sin embargo existe y esta peli lo refleja aunque sea de refilón, o no tanto.


Ya he comentado aquí el anterior filme de su director, Take shelter,  con todo lo que de posible metáfora había en el intento de protección frente a los huracanes que lleva a aquel padre modelo a perder el norte. En ésta el protagonismo lo cargan inicialmente dos chavales preadolescentes, uno al cuidado de su tío (no hay padres) y el otro al de una familia a punto de irse al garete. Todos viven cerca del viejo río Mississipi, cerca ya del Golfo de México, que ya había servido de paisaje de fondo a uno de los primeros libros que me hizo soñar a su misma edad; el maestro M. Twain parece estar detrás de los comienzos de esa historia (que, como en la anterior, también ha escrito el propio director, Jeff Nichols) con los dos trasuntos de T. Sawyer y H. Finn. Sin la atención necesaria, sin demasiado quehacer, los críos buscan aventuras, y parecen encontrarlas con el hallazgo de una barca trepada incomprensiblemente a un árbol. Y que, más incomprensiblemente aún, está habitada por un extraño desconocido del que acaban haciéndose amigos y a quien deciden ayudar.


Para mentes sin malear, quienes peinamos canas sabemos que eso nos solía pasar con sus mismos años, la creencia de que lo que se vive es una auténtica y arriesgada aventura que, como en los libros o en los telefilmes, no tiene por qué acarrear peligro real ya que, en el peor de los casos sabremos cómo bandearlo, dicha creencia, digo, puede empañar una correcta visión de la realidad. El peligro se va haciendo auténtico y se encuentran metidos en un auténtico avispero. El otro componente de la historia es el amor romántico con el que Ellis, el más maduro de los chicos, quiere creer que podrá, en su caso, en el de sus padres, y en el del desconocido, de quien se van haciendo cada vez con más datos, a cuál más inquietante.


La realidad se encarga de hacer madurar al muchacho a golpe de desilusión, como en la vida misma. La ambigüedad del adulto no acaba de aclararse hasta casi al final. Ellos se sienten atraídos por el espíritu de aventura que encierra su intento de recuperar a la chica y huir, por la fidelidad que parece mostrarle a pesar de las desilusiones que ya se ha llevado, por su valor para enfrentarse a quienes se oponen a su felicidad. Todo está narrado con un ritmo pausado, el mismo con el que parece fluir el ancho río. Los críos están muy bien dirigidos, o son muy buenos actores, o las dos cosas. La naturalidad los acompaña siempre, aunque el doblaje de uno de ellos sea rematadamente falso. A Matthew McConaughey, el protagonista adulto, lo recuerdo en la peli Amistad de Spilberg. Aquí es capaz de mostrar una mirada inquietante o de cambiarla por otra con la que consigue que confíen en él. El motel, la carretera, las casas flotantes en el río, todo conforma un paisaje muy lejos de lo habitual, la América profunda, que le dicen, oscura, violenta, decrépita, sin demaisado futuro para su habitantes. Por todo ello creo que la peli merece verse.

José Manuel Mora.



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