Rituales, de Cees Nooteboom

Nihilismo puro y duro

Como no creo que pueda, ni incluso deba, hacerse uno una idea de un escritor por un solo libro, y puesto que el anterior del autor no había acabado de atraparme, lejos ya del viaje veraniego que lo motivó, he decidido abrir otro, también breve, para ver si se confirmaban mis sospechas o se modificaba mi percepción inicial.  NOOTEBOOM, CEES. Rituales. Barcelona: Edhasa, 1987. Se publicó en holandés en 1980 y aquí nos llegó algo más tarde, pero ya con gran éxito, aunque lejos aún de que se lo mencionara como aspirante al Nobel.


Como ya dije en la anterior entrada refiriéndome a él, es un gran hispanista y ejerce de cosmopolita, perteneciendo muchos de sus libros al género de "viajes". Sin embargo el que me dispongo a comentar está ambientado en Ámsterdam  entre los años cincuenta y setenta del pasado siglo. Su protagonista, un tal Inni Wintrop, que luego resulta ser Innigo, nombre católico en un país mayoritariamente protestante, es un tipo en verdad raro. Y quiero dejar aquí unas cuantas citas que lo describen: "Fue únicamente por no quererse a sí mismo por lo que las cosas salieron mal" (pág. 12), y si esto era así, difícilmente el personaje podía llegar a querer a nadie; "Consideraba la vida como una especie de extraño club del que le habían hecho socio como por casualidad" (pág. 13); ""No sólo no había querido nunca nada, sino que tampoco sería nunca nada" (pág. 56). Con esta tarjeta de presentación no es de extrañar que su mujer, Zita, lo abandone por un italiano y que él decida suicidarse. No revelo nada, hablo de la primera página. Tras el fracaso de pareja y de suicidio, se dedica a deambular de canal en canal y de mujer en mujer. "Por medio de los hombres se aprende cómo es el mundo; a través de las mujeres, qué es" (pág. 118).




Y para intentar entender o que entendamos a su criatura, el autor da un salto atrás en el segundo capitulo, a 1953, para hablarnos de su familia, de una tía desquiciada que acabará solucionándole la cuestión de la superivencia económica, del descubrimiento de la mujer como ente concreto y placentero con quien no sabe relacionarse y, sobre todo, de un personaje que influirá enormemente en su vida: Arnold Taads quien, con su ateísmo furibundo y su neurótica precisión a la hora de medir el tiempo, acabará por enfrentarlo con su formación católica, ya olvidada, y con una forma de suicidio, si no planificada, sí prevista en su posibilidad. Frente a la misantropía de A. Taads, él mismo se ve algo por encima: "Su manera de vivir, a pesar de que la regía el absurdo, era indiscutiblemente mejor. Ocio, soledad, miedo" (pág.130).



He elegido estas fotos entre las que he hecho en agosto para ilustrar estas líneas, dado que esta parte de la novela es casi luminosa, al desarrollarse en verano, tal como yo he conocido la ciudad. Sin embargo el libro va adquiriendo progresivamente tintes más sombríos, ya que al situarse en la madurez del personaje, calvo, solo, sin ilusión alguna, la atmósfera que lo rodea se va haciendo más irrespirable. Conoce por casualidad al hijo de Taads, que se llama Philip, y que está obsesionado por la ceremonia del té japonés; de hecho este tercer y último capítulo se abre con una cita de un libro de Okakura Kakuzo, El libro del té.  Dicha cita ya nos sitúa en el entorno en el que se van a mover los dos personajes: "La filosofía del té... es una geometría moral, en la medida en que determina nuestro sentido de la proporción frente al universo" (pág. 123). Y dicha proporción, a tenor del nihilista de Philip, es tendente a cero. "Este hijo [se refiere al padre Arnold] no hacía frases breves y tajantes [...] sino más bien la conversión de todo ello en lentitud y vacío" (pág. 165; la cursiva es mía). Frente a la obsesión de aquél por la precisión al medir el tiempo, para Philip parece no existir. La meditación, la contemplación de la belleza de un cuenco de té, la abstracción del mundo parecen ser su norte y guía. Para él "la vida es una carga. Es algo innecesario" (pág. 173), con lo que ante tal premisa se impone una conclusión lógica: "la solución es sencilla: el suicidio" (íbidem).




Esta última parte sucede ya en el otoño amsterdamés de un año cualquiera en los 70, de ventiscas, lluvia y frío, en el exterior de las casas y en su interior también. Para estos personajes no hay dónde agarrarse. Y a uno le viene a la cabeza la máxima del J.P. Sartre del "ser para la muerte". Hay mucho de ambiente existencialista en el libro, aunque fuera de su época. Hay poco espacio para la empatía con los demás. El propio Inni sabe que "los Wintrop, de los que él mismo formaba parte, no sólo se negaban a a sufrir, sino que se negaban también a enfrentarse con el padecimiento del prójimo" (pág. 173).  Toda una declaración de intenciones.


Al releer lo escrito me doy cuenta de que he dedicado más espacio del habitual a tratar del argumento de la novela, cosa que no suelo hacer. Sin embargo no está en él lo que la hace interesante, sino en toda la reflexión del autor sobre sus personajes y su modo de enfrentrse con la vida y el mundo. Y todo servido con una prosa sin adornos, sin excesos, sobria, con pocos momentos descriptivos que no tengan que ver con lo que se cuenta de modo necesario. Dejo una pequeña muestra: "La primera grisalla empezaba a reptar desde las aceras, se iba por las paredes, barriéndolas, e iba sacando a la luz las formas de las casas y de los árboles del manto protector de la noche" (pág. 184). Libro pues reflexivo, más que propiamente narrativo, aunque la anécdota dé pie a todo lo que la acompaña. Seguramente, en este momento de mi vida, no estoy en ese registro vital y lo leído no ha encontrado el eco necesario para la vibración común libro/lector. Sin embargo creo que es una obra bien interesante y estupendamente escrita. De querer conocer a este autor, yo empezaría por este segundo, tal y como ya me advirtió la "prestamista" de mi amiga Isabel, a quien ahora se lo devolveré. 
N. B. Los libros se devuelven, tanto si es a una biblioteca como a su legítimo propietario. Es el modo de que cuando uno va abuscarlo no se lo encuentre "desaparecido".

José Manuel Mora.


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