Ardiente secreto, de Stefan Zweig

Triángulo 

Cuando a uno le regalan un tocho de más de 1.500 páginas, que encierran diferentes novelas de un mismo autor, por fuerza hay que tomarlo con tranquilidad, para no quedar saturado; y a la vez hay que seguir con la lectura espaciada para mejor conocer al escritor regalado. Bien es verdad que volver al mundo de Zweig, para mí es visitar territorio conocido y reconocible.  ZWEIG, STEFAN. Novelas: Ardiente secreto. Barcelona: Acantilado, 2012. A pesar de que, como casi siempre, coloco los datos bibliográficos de la edición que manejo, voy a dejar aquí la cubierta del libro cuando se editó solo.


Volvemos pues a Centroeuropa, a Semmering, un lugar cualquiera de la Austria alpina. La novela se publicó en 1911, antes de que aquella fuera sacudida por la primera gran carnicería, ya de carácter industrial, que supuso la Gran Guerra. Nos hallamos por lo tanto en las coordenadas del XIX, aunque tal vez con la inquietud de lo que se está fraguando, en cualquier caso algo nuevo. Algunos críticos han querido ver en el librito, apenas 90 páginas, una metáfora de su tiempo, de los cambios que se avecinaban. Subrayo la extensión de la obra porque ello nos permite adscribirla a lo que en el Renacimiento se conocía como novella, de menor extensión que los grandes relatos y con alguna peculiaridad específica, además de su tamaño intermedio: un cierto tono moral, que no moralizante. Así lo entendió Cervantes en las que él tituló "Ejemplares". 


Desde el inicio el autor nos presenta a los tres integrantes de la trama: el barón, que "no sentía ninguna inclinación a enfrentarse solo consigo mismo [...] porque en absoluto deseaba un conocimiento más íntimo de de su propia persona [...] uno de esos cazadores de mujeres" (pág. 11). Es tal vez el personaje más plano de los tres y el que es visto con una mirada más crítica por parte del autor. La madre, que "tenía un aspecto muy cuidado y vestía con visible elgancia [...] una de esas judías un tanto voluptuosas, rayando en la edad madura, evidentemente también apasionada" (pág. 12). Y el niño: "Un muchacho tímido , nervioso, aún sin desarrollar, de unos doce años, de movimientos bruscos y ojos oscuros [...] en el que la lucha abierta entre lo masculino y lo infantil parecía que acababa de entablarse" (pág.15).


He preferido ilustrar la entrada con imágenes de la peli de Siodmak, de 1933, en riguroso blanco y negro, porque creo que la ambientación responde mejor al tono decadente del libro, glamour incluido. La acción es mínima: una historia de celos por parte del niño, ante los escarceos otoñales de su madre a manos del desaprensivo barón. No voy a contar más. Como en los buenos libros lo importante es la manera en que Zweig analiza los sentimientos de los personajes, sobre todo madre e hijo; cómo va describiendo su evolución con una intensidad creciente. Y aunque la historia se cuenta en tercera persona, la perspectiva narrativa es la del niño : "Un huésped desconocido, la desconfianza, se aferraba a su corazón" (pág. 47).


Y es impresionante cómo pasa de la inocencia de los ojos infantiles a la conciencia del poder que tiene frente a los dos adultos: "Edgar torturaba ahora a aquellos dos seres indefensos con toda la crueldad de los niños" (pág. 53). Y he escuchado aquí algún eco de la preadolescente protagonista de El baile, de I. Némirovsky, en pelea sorda contra el mundo de los mayores. Ante la mirada inquisotorial por curiosa del niño se van desplegando las preguntas, por supuesto sin respuesta "¿Qué era lo que querían aquellos dos? ¿Por qué se escondían de él?" (pág 57). El secreto de los mayores ante la "ropa tendida", que tanto escuché en mi casa. Las falsas apariencias de la sociedad de la época se van haciendo evidentes para el niño.  Todo en un crescendo de tensión dramática perfectamente medido. "Le pareció como si aquel día hubiera visto la vida por primera vez desnuda, no oculta por las mil mentiras de la niñez, sino en toda su sensual y peligrosa belleza" (pág. 94). El estilo del austriaco es terso como suele, de brillantes metáforas a veces, de descripciones con enorme fuerza expresiva, que se ajustan a lo descrito con la naturalidad de un guante. "Allá arriba debían de correr vientos con alas inmensas [...] Unos trapos negros, arrojados por manos invisibles, envolvían de vez en cuando la luna [...] pero pronto volvía a brillar [...] plata fría goteada entonces sobre el paisaje" (pág. 67). Para quienes no tienen demasiado tiempo pero quieran regalarse con buena literatura, este libro puede ser una buena opción.

José Manuel Mora.













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