El último patriarca, de Najat el Hachmi

 Ya les vale a los patriarcas...

Es verdad que, como dice mi amiga Merxe, "me tira la chilaba". Me sucede desde mi primera visita a Marruecos, viaje que he repetido en diferentes ocasiones y a diversas zonas, lo que me ha permitido admirar la belleza de su paisaje, me da igual el desierto que la cordillera del Atlas, y descubrir gente enormemente hospitalaria. Pero claro, uno viaja de guiri. El libro que voy a comentar hoy permite adentrarse en una cultura que no se deja penetrar fácilmente, y menos por el forastero, que se suele quedar con el "color local". HACHMI, NAJAT el. El último patriarca. Barcelona: Planeta, 2008. No es, por lo tanto, de rabiosa actualidad, pero a mí me ha supuesto una agradabilísima sorpresa.


Y antes de cualquier otra consideración, creo que merece la pena dejar constancia de alguna de las peculiaridadades de su autora. Nacida en Nador, Marruecos, en 1979, se trasladó a vivir a Cataluña siendo todavía niña. Fue escolarizada allí y, como tantos de mis alumnos del Virgen del Remedio, de origen magrebí, fue integrándose en su nueva tierra y asumiendo su nuevo idioma, para ella, el catalán. De hecho el libro se editó primero en esta lengua, que fue en la que se escribió originariamente, y luego ha aparecido traducido al castellano, no siempre con acierto (esos "¿qué me explicas?", por "qué me cuentas", o "hizo", por "dijo" y algunos fallos más me hacían saltar las alarmas de lector bilingüe). Ha sido galardonado con el Ramon LLull que concede Planeta, con suculenta dotación y enorme difusión. Ella se considera catalana "y punto".  



La historia se inicia de modo bien semítico, no hay más que pensar en la Biblia, con una buena genealogía  del patriarca del título. "Mimoun, el afortunado, el que tendría el honor de concluir las generaciones y generaciones de patriarcas destinado a hacer del mundo un lugar ordenado y decente" (pág. 7; la cursiva es mía). Subrayo esas dos palabras porque desde ahí habría que empezar a preguntarse: ¿Quién decide lo que se adecúa al orden y a la decencia? ¿Y según qué criterios? Frente a este enaltecimiento inicial, en la página siguiente ya viene la contraposición con la figura femenina: "¡Dios maldiga a los antepasados de la madre que te parió!" (pág.8). Bíblica también la maldición: la mujer como la fuente de todos los males desde Eva. Ya estamos situados en el patriarcado con dos de sus pilares. 


Hay otro elemento que incardina el libro en la tradición oriental: la transmisión oral, con toda la inseguridad que esa narración supone: "No sabemos qué importancia tuvo este hecho [...] debía de decir que..." (pág. 10). En ese sentido este rasgo estilístico de la escritora proporciona gran frescura a lo contado y ayuda a asociar la historia con su lugar de origen. Lo que consigue además añadiéndole el uso del estilo directo sin verba dicendi dentro de la narración, sin solución de continuidad, o con los verbos de dicción explícitos, pero sin guiones de separación: "El maestro te decía por qué faltaste ayer, y tú respondías, he estado enfermo, señor profesor" (pág, 17). También maneja la segunda persona en lugar del impersonal, de tono coloquial, "Hay quien dice que si hablas de los djin..." (pág. 17). Parece que la autora hubiera ido con una grabadora tomando nota de lo que dicen sus personajes. Y, aun siendo mujer, es muy consciente de que la ideología empiezan por trasmitirla las madres, en aquella cultura y en la nuestra. "Y así creció rodeado de mujeres que lo protegían de todo" (pág. 10). Aquellas que han asumido los valores de la comunidad y educan en ellos: "Recuerda que no debes dejarte hacer nada por delante, le debía de aconsejar" (pág. 20), manera de salvaguardar la virginidad, otro de los tabúes ancestrales. 


 Y pronto empiezan las sorpresas que ponen de manifiesto que estamos ante una escritora entre dos mundos. "Había empezado a ejercitarse en el difícil arte de domesticar a las personas que lo rodeaban, de crear vínculos, que diría el zorro" (pág. 13). La alusión aquí no es a fuentes orales o magrebíes, sino al Pétit Prince; como esta otra: "Sin reminiscencias proustianas ni nada de nada, lo decidió" (pag. 77). De hecho es importante crear estos vículos desde bien pronto con la pareja para poder establecer los elementos imprescindibles de la comodidad futura del patriarca "Muchos éxitos del gran patriarca no se explicarían si no fuera por las mujeres que lo han rodeado siempre y que le sacaban las castañas del fuego" (pág. 57). Y esta otra cita: "Su madre y sus hermanas lo habían educado para hacer de señor y su mujer había proseguido la costumbre" (pág. 76). Aunque luego él considerara que : "Sabía que tenía la mejor de las mujeres, pero no dejaba de ser una mujer" (pág. 80).


Hablaba antes de trasmisores de ideología y la segunda fuente es la escuela, claro: "Él mismo iba, sumiso, a recibir el castigo que se merecía. Porque si no iba, los golpes empezaban a multiplicarse" (pág. 15, de nuevo la cursiva es mía). El miedo como factor de sumisión. Y ese aprendizaje se trasladará al hogar; esa herramienta será la que se use con la mujer, con la hija, también con los hijos varones. A todo ello se añade el desconocimiento del mundo exterior, ahora atenuado por el uso de internet, y las creencias religiosas "Ójala se acordara de ponerse el Corán debajo de la almohada para que no le atacaran los malos espíritus" (pág. 58). Toda la primera parte de la novela está centrada, pues, cortazarianamente, en "el lado de allá", al otro lado del Estrecho en un lugar perdido y atrasado, y en torno a la figura del patriarca, narrada en tercera persona. 


Pero con la emigración del padre a Cataluña vendrá la del resto de la familia. Y en el momento en que la niña comienza a controlar el nuevo idioma, cada noche lee un rato el diccionario para ir asumiendo la lengua de sus compañeros de colegio, cambia la perspectiva: "Yo ya nací con este deber afectivo, con una madre arisca domesticada desde el principio de su matrimonio y un padre al que no vería muy a menudo" (pág. 85). Y se aplica en los estudios y, a pesar de todas las dificultades y trifulcas familiares, la niña va descubriendo otro mundo, aunque no sea más que por contraste, y con todas las contradicciones del mundo dentro de ella: "La madre me decía qué le vamos a hacer, esto es lo que Dios ha escrito para nosotros, y yo aún no podía pensar: pues menudo cabronazo, ese dios" (pág. 114). Y ése es otro de los grandes aciertos del libro, que las transiciones no son abruptas, que la evolución de la adolescente viene por sus pasos: las amigas, la ropa, los primeros chicos, los estudios... Y vuelven a cambiar las referencias: ahora son de la literatura catalana: Curial i Güelfa, la Colometa... Y del mismo modo que los maestros pueden trasmitir sumisón, pueden abrir puertas al pensamiento, y hay una profesora con la que habla de amor, con la que escucha música, que la anima a estudiar. "Y así fue como todo fue convirtiéndose en transgresión y todo se fue tiñendo de miedo" (pág. 159). Contradicciones, ya digo, de las que vivimos a diario: "Yo tenía la manía de conformarme [idea del destino] pero fue entonces cuando empecé a pensar que el destino me lo tenía que hacer yo" (pág. 194). Para el desenlace habrá que leer el libro del todo, aunque el título ya da pistas. Está muy bien escrito, con pulso poético en muchas ocasiones: "El dolor se convirtió en miles de agujas que se le metían dentro" (pág. 17). "Hasta aquel día en que le rodó una gruesa gota entre los omóplatos y la sintió resbalando, abajo, por la espalda dolorida" (pág. 26) preciosa metáfora ambivalente del trabajo y la explotación. No sé si después de todo lo escrito ha quedado claro: un libro muy recomendable. Y eso hago: recomendarlo.

José Manuel Mora.
P.S. Un pequeño vídeo para escuchar a la autora leer la primera página de su obra en su idioma original. Declara ahora que, como a su protagonista le sucedía, "escribir es la máxima forma de libertad".


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