Y las montañas hablaron, de Khaled Hosseini

 Aires orientales

Tenía una referencia vaga del autor a través de su anterior novela, llevada también al cine, Cometas en el cielo, que ni había visto ni leído. La cuidada presentación del libro en papel y el deseo de conocer algo de un autor de origen afgano, aunque trasplantado a California, me llevó a comprarlo. Me he bebido sus 380 págs. en quince días. HOSSEINI, KHALED. Y las montañas hablaron. Barcelona: Salamandra, 2013. He aquí pues una auténtica novedad, cosa que no es demasiado frecuente en este blog, ya que creo haberme ganado el derecho a leer aquello que me apetece una vez jubilado.


Ya hay entre estas recensiones algún comentario de libros pertenecientes a esa cultura tan lejana y desconocida (El reflejo de las palabras, de A. Kader, iraní, que tanto me gustó). El autor de la novela que comento se trasladó a EE. UU. con quince años. Ello supone que el tiempo de formación vital lo pasó en Afganistán, que su lengua materna es el farsi, aunque después de estudiar medicina se haya dedicado a escribir y lo haga en inglés. Cuento todo esto porque tanto su origen y su incorporación a la cultura occidental, así como sus estudios de medicina o sus viajes por medio mundo ayudan a entender algunos elementos de la novela.



El libro se inicia con aire de fábula, de esas que son tan frecuentes en la tradición oral, más si ésta es oriental. ¿Cómo no pensar en la maestra Sherezade? Sin embargo la historia es casi una pesadilla y parece mentira que sea un padre amantísimo quien la cuente a sus dos hijos: Abdulá y Pari, los iniciales protagonistas. Pero la anécdota es premonitoria de lo que vendrá a continuación, la separación de ambos. Estamos en una aldea perdida de Afganistán, mucho tiempo antes de que el país se tiñera de sangre con la invasión soviética y con la respuesta desatada de los talibanes apoyados por los USA. Seguramente el gobierno estadounidense de turno no sabía que estaba ayudando a incubar el huevo de la serpiente del terror islamista. No es por ahí por donde se extiende el curso de los acontecimientos sino que, a partir de este arranque en 1952, el autor va desarrollando su narración con saltos a través del tiempo (de hecho concluye en 2010) y el espacio: Kabul, París, Tinos (una isla griega), San Francisco, donde acaba, y a través de varias generaciones.


A este ejercicio narrativo se le suma la pluralidad de narradores, puesto que en cada lugar y en cada historia cambia la perspectiva narrativa, incluso la persona que narra, lo que posibilita conocer a otros personajes y cómo éstos ven el desarrollo de los sucesos. Se trata de un enorme caleidoscopio que, conforme va siendo girado, va mostrando una nueva figura. Personajes que eran protagonistas en una de las partes, aparecen como de fondo en otras. Uno de los que más me ha emocionado, por su honradez y lealtad ha sido Nabi, el tío de los niños, que servirá de puente hacia el desenlace de la historia. También el médico griego, cuando es apenas un adolescente asombrado ante una chica de su edad a la que un perro destrozó el rostro. O la narradora de la última parte del relato quien, como el autor, es de origen afgano y vive en S. Francisco. El autor además intercala otros modos de narrar, como puede ser hacerlo a través de la entrevista a uno de los personajes, canciones populares, o la conmovedora carta que aparece en el fondo de un armario.


Las historias van del amor a la violencia, la de la guerra y la familiar; desde la fidelidad a la palabra dada, a la traición; de los vínculos fraternos a los filiales con todos los desencuentros posibles. Todo bien trenzado, bien conducido hacia el desenlace, aunque haya algunas historias que quedan esbozadas, o con resolución imprecisa aunque atisbable. Si quisiera poner alguna pega a este gran contador de historias, sería la de que a veces se demora en exceso en detalles anecdóticos que no aportan nada  destacable al cauce principal de la narración. Creo en fin que el autor ha calculado los elementos que necesitaba, los ha ido desarrollando y por último los ha ensamblado en este tapiz humano, tan de la tierra donde arranca toda la historia. Se deja leer con gusto y seguro que contará con tantos lectores como los que lo siguieron en sus aventuras anteriores.

José Manuel Mora.

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