Three, de Tom Tykwer

 Otra vez la filmo...

Entre el sí y el no, cuántos quizás; entre el blanco y el negro, que infinita gama de grises.
                                                                                                             J. Cortázar
La sorpresa se produjo ayer al llegar a la sede de la Filmo en Alicante y encontrarme con el merecido homenaje de despedida a mi antiguo compañero de instituto, Antonio Dopazo quien, además de crítico del diario Información, ha sido durante años el responsable de la programación de la sala en su constante peregrinar hasta que recaló en el Arniches. En esta ciudad en la que no sólo se cierran cines, sino en la que resulta difícil poder asistir a proyecciones en versión original, después del cierre de los Astoria, la Filmoteca ha permitido recuperar títulos de las temporadas pasadas inéditos aquí muchas veces, siempre en V.O. Y este es el caso de la peli que paso a comentar: Drei (que habría que leer con acento alemán, significa "tres", ya que alemás es su origen y el idioma en el que está rodada), de Tom Tykwer, de quien ya había visto El perfume y que me pareció bastante aparatosa  y tenebrista, frente a la novela que sí me atrapó. Ésta que ahora comento, incluso no recuerdo que se estrenara por estos pagos.
 


La peli arranca con una secuencia desde la ventana de un tren que deja ver cómo pasa el paisaje, con la misma velocidad que la vida. Sigue luego un pas à trois, bailado por dos varones y una mujer en medio de un espacio en blanco, que ya anuncia el asunto que luego va a desarrollar: una pareja de cuarentones, con 20 años de relación a la espalda, que tropieza, cada uno por su lado, con el mismo hombre, divorciado, con un hijo, claramente bisexual. Triángulos amorosos en el cine se han filmado muchos. La gracia de éste estriba, entre otras cosas, en que el divorciado sea el vértice común de los miembros de la pareja, que se están engañando mutuamente con el mismo partener sin saberlo ninguno de los tres. Todo ello daría lugar en Hollywood a una comedia de equívocos descacharrante.



El director, con una preocupación por el tema de la culpa ya en sus anteriores filmes, no puede dejar de plantear el dilema de conciencia de los tres personajes, cada uno por motivos diferentes. Y, aun con toques dramáticos colaterales, ha elegido el tono de comedia, pero no frenética y desaforada, sino inteligente y comedida. Ya sé que no estoy en la onda de la crítica que la recibió en 2010, cuando parece que se estrenó. Pero sobre gustos no hay nada escrito, dijo quien no pudo recopilar todo el material existente al respecto. Así que yo he decidido fijarme en unas reflexiones de una psicóloga, a cuya terapia acude la protagonista y que señala cómo la sociedad nos empuja a desempeñar determinados papeles para ser aceptados por ella. Y así tantos se han visto atrapados en una infelicidad constante, ya que sus deseos más íntimos no se correspondían con los que se han visto obligados a manifestar en el mundo que los acoge.  

 
No estoy hablando aquí de la España franquista de los sesenta y setenta, sino de la Alemania contemporánea en la que, a pesar de la mayor permisividad y aceptación de actitudes y vivencias menos convencionales, la gente tiene que vivir en perpetua contradicción íntima. La mujer que no quiere tener hijos para que no interfieran en su carrera profesional, el científico que mantiene secreta su bisexualidad, el ingeniero que no sabe que la pulsión erótica puede ser ambivalente y lo descubre ya cuarentón. No es esto lo que lo culpabiliza, sino el hecho de ocultarlo a su mujer. Ninguno de los tres vive íntimamente el encuentro sexual como problema, sino que el problema les viene de cómo mostrarse luego ante su pareja y en sociedad.



El ritmo de la película es muchas veces trepidante, y las situaciones en las que el director-guionista pone a sus personajes resultan hilarantes, aunque sin llegar a ser estridentes. Los actores, para mí desconocidos, actúan con enorme naturalidad y ese desconocimiento me los hace todavía más creíbles, al no tenerlos encasillados en papeles anteriores. La música acompaña acertadamente toda la historia, con D. Bowie de fondo en un momento dado.



El modo en el que cada uno va descubriéndose atraído por el tercero en discordia y la ausencia de lo pretencioso en el planteamiento, junto con el hecho de tenerme sonriendo durante gran parte del metraje, hacen que la recomiende, si acaso se pilla de rebote en deuvedé o en televisión.

José Manuel Mora.


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